Los orígenes urbanos del mito de la desaparición de la población negra en Argentina, por Erika Edwards

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Era un día normal, nada fuera de lo común. Yo, una mujer joven nacida y criada en un pequeño pueblo, había aterrizado en un país del extranjero para comenzar mi estadía de investigación. No sabía nada sobre Argentina y estaba emocionada por explorar el país. No me tomó mucho tiempo antes de percatarme que dicha experiencia cambiaría mi vida. Siendo una mujer negra en un país predominantemente blanco, yo era la “otra”. Al principio me sentía incómoda, pero luego me di cuenta que mi negritud no era la misma en Argentina que en Estados Unidos. Mi negritud significaba algo más. Yo era exótica, acaso excepcional, y para mi sorpresa ¡no era negra! Era morocha (un término no ofensivo para referirse a las personas de piel oscura).¿Cómo podría haber ocurrido? Me había transformado en una versión más clara de mí misma. A medida que me acostumbraba a que me llamaran morocha, traté de indagar por quiénes eran a los que llamaban morocha. Con el tiempo la respuesta se hizo obvia: cualquiera que no fuera blanco.

En otros países existen los mestizos (descendientes de indígenas y blancos) o mulatos (blancos y negros), pero Argentina había reunido a los descendientes de origen africano e indígena con tonos oscuros de piel -en ocasiones descendientes de inmigrantes de países mediterráneos- en una sola categoría. Los argentinos suelen decir que “no hay negros en este país”, ¡pero el país alberga una gran cantidad de morochos! Pese a la poca visibilidad de la población afro-descendiente el día de hoy, en 1778 esta constituía una parte importante de la población. Concentrada en las ciudades, los afro-descendientes sumaban 44% de la población en Córdoba [1]. El declive de este grupo es una pregunta nacional para Argentina, cuya población negra se redujo de un 30% de la población total a 0.37% de acuerdo al censo de 2010.

Los historiadores que examinan la desaparición de la población negra en Argentina han puesto mayor atención a la ciudad de Buenos Aires al final del siglo XIX que a otro espacio y periodo histórico previo. Conocido como el “periodo de blanqueamiento”, 1860-1914 ha sido identificado como el periodo final de la población negra. Hacia mediados del siglo XIX, intelectuales argentinos estaban mirando hacia Europa en busca de referentes. Veían a Europa como la cuna de la civilización y el progreso. Creían que para unirse a las filas de países europeos como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Argentina tenía que desplazar -física y culturalmente- a la población de color.

En sus esfuerzos por modernizar Argentina, intelectuales argentinos como Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento, quienes estuvieron al servicio del presidente de Argentina entre 1866 y 1874, impulsaron la inmigración como una forma de “gobernar es poblar” el extenso y rico territorio. Más de cuatro millones de inmigrantes europeos respondieron a este llamado e hicieron de Argentina su nuevo hogar. A inicios del siglo XX, todo sugería que el nuevo proyecto de blanqueamiento había sido un éxito. En 1905, el periódico Caras y Caretas escribió que: “entre tanto la raza va perdiendo en la mezcla con su color primitivo. Se hace gris. Se disuelve. Se aclara. El árbol africano está dando blancas flores caucásicas” [2].

El análisis realizado por los historiadores sobre la desaparición de la población negra en las décadas posteriores del siglo XIX no explican por qué ocurrió el declive de la población negra.En otras palabras, es importante comprender lo que llevó a este periodo de blanqueamiento. Los intelectuales de mediados y finales del siglo XIX respondían a un intento fallido de construir un estado fuerte luego de las Guerras de Independencia. Y para ello culpaban a la “barbarie”: guerras civiles constantes, una gran población de color no educada y “ociosa”, una extensa sociedad rural y provinciana. Mientras los intelectuales asociaban el entorno rural con el “barbarismo”, veían a las ciudades como lugares de esperanza y civilización.

Bernardino Rivadavia -2013Ciudades como Córdoba, una pequeña ciudad al interior, se erguía como un contraste con las llanuras abiertas de caos. La ubicación de Córdoba en la ruta desde el Alto Perú al Río de la Plata la convertía en un punto central para el comercio. La geopolítica de Córdoba revela cómo los espacios naturales y artificiales influyeron en su esfera urbana. A diferencia de Buenos Aires, que se benefició grandemente en su condición de ciudad portuaria integrada a la economía atlántica, la ubicación de Córdoba en medio de las praderas argentinas servía como un puesto de avanzada para la Iglesia Católica y el comercio que reposaba en la economía andina. Desde su construcción en 1578, la ciudad había mantenido su trazo urbano en forma de damero, que consistía en setenta cuadras organizadas en diez líneas que iban de este a oeste y siete columnas en dirección norte-sur hasta 1583.

En la década de 1780 la ciudad atravesó un proceso de modernización bajo el gobierno del intendente Rafael de Sobremonte. Él ordenó la limpieza y reparación de las calles, la ampliación de las avenidas y la instalación de alumbrado público. Él supervisó además la construcción del primer sistema de alcantarillado y puentes sobre el río que atraviesa la ciudad. Además de las obras públicas que trajeron la modernidad, también implementó proyectos para el ornato de la ciudad. Ordenó la construcción del Paseo Sobremonte, un lugar pensado para la recreación de los habitantes, que aún se utiliza hoy, así como cimientos, uno en Paseo Sobremonte y otro en la plaza San Martín. También habilitó escuelas primarias y fundó un hospital para mujeres. Estas innovaciones constituyeron símbolos de la “civilización”.

Luego del periodo de inestabilidad que siguió a la Independencia (1810-1820), la Iglesia Católica permaneció como una institución sólida que promovía la preservación de la jerarquía social. Para poder diferenciar a una elite pequeña en número y blanca del resto, las autoridades civiles y eclesiásticas emplearon de manera creciente la categoría pardo o parda, un término utilizado para describir a una persona cuyos rasgos físicos -principalmente piel de tono oscuro- no encajaba en categorías más frecuentes como mestizo (hijo de padres blancos e indígenas), mulato (de padres blancos y negros), zambo (de padres indígenas y negros), negro o indio. En mi próximo libro, Hiding in Plain Sight: The Disappearance of the Black Population in Córdoba, Argentina 1776-1853, cuento este proceso, que tuvo sus orígenes en la ciudad debido a una serie de esfuerzos para civilizar a la población.

El término “aclaramiento” (lightening) apareció por primera vez en la obra del historiador norteamericano George Reid Andrews, quien escribió en su clásico libro, The Afro-Argentines of Buenos Aires, 1800-1900: “el mestizaje viene ocurriendo a gran escala y… junto con el uso de categorías ambiguas, ha llevado [un] progresivo aclaramiento de la población negra” [3]. He trazado a los individuos clasificados como negros en los census donde se incluye categorías raciales (1778, 1795, 1813, 1822 y 1832). Encontré que en el periodo 1813-1832, muchos negros y personas de color fueron registrados como pardos. Por ejemplo, en 1813, las hermanas Francisca y Magdalena fueron anotadas como indias libres pero en 1822 se volvieron pardas, o Josefa Rodríguez, que aparece como esclava negra en 1813, luego parda en 1822. Esta tendencia se mantuvo entre 1822 y 1832. Eugenio Acosta, un artesano clasificado como negro libre se convirtió en pardo libre. Así, el creciente empleo de la categoría pardo fue un intento de aglutinar a la población de color en una nueva categoría. Considerando que se trataba de una ciudad pequeña con una gran mayoría de población de color o no blanca a lo largo del periodo republicano (1810-1853), la necesidad por distinguir el “nosotros“ de “ellos“ fue un asunto prioritario para las élites.

Pero el término pardo no era utilizado para denotar otredad en otros lugares de Argentina. En Buenos Aires, poco después de la Independencia, apareció un nuevo término: trigueño, que fue empleado para describir a un considerable número de personas cuyos rasgos étnicos eran ambiguos. En Buenos Aires, el término trigueño se usaba para indicar a las castas de piel clara (mulatos, mestizos, zambos) o europeos de piel oscura (sicilianos, andaluces, portugueses). Documentos oficiales como listas de prisioneros en cárceles, empleados de la ciudad y reclutas en el ejército también utilizaban dichas categorías. Ser identificado como trigueño “brindaba un escape [o una] salida por la cual los afro-argentinos podían abandonar la categoría de negros por completo“ [4].

En Córdoba, la forma en la cual los descendientes de origen africano podían dejar de ser considerados negros, mulatos o zambos era a través de ser denominados pardos. El cruce racial se hizo evidente con el tiempo y puede ser observado en los censos del periodo 1813-1832, a medida que más pardos terminaban por desplazar a quienes tenían ancestros africanos. Hacia 1840, en el último censo de Córdoba previo a su anexión a la Confederación Argentina, esta categoría no aparecía como tal, marcando el inicio de la fase de blanqueamiento de la ciudad. Así, antes de que la población negra fuese blanqueada al final del siglo XIX en la ciudad de Córdoba, esta había ido aclarándose racialmente (lightening).

erika_edwards_pic Erika Edwards es Assistant Professor de historia colonial latinoamericana en la Universidad de Carolina del Norte-Charlotte. Su investigación se centra en la diáspora africana, historia urbana y sexualidad en los siglos XVIII y XIX en Argentina. Sus proyectos han recibido el apoyo de la Fulbright Commission, la Ford Foundation y más recientemente la AAUW Foundation. Puedes seguirla en Twitter: @Prof_Edwards y leer sus trabajos en su página web.

* “Pardo is the New Black: The Urban Origins of Argentina’s Myth of Black Disappearance” fue publicado originalmente en Global Urban History. Agradezco a los editores y a la autora por permitir su traducción exclusiva para Historia Global Online.

Published by José Ragas

Soy Ph.D. en Historia por la Universidad de California, Davis. Actualmente me desempeño como Profesor Asistente en el Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile. Anteriormente he sido Mellon Postdoctoral Fellow en el Departament of Science & Technology Studies en Cornell University y Lecturer en el Program in the History of Science and History of Medicine en Yale University. Correo de contacto: jose.ragas(at)uc.cl Para conocer más sobre mis investigaciones, pueden visitar mi perfil o visitar mi website personal: joseragas.com.