Absorbidos como estamos por nuestros propios temas de investigación, muchas veces olvidamos que en ocasiones es necesario salir de estos e intentar hacer un auto-examen de nuestra propia profesión y de lo que hacemos. No es un secreto que, como académicos, odiamos hacer eso: es incómodo y, algunos dirán, inútil. Solo basta, al parecer, hojear los libros de Carr, Febvre, Bloch o Hobsbawm, encontrar alguna cita interesante que nos reconforte y volver nuevamente a los documentos y archivos.
Sin embargo, con cada vez más frecuencia el “oficio de historiador” ha venido siendo puesto a prueba en los últimos meses en coyunturas específicas, como la segunda vuelta electoral, el Colegio de Historiadores, los textos escolares y otros más, en debates que han ocurrido no a través de libros y artículos impresos sino en blogs, posts y comentarios en facebook. El auto-examen es un ejercicio que no termina de consolidarse -la amenaza de un Colegio de Historiadores debió haber motivado una discusión mayor, que finalmente no se dio- pero que creo que estos temas al menos despertaron el interes de un grupo de personas preocupadas por lo que este proyecto significa.
Dentro de esta nueva línea de preocupación por el oficio mismo, me encontré con este texto, breve pero que sintetiza la necesidad por esta renovación y autoanálisis que, como profesionales del pasado, debemos realizar periódicamente. La conformidad siempre es tentadora, pero si lo que queremos es que se tome en cuenta y se respete el trabajo del historiador, entonces no podemos seguir trabajando como lo hemos venido haciendo hasta ahora. Y esta carta abierta, escrita por una colega ayacuchana, puede ser un buen inicio.
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