El breve papado de Benedicto XVI pasará a la historia como un punto de inflexión en la relación de la Iglesia Católica con el mundo. Desde los tiempos medievales, los papas han sido no solo el núcleo visible de la fe de los católicos, sino también su baluarte ante lo que ellos consideraban los enemigos de la Iglesia. La ortodoxia católica se construyó como la elaboración intelectual de la fe sencilla de la gente para protegerla de las “amenazas externas” de una modernidad que empezó a dudar de la validez intelectual y la relevancia ética de la fe católica. Muy poco se decía de los problemas internos que afectaban a la Iglesia, y muy pocos se atrevían a plantearlos públicamente. Con Benedicto XVI esto ha comenzado a cambiar.
Desde que era un joven sacerdote, Ratzinger consideró que la defensa de la Iglesia tenía que articularse intelectualmente. Aunque inicialmente se codeó con la generación de teólogos progresistas de Vaticano II, con el tiempo empezó a virar hacia posturas conservadoras. Como cardenal, se convirtió en el adalid de la doctrina ortodoxa de la Iglesia, pero con una notable profundidad teológica. A pesar de ello, corrientes progresistas como la Teología de la Liberación, sufrieron su implacable desaprobación. En verdad, Ratzinger fue un casi “vicepapa” durante el reinado de Juan Pablo II, pues mientras este conquistaba con su carisma a las masas, Ratzinger controlaba férreamente la estructura interna de la Iglesia. Ya como Benedicto XVI, tuvo que enfrentar dos crisis que se habían estado incubando en las entrañas de la Iglesia: la pederastia de algunos sacerdotes y el oscuro manejo de las finanzas vaticanas. Ante ello, intentó asumir el rol de moralizador, pero no contó con el respaldo de la jerarquía, lo que precipitó su renuncia.
El fin del papado de Benedicto deja a la Iglesia Católica en una de las crisis internas más graves de su historia y con un creciente desprestigio ante el mundo. Era iluso esperar grandes reformas en su pontificado, pero al menos inició un proceso de limpieza interna que el nuevo Papa debe continuar. Es casi seguro que Benedicto siga influyendo en la política vaticana desde su inédita posición de Papa emérito. Esperemos que su indudable inteligencia y honestidad influyan en lo que su Iglesia necesita desde hace décadas: “aire fresco”, como dijo Juan XXIII cuando anunció Vaticano II. Con la renuncia de Benedicto, la ortodoxia parece haberse agotado como respuesta de la Iglesia ante álgidas cuestiones contemporáneas: pobreza, violencia, equidad de género, diversidad sexual, etc. Pero con su retiro, Benedicto también puede haber iniciado un punto de inflexión para la Iglesia. Pues ahora solo le queda reformarse y abrirse al mundo para revitalizarse o seguir encerrándose en sus muros dogmáticos para empezar a morir dentro de ellos.
“Benedicto, el Papa que se agotó”, apareció publicado originalmente en El Comercio (Perú). Pero dada la importancia del tema, y considerando que el acceso al artículo original en El Comercio está limitado a sus suscriptores, su autor, Juan Fonseca Ariza, me autorizó a reproducirlo.
Juan Fonseca Ariza es historiador por la PUCP y especialista en historia del movimiento evangélico en el Perú, tema sobre el cual ha publicado ampliamente. La foto que abre el post proviene de [aquí]