Para ser un año del que no esperábamos nada en cuanto a aniversarios notables, el 2016 ha pasado a ser casi un annus horribilis, incluso antes de haber terminado. Escribir un balance, aún a menos de una semana de terminar el año, parece ser una invocación a traer una nueva tanda de malas noticias y sobresaltar aún más a una población hiper-sensibilizada. En el pasado, los cronistas medievales solían asociar algún evento o serie de eventos para calificar a un año como horribilus o mirabilis. Y al hacerlo, solían recurrir a algún evento inusual, como una mala cosecha o la presencia de algún fenómeno celeste. Acostumbrados a concentrarse en eventos específicos y puntuales, cuesta creer el desgaste físico y emocional que le hubiera significado a alguno de ellos tener que registrar los eventos políticos negativos, las muertes individuales y colectivas que han ocurrido en estos doce meses.
En realidad, las expectativas estaban depositadas para el próximo año, el 2017, en el cual la Reforma protestante cumplía medio siglo y la Revolución Rusa el primer centenario. Tan solo estos dos eventos marcaron no solo a Alemania y Rusia, respectivamente, sino que sacudieron los cimientos de la civilización occidental y crearon fisuras que han perdurado hasta hoy, e innumerables esfuerzos por entender los factores que llevaron al cisma del catolicismo con Lutero o a la búsqueda de la utopía revolucionaria con los bolcheviques. A nivel más regional, México conmemorará el primer centenario de la Constitución de Querétaro, que marcó un momento decisivo en el proceso de la Revolución Mexicana y el fin del régimen de Porfirio Díaz. Más allá, 1918 y 1919 ya estaban destinados a servir de catalizadores para el primer centenario de la Gran Guerra y continuar con la conmemoración iniciada en 2014.
Así, mientras organizaciones, investigadores y gobiernos se aprestaban a organizar sus calendarios para los próximos años, 2016 ha obligado a replantear el anticiparnos a determinados acontecimientos para irlos registrando a medida que van ocurriendo. Mientras los aniversarios permiten organizar nuestros calendarios y administrar la carga emocional que significa la conmemoración de eventos trágicos o decisivos, lo ocurrido en este año que termina deja una sensación de desconcierto y fragilidad al no poder dar una causalidad concreta a dichos eventos, excepto el que estos han ocurrido dentro de una temporalidad determinada, los últimos doce meses.
Asimismo, una mayor conciencia de eventos va de la mano con una percepción de fragilidad ante la pérdida de referentes (personajes célebres) o de resultados que se esperaban ocurrieran de una manera distinta, como el Brexit, el referéndum en Colombia o el triunfo republicano en Estados Unidos. El internet y las redes sociales han contribuido a consolidar la idea de que el 2016 es un año no solo distinto sino peor que los anteriores, dejando la puerta abierta a la ansiedad por los meses que vendrán. Y si bien se puede buscar atenuar el eco de estas noticias precisamente por la naturaleza propia de las redes sociales, lo cierto es que en cuanto a fallecimiento de celebridades en el año que pasó, medios como la BBC han registrado un aumento de por lo menos un 30% respecto de años anteriores, utilizando los obituarios que tienen preparados de antemano.
Como se desprende del perfil de las celebridades fallecidas, se trata de artistas que tuvieron su momento de auge en los años 80s, y que aún cuando en las últimas décadas gozaban de cierta popularidad, su imagen fue transversal a diversas generaciones, desde los baby boomers (nacidos en la post-segunda guerra mundial) hasta los más recientes millenials (nacidos alrededor del cambio de siglo). Podríamos extender el análisis a personajes políticos, como Fidel Castro, sin que el mismo se viese alterado. Pero es necesario destacar la naturaleza misma de cómo han circulado estos eventos, sobre todo a través de la web, una plataforma creada precisamente en el último medio siglo, y que viene desplazando –o al menos alterando– cualquier otra forma de transmisión de información desarrollada desde el siglo XVIII.
Debido a la web, las noticias son ahora inmediatas, el idioma ya no es una barrera infranqueable (la información es traducida inmediatamente) y las expresiones en torno a estos acontecimientos políticos y sociales suele ser de una mayor intensidad en un lapso de tiempo muy corto. No obstante, establecer que el año que termina es una tragedia basándose tan solo en el fallecimiento de celebridades o los resultados electorales adversos solo contribuye a perpetuar una visión muy sesgada de cómo procesar los eventos: deja de lado tragedias colectivas fuera de Occidente, o lo que para nosotros pudo haber sido malo pudo haber sido positivo para otros, por ejemplo, para quienes votaron por el Sí en Colombia, por Donald Trump en EEUU y por la salida de la Unión Europea en Reino Unido. Y no entender las razones que llevaron a este triunfo y reducir estos resultados a una lista de “malas noticias” es precisamente lo último que debemos hacer para mitigar el impacto que dichos resultados podrían tener en el futuro cercano; digamos, el 2017.
Hay, por supuesto, acontecimientos que fueron positivos: la paz en Colombia parece marchar de manera firme, pese al plebiscito inicial; la capa de ozono estaría recuperándose lentamente; el grupo extremista Boko Haram, responsable del secuestro de 200 niñas en abril de 2014, estaría cercado por el gobierno de Nigeria; en Austria la extrema derecho fue detenida en las urnas; se acaba de alcanzar un cese al fuego en Siria; y varias otras noticias más. Ello no impide reconocer el 2016 como un año particularmente trágico, independientemente del lado de la boleta electoral que hayamos marcado o si las celebridades fallecidas nos marcaron o no en nuestra juventud. Pocas veces un solo año ha sido peligrosamente comparado con coyunturas claves como 1914 (luego del asesinato a sangre fría del embajador ruso en Turquía) o 1933 (por el ascenso de la derecha extremista en Estados Unidos y Europa y su posibilidad de ganar las elecciones).
Solo queda esperar que el 2016 termine de la mejor manera posible. Y que el año que viene no intente superarlo en noticias malas.
Más sobre el tema:
¿Cómo recordarán los historiadores del futuro el año 2016?, BBC (Diciembre 29, 2016)
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