Todos los dictadores mueren. Tarde o temprano. Quizás no en las mismas condiciones que sus víctimas y quizás no todos cumpliendo sentencia, pero su muerte es un indicador de cómo cada sociedad ha lidiado con el periodo posterior a sus mandatos buscando llevar a los responsables ante la justicia. El caso de Jorge Rafael Videla (1925-2013) es uno de esos casos en el que el responsable de haber dirigido un régimen autoritario y sangriento, como fue el que le toco vivir a los argentinos por casi siete años, fue enviado a la cárcel con sentencia de por vida. Y ahí murió, sin que nadie lo llore y humillado por la forma en que se despidió de este mundo: en el baño de su celda, según dicen, aquejado por un problema estomacal a sus 87 años de edad. Su funeral fue discreto, a diferencia del de Pinochet, y si hubo quien lamentó su partida, además de sus familiares, debieron ser simpatizantes que lo hicieron en privado.
La muerte de Videla no va a pasar desapercibida. Su fallecimiento, y las circunstancias en las que este se produjo, van a tener repercusiones en la región, donde el tema de la impunidad acecha a Guatemala y Perú. Lo que parecía ser el triunfo de la justicia en Guatemala con una sentencia ejemplar al ex-dictador Efraín Ríos Montt ha pasado a un estado de perplejidad ante la noticia de la anulación de dicha sentencia por crímenes cometidos contra la población ixil. En Perú, por otra parte, la agrupación política y la familia de Alberto Fujimori han vuelto a levantar el tema del indulto al ex-Presidente, buscando presionar al actual mandatario Ollanta Humala y convencer a la opinión pública de la difícil condición en la que se encuentra Fujimori.
En el presente ensayo, el historiador argentino Federico Finchelstein arriesga un balance del legado de Videla situándolo en un contexto de alta politización y dentro del esquema de reinvención kirchnerista. Finchelstein es conocido por sus investigaciones sobre el fascismo en Argentina y por su libro Transatlantic Fascism (Duke, 2009) [Google Books] donde estudia precisamente las raíces autoritarias de la Junta que gobernó Argentina entre 1976 y 1983.
El legado de un dictador argentino, por Federico Finchelstein
Jorge Rafael Videla, líder de la Junta dictatorial de Argentina entre 1976 a 1981, murió en prisión el pasado 17 de mayo, pero su legado histórico está lejos de haberse detenido.
Aun cuando en su momento él fue reverenciado por algunos entusiastas de la Guerra Fría como el salvador de su país, no hay duda alguna sobre los crímenes que cometió, y muchos jóvenes argentino que nunca vivieron bajo su régimen lo consideran como un símbolo de la maldad. El debate que persiste es el de si Videla llevó a cabo una “guerra sucia”, lo que implica dos bandos, o si, como muchos historiadores señalan, él tan solo desató el terrorismo de estado.
Bajo el mando de la Junta, incluso un niño de cinco años sabía su nombre. Ese fue mi caso (…). Videla era una figura espectral con su voz gutural, su porte adusto y su bigote. Mis padres me contaron después que ellos habían considerado muy peligroso hablar sobre la Junta en presencia de un niño. Ellos conocían a mucha gente que había desaparecido. Al igual que muchos otros argentinos, aún intento procesar los crímenes cometidos por Videla: las desapariciones, los campos de concentración, los ciudadanos torturados, drogados y luego arrojados al Atlántico desde aviones militares. Un estimado oficial señala que hubo entre 10,000 y 15,000 víctimas. También se produjo el robo de recién nacidos, arrebatados ilegalmente a madres que estaban detenidas. Una de las razones por las que me convertí en historiador fue porque quería entender cómo había podido tener lugar una guerra sucia en un país moderno con una sociedad civil fuerte y progresista.
En la actualidad, Argentina una vez más tiene una sociedad civil fuerte, una democracia electoral y una cultura política dinámica que no deja lugar a los militares en la política. El país ha superado los esfuerzos de Videla por promover una “reconciliación”, y es más que evidente a partir de las reacciones ante su muerte que nadie considera que los militares fueron los salvadores de la patria. Pero el reciente giro en la percepción del legado de Videla trae consigo nuevos desafíos a los esfuerzos de Argentina por conciliarse con su pasado violento. La actual administración de sello peronista de la Presidente Cristina Fernández de Kirchner suele acusar con frecuencia que sus opositores estuvieron asociados con la dictadura o, si son muy jóvenes, de esperar su retorno. La dictadura se ha vuelto la última ofensa política, un medio populista de polarización política.
Igualmente problemático desde un punto de vista histórico son los esfuerzos de la administración Kirchner de presentar a las víctimas como héroes. En efecto, esto marca un viraje de una percepción legal de victimarios y víctimas bajo la Junta a una moral de “guerra” entre héroes y villanos. Y esta es precisamente la forma en que Videla deseaba ser recordado: como un guerrero en medio de un violento conflicto político. La Presidente Kirchner y su esposo y predecesor, Néstor Kirchner, se ven a sí mismos en el otro lado de esta guerra, como guerreros batallando contra el mal absoluto, pese a que ninguno tuvo un rol visible en la resistencia a la dictadura. Así la historia convertida en un melodrama populista presenta una visión del pasado donde las víctimas eran simpatizantes tempranos de la política actual.
Tales esfuerzos para enfatizar las identidades políticas de las víctimas como la razón principal para su victimización retrospectiva coloca a los crímenes cometidos por el Estado en la esfera política. Pero estos crímenes provinieron del ámbito externo de la política, por cuanto la “guerra sucia” estaba dirigida por el terrorismo de Estado, y no era una lucha entre diferentes visiones políticas. Los actos de Videla pertenecen a la historia de la genealogía del fascismo de Argentina, en la cual le correspondió escribir el último capítulo.
An Argentine Dictator’s Legacy, de Federico Finchelstein, apareció en The New York Times (Mayo 27, 2013). Su ensayo se suma al de otros historiadores que han analizado el legado de Videla, como Una sombra terrible, de José Emilio Burucía.
La imagen, que muestra a Videla al frente de las Fuerzas Armadas, proviene de aquí. La del Profesor Finchelstein proviene de aquí.