EEUU y la Gran Depresión

El Comercio ha publicado hoy en su portal el testimonio de Bob Newburger, quien comenzó a trabajar en la Bolsa de Valores en 1933, justo cuando la Gran Depresión comenzaba a menguar. En la actualidad tiene 95 años y cuenta de manera dramática los efectos de la Gran Depresión y cómo afectó a la gente común: algunos se suicidaban para que sus familias pudiesen cobrar el seguro o comían comida para animales de modo que pudiesen llevarse algo a la boca. Ver el video aquí

Para conocer mejor el origen y cómo se combatió una de las peores crisis de la historia mundial (solo superada por la que nos aqueja en la actualidad), he preparado este post que inserta la crisis en el marco de la hegemonía norteamericana posterior a la I Guerra Mundial.

 

 

Estados Unidos y la Gran Depresión

 

Si realizáramos una comparación entre Estados Unidos y el resto del mundo, en las primeras décadas del siglo XX, la imagen no podría ser más contradictoria: los norteamericanos entraban a una fase de prosperidad económica nunca antes vista, la cual terminaría abruptamente con la caída de la Bolsa de Nueva York (1929) y se prolongaría por algunos años más hasta el New Deal, un programa de reactivación económica emprendido por el presidente Roosevelt.

Así, el país que emerge entre la Primera Guerra Mundial y la crisis de 1929 se presenta como el más rico y poderoso del globo, si bien terminará de consolidar su hegemonía con la Segunda Guerra Mundial. la década de 1920 implicará un encierro voluntario por parte de la opinión pública norteamericana y del Gobierno; encierro que, por otro lado, no contradice su intervención en asuntos latinoamericanos a través de los préstamos y de una política de “buena vecindad” en reemplazo de las anteriores intervenciones militares. De igual manera, se realizó la Conferencia de Washington (1922) con la intención de frenar el imperialismo japonés.

 

La consolidación del poder norteamericano

En lo económico, Estados Unidos había incentivado su producción durante la guerra y sobre todo después de ella, impulsado por el ahorro de los años de conflicto, la necesidad de reponer los equipos destrozados en la guerra y el aumento del consumo provocado por años de penuria. Pero el incesante crecimiento de la producción llegó a su límite en 1922 cuando las industrias europeas volvieron a abrir sus puertas y Estados Unidos se vio obligado a reducir su producción en un 24%, provocando la quiebra de empresas y paros.

En lo social, se trató de reorientar la política inmigratoria. Concientes de que ya no quedaban más territorios por explorar, las autoridades limitaron la entrada de inmigrantes, promulgando dos leyes, una en 1924 y otra en 1929. A través de ellas, se reducía el ingreso de extranjeros a 150 mil por año, los mismos que deberían distribuirse equitativamente con el número de paisanos que ya vivieran en el país. Al mismo tiempo se producía un flujo de norteamericanos que emigraban hacia Europa; este grupo se hallaba compuesto por intelectuales, artistas y escritores que veían en el Viejo Continente el último espacio de cultura occidental.

En lo político, fue una etapa donde predominó la estabilidad durante los gobiernos de los presidentes Woodrow Wilson (1913-1921), Warren Harding (1921-1923) y Calvin Coolidge (1923-1929). La tendencia predominante fue la conservadora, donde debía predominar la moral como medio de combatir los vicios de la sociedad. Además, se estimuló la proliferación de negocios privados como forma de crecimiento de la sociedad. Algunas oficinas y servicios antes bajo administración del gobierno pasaron a manos privadas, como fue el caso de la Marina Mercante.

 

La política del aislacionismo norteamericano

Estados Unidos mantuvo una tradición de aislacionismo que se remontaba al presidente James Monroe,  que enfatizaba la no-intervención en asuntos políticos o militares de los demás continentes en los países de América (la llamada ‘Doctrina Monroe’). Un siglo después, esta política de Estado contaba con la plena aprobación popular. Al concluir la Primera Guerra Mundial en 1919, el presidente Thomas Wilson deseaba que las condiciones del Tratado de Versalles garantizasen una paz duradera, sin un revanchismo contra Alemania. Por ello, ideó la creación de un organismo que permitiese discutir las diferencias entre los estados. Esta sería la base de la Sociedad de las Naciones, que agruparía a los países aliados y asociados, excluyendo a las potencias derrotadas.

Para que el Tratado fuese válido era necesario que lo ratificara el Senado. Wilson confiaba en que la aprobación sería exitosa; no obstante, Washington acogió fríamente la propuesta, por lo que Wilson tuvo que salir en gira nacional para convencer a la opinión pública. Su negativa a llegar a un acuerdo con el Senado, hizo que éste votara en contra, en marzo de 1920. Aquejado por una parálisis, Wilson vio cómo se producía el golpe final, cuando salió elegido presidente Warren Harding, contrario al idealismo de Wilson y más cercano a las posiciones conservadoras del aislacionismo.

Con ello, Estados Unidos ratificaba su posición de dedicarse a los asuntos internos. Esto complicó la situación de Francia y Gran Bretaña, quienes ya contaban con el apoyo norteamericano para imponer el Tratado. Su ausencia en las negociaciones posteriores terminaría provocando lo que tanto temía Wilson: el revanchismo de las potencias con Alemania, que se tradujo en la onerosa cifra de reparación de guerra. Asimismo, la Sociedad de Naciones fue perdiendo legitimidad hasta su clausura en 1939.

 

El crecimiento económico y su impacto en la sociedad

La prosperidad que experimentó la sociedad norteamericana en la década de 1910 y 1920. fue consecuencia de factores como la renovación del sector energético, la consolidación de nuevos sectores industriales, el aumento de la productividad y del mercado de consumo, y del incremento de la actividad empresarial, todo lo cual se manifestó en un crecimiento de 15% anual entre 1914 y 1918. También hay que considerar que este auge no fue experimentado de manera homogénea por toda la sociedad.

La clase media se benefició de este impacto: se estima que hacia 1929 una de cada tres familias norteamericanas tenía un nivel de vida por encima de lo que se consideraba “decente” y que permitía cubrir más allá de sus necesidades básicas. Fueron asimismo beneficiados por la reducción de la tasa de desempleo, que bajó del 12% al 3,2% entre 1921 y 1929.

Los obreros sufrieron un doble impacto, ya que mientras sus beneficios sociales se incrementaban considerablemente mediante sueldos elevados, vacaciones pagas, planes de seguro y jubilación, en tanto organización sindical , su influencia se redujo considerablemente, ya que el número de obreros afiliados descendió de cinco a tres millones. La prosperidad familiar había derrotado a la política de protesta, como lo indica el hecho de que entre 1920 y 1928, el número de huelguistas decreciera de un millón trescientos mil a tan solo trescientos mil.

Los campesinos fueron los menos beneficiados con esta coyuntura. Frente a los bajos precios del mercado respecto a los productos agrícolas, un número considerable de ellos no pudo hacer frente a las deudas y vieron embargadas sus tierras. En muchos casos, los antes propietarios pasaron a ser simples arrendatarios de los nuevos dueños de sus tierras.

 

La caída de la Bolsa de Valores de Nueva York

A fines de la década de 1920, la sobreproducción sobrepasó la capacidad de consumo, es decir, se fabricaron productos en un número superior al que la población podía adquirir, y debido a que no toda la sociedad había sido beneficiada por igual con el crecimiento económico, las compras a crédito aumentaron. Esto produjo una demanda ficticia,Simultáneamente, la promesa de una época de prosperidad llevó entonces a una compra masiva de acciones en la Bolsa de Nueva York provocando el aumento del valor de las acciones, sin considerar que éstas carecían de un soporte financiero.

El desbalance entre el precio real de las acciones y su precio ficticio se hizo evidente en setiembre de 1929 cuando los precios comenzaron a bajar aceleradamente y los esfuerzos desesperados por venderlas provocó que el 24 de octubre de ese mismo año (el jueves negro), las cotizaciones se derrumbaran. Se estima que en esos días se pusieron en venta alrededor de 13 millones de acciones, las cuales se devaluaban conforme pasaban las horas.

El gobierno reaccionó rápidamente y el presidente Herbert Hoover organizó un plan de ayuda y de abaratamiento del dinero (explicar mejor esto). Se procedió a mantener los intereses en un nivel muy bajo de manera que la gente recurriera a los préstamos. Sin embargo, el logro más importante del gobierno fue llegar a un acuerdo con los empresarios para no reducir la producción, los salarios, ni efectuar despidos.

 

Hacia la crisis económica mundial

La expansión del comercio norteamericano en el exterior, convirtió la caída de Wall Street en una crisis mundial. Esto fue posible debido a tres factores:

  1. El descenso de los precios en Estados Unidos, que afectó a empresas europeas y japonesas que tenían precios muy por encima de los norteamericanos;
  2. El retroceso de la demanda norteamericana, que llevó a la inestabilidad de regiones agro exportadoras como Europa y América Latina; y
  3. La repatriación de capitales norteamericanos desde los países europeos y latinoamericanos, provocando el retiro de numerosas empresas estadounidenses y el despido de trabajadores en dichos territorios.

Al igual que en el caso norteamericano, los gobiernos europeos actuaron inmediatamente para evitar que la crisis se agravara. Fueron dos las medidas que adoptaron: la primera, protegió a sus industrias y productos, elevando la tarifa aduanera, además de devaluar sus respectivas monedas; la segunda, se limitó al gasto público y la circulación monetaria para reducir los precios (a diferencia de Estados Unidos). Esta última medida no fue del todo efectiva, ya que no se logró incrementar el consumo, aunque se estabilizaron los precios y los salarios.

En los primeros años de la década de 1930 los efectos de la crisis eran visibles en casi todas las partes del globo, ya sea en los países europeos como en las regiones periféricas, pues ambos espacios se encontraban interrelacionados por el comercio mundial . Lo cierto es que el principal saldo de la crisis fue un estado permanente de convulsión social y golpes de estado en los países asiáticos y latinoamericanos, mientras que en algunas zonas de Europa las doctrinas fascistas encontraban nuevos adeptos entre los desempleados.

 

Roosevelt, el “New Deal” y el keynesianismo

Si bien las medidas de Hoover lograron reducir en un primer momento el impacto de la crisis, éstas no bastaron para reactivar la economía e impedir las protestas que surgieron desde 1932 y contra las cuales Hoover no dudó en utilizar al ejército. Con el advenimiento de las elecciones, la necesidad de un mandatario que reestableciera la confianza de la población fue un clamor popular. El triunfador fue Franklin D. Roosevelt, un demócrata sobrino del ex-presidente Theodore Roosevelt, y que al momento de asumir el mando padecía de poliomelitis, lo cual no le impidió desempeñarse a la altura de las circunstancias en medio de la crisis.

Apenas asumió el mando, Roosevelt proclamó el lanzamiento de “un nuevo trato al pueblo estadounidense” (New Deal) que consistía en un conjunto de medidas destinadas a recuperar la confianza en el sistema financiero. En un lapso muy corto, conocido como los ‘Cien Días’, el Presidente buscó incrementar el gasto público en obras, dando una imagen de un país en constante actividad, al mismo tiempo que reestructuraba la banca. Posteriormente, en una segunda fase (1935-38) , creó una Ley de Seguridad Social, otorgó subsidios a los artistas y rediseñó la política tributaria además de aprobar una Ley Nacional sobre las Relaciones Laborales.

La ideología económica sobre la cual se basaba el New Deal había sido trazada en 1936 por John Maynard Keynes en su libro Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, donde defendía el consumo y la inversión antes que el ahorro. Asimismo, Keynes justificó la intervención del Estado en la economía para fomentar las inversiones y las obras públicas como forma de dinamizar la economía.

Published by José Ragas

Soy Ph.D. en Historia por la Universidad de California, Davis. Actualmente me desempeño como Profesor Asistente en el Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile. Anteriormente he sido Mellon Postdoctoral Fellow en el Departament of Science & Technology Studies en Cornell University y Lecturer en el Program in the History of Science and History of Medicine en Yale University. Correo de contacto: jose.ragas(at)uc.cl Para conocer más sobre mis investigaciones, pueden visitar mi perfil o visitar mi website personal: joseragas.com.

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