Los trágicos sucesos de Bagua pusieron a la selva en el centro del debate. Sobre todo porque se trata de una región que ha sido muy importante para el país pero de la cual se sabe poco. De ahí que el IFEA y el CBC hayan tenido la acertada idea de publicar el más reciente trabajo de Frederica Barclay, titulado El estado federal de Loreto, 1896. Centralismo, descentralismo y federalismo en el Perú a fines del siglo XIX (Lima, 2009).
Esta obra profundiza en los desequilibrios producidos por el interés del Estado en incorporar a la selva desde mediados del siglo XIX pero sin dotarla de un estatus apropiado de modo que permita a esta región desarrollarse por sí misma. El resultado podemos predecirlo: en 1896, Loreto, uno de los centros más importantes de la Amazonia, albergó una rebelión que pedía la inmediata autonomía de la región. La dejadez y la indiferencia del gobierno central habían empujado a una violenta reacción, la misma que, tanto a fines del siglo XIX como ahora, pudo haberse evitado.
La Directora del Instituto Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú y el Decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanidades de la Universidad de Piura, tienen el agrado de invitar a usted a la presentación del libro La élite piurana y la independencia del Perú: la lucha por la continuidad en la naciente república (1780-1824), de la doctora Elizabeth del Socorro Hernández García, doctora en Historia por la Universidad de Navarra (España) y magíster en Educación con mención en Historia por la Universidad de Piura (Perú).
El AH1N1 es el tema que recorre el último número de Letras Libres. Con un dossier que explora los diferentes aspectos de esta epidemia, la primera pero no la última del siglo XXI, Letras Libres nos ofrece diversas perspectivas sobre un tema de permanente actualidad, que está afectando a todo el globo y del cual recién estamos comenzando a conocer sus efectos.
El que Letras Libres se edite en México le da un toque peculiar a los artículos que aquí reseñamos, habida cuenta de que fue en ese país en el que esta epidemia tuvo una resonancia inimaginable, al punto de aislarlo y considerarlo el foco del mal (antes de denominarse “gripe porcina”, recordemos, era conocido como “gripe mexicana”).
El Fondo Editorial del Congreso de la República acaba de publicar el último libro del antropólogo Fernando Fuenzalida, La agonía del Estado-nación. Poder, raza y etnia en el Perú contemporáneo, el cual será presentado este miércoles 15 de julio a las 11 de la mañana en el Hemiciclo Raúl Porras Barrenechea del Congreso de la República.
Comentan el libro Juan Ossio, Enrique Prochazka y Federico Salazar.
Los dejamos con la reseña del libro que Martín Tanaka ha publicado en su blog.
Es, sin duda alguna, el ícono más representativo de la política del siglo XX. Su imagen compite con los logos de las compañías y las fotografías de personajes en una carrera por la ubicuidad. Lo vemos en todos los lugares posibles: hogares, plazas, polos, gorras, zapatillas, etc. Desde su muerte, el Che Guevara se ha convertido casi en un símbolo religioso, para quienes consideran que la revolución y el cambio social es un culto, y para quienes ven en él a una suerte de profeta armado y un mártir que murió defeniendo sus ideas.
Michael Casey, en su reciente libro Che’s Afterlife: The Legacy of an Image,aborda la trayectoria de la imagen del Che, como si se tratara de una obra de arte, para indagar por cómo su figura ha sobrevivido más de cuarenta años y parece mantener una vigencia inusual. En Che’s Afterlife encontramos una historia social de la iconografía del Che y de cómo las diversas épocas, gobiernos y generaciones han adoptado su imagen como slogan de cambio (su más reciente mutación sería la aparición del Che en la campaña de Obama). Aquí hemos traducido una parte de la reseña que Maurice Isserman le dedica al libro y que apareció publicada en The Guardian como Afterimages.
El 9 de octubre de 1967, un comunicado del ejército boliviano desde La Paz anunciaba que Ernesto Che Guevara, el revolucionario comandante de la guerrilla había sido capturado por soldados y muerto en combate. The New York Times respondió con un editorial no exento de satisfacción, en el que se mencionaba lo siguiente: “Parece que tanto el hombre como el mito han sido abatidos”. No era la predicción más acertada del Times. Fotografías del cuerpo sin vida del Che aparecieron pronto en periódicos alrededor del mundo, poniendo fin a los rumores acerca de su muerte. Quizás la imagen más famosa fue aquella tomada por Freddy Alborta, en la que se muestra el cadáver del Che en la conferencia de prensa del ejército boliviano. La controversia sobre las circunstancias en las que murió el Che aun sigue vigente. ¿Fue muerto en combate o ejecutado a sangre fría? ¿Fueron los soldados que los ejecutaron los mismos que le amputaron sus manos y las preservaron para luego cremar su cuerpo? Sus miembros amputados fueron llevados a Cuba en 1970 mientras sus huesos fueron descubiertos por un equipo forense cubano en 1997 en Bolivia y fueron llevados a Cuba para recibir entierro con honores de estado.
En Che’s Afterlife: The Legacy of an Image, Michael Casey señala que las mujeres campesinas que vieron el cuerpo del Che el nueve de octubre con el permiso de los oficiales del ejército “arrancaron sigilosamente pelos de la cabeza del Che y los guardaron para hacer de ellos un futuro talismán”. Pocas semanas después, el periodista y novelista Jose Iglesias, al dar cuenta de la muerte del Che para el diario La Nación, brindó a sus lectores una interpretación alternativa. Iglesias escribió que al igual que las reliquias de Santa Teresa de Ávila —una religiosa y mística carmelita del siglo XVII— las manos del Che “muy bien podrían acompañarnos por un largo tiempo para fortalecer la no religiosa pero descalza Orden —similar a las estoicas Carmelitas de Santa Teresa— de las guerrillas en América del Sur”. Las referencias míticas al sangriento revolucionario, conocido por muchos en la actualidad como “San Ernesto”, solo crecieron en los siguientes años. “Involuntariamente, el ejército boliviano entregó al mundo una última y carismática imagen del hombre al cual ellos habían dado caza”, señala Casey. “Ellos proporcionaron un Che crucificado”, añade. Además, John Berger y otros críticos de arte han sostenido que la foto del cadáver del Che tomada por Freddy Alborta expresa una inquietante semejanza con las representación pictóricas renacentistas de Jesucristo al momento de ser bajado de la cruz por los romanos.
El Che jamás posó para una mala foto, ni siquiera cuando murió. De todas las fotografías suyas que quedan, una en particular se mantiene vigente: aquella en la que aparece de busto como un barbado y melenudo Che de 31 años, vistiendo una chaqueta en la que lleva la estrella que lo designa como comandante. Casey convierte a esta imagen en el centro de Che’s Afterlife, y en el capítulo inicial el autor ofrece una vívida recreación de aquel “milisegundo congelado” en el que la foto fue tomada. La fecha: 5 de marzo de 1960; el lugar: un área cercana al Cementerio Colón en La Habana; la ocasión: un funeral público patrocinado por el gobierno revolucionario. El día anterior, una nave francesa que transportaba municiones a Cuba había volado por los aires de manera misteriosa, matando a numerosas personas e hiriendo a cientos de ellas. Se sospechaba de la participación de la CIA, pero esto nunca fue probado. El Che, quien había estado en una reunión en el centro de La Habana cuando la nave explotó, se acercó al área siniestrada y brindó ayuda médica a los heridos y moribundos.
El 5 de marzo, el Che estaba de pie en la tribuna mientras Castro arengaba a la multitud. Él estaba concentrado en el mitin cuando el fotógrafo Alberto “Korda” Díaz Gutiérrez tomó una foto del Che para Revolución, el periódico oficial del Movimiento 26 de Julio de Castro. Al momento de tomar la foto, el Che estaba encorvado dentro de su casaca debido al frío de aquel día de marzo. La tensión que reflejaba el Che en esta posición, combinada con la mirada concentrada (“furiosa y amarga”, fueron las palabras de Korda sobre el humor del fotografiado), la convirtieron en una imagen dinámica. Citando al historiador del arte David Kunzle, hace notar los “imanes estéticos” que constituyen el cabello, la barba y la estrella, los cuales “capturan la atención del espectador” cuando mira la fotografía y “brindan referencias del arte llano (derivative)”, llevando a formas más sencillas y simples de “reproducción masiva de un ícono de dos tonos”.
Korda sabía que había tomado una buena foto, pero sus editores no estaban de acuerdo: la fotografía no apareció al día siguiente en Revolución. Durante los siguientes años, solo tendría algunas apariciones en los periódicos cubanos. Pero alguien con una posición influyente reconoció el potencial iconográfico de la imagen. Poco después de la muerte del Che, la foto –por ese entonces conocida como “Guerrillero heroico”- fue convertida en el punto central de la propaganda oficial cubana. Esta adornaba la sala de un encuentro internacional de artistas y escritores en La Habana en mayo de 1967, y posteriormente, en el verano fue llevada a la reunión en la que se creaba la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina). El “Guerrillero heroico” de Korda se fundió con el famoso eslogan del Che en el que hacía un llamado a la izquierda internacional para “crear dos, tres… muchos Vietnam”. En los años que siguieron a la muerte del Che, la foto de Korda, así como las variantes que se establecieron a partir de la original, se volvieron el insumo principal de la prensa radical y posters de izquierda en Norteamérica, América Latina y Europa occidental. En un irónico giro de los años sesenta, la imagen adquirió un sentido comercial, siendo usada para vender desodorantes, condones e incluso un helado llamada Cherry Guevara.
Michael Casey, editor en jefe del Dow Jones Newswires en Buenos Aires y corresponsal del Wall Street Journal, es particularmente entusiasta con la contaminación comercial que experimenta la reciente apropiación de la imagen del Che, al considerarla la “comercialización (commoditization) de un rebelde anticapitalista quien se opuso a esta hiper comercializada imagen que ahora él representa”. Como Casey lo menciona, el tema no es que la imagen esté ahora desprovista de un mensaje político solo que ahora tiene tantos significados que es difícil que dé forma a alguna ideología coherente en sí misma. Como uno podría esperar, la imagen de Korda permanece como el “símbolo de la elección” para los rebeldes de la América Latina de nuestros días, “donde quiera que los activistas regionales le sacan el dedo medio a los Estados Unidos y el sistema de libre mercado”. También ha demostrado ser una iconografía itinerante en Palestina, Nepal, Timor oriental y muchos otros países que presentan movimientos insurgentes radicales. Pero su imagen no remite a los clásicos movimientos de izquierda; ha sido también apropiado por “los rebeldes cristianos en Sudán que pelean contra el régimen musulmán”. De manera perspicaz, Casey indica que el significado contemporáneo de la imagen del Che no remite ni al comunismo ni al antiimperialismo sino a la actitud y al sacrificio. “Un hombre, un maestro, establece un código personal de conducta para construir una sociedad justa, una utopía, y procede a vivir y morir de acuerdo este”.
Por Che’s Afterlife nos enteramos también sobre el fotógrafo que capturó la imagen “Guerrillero heroico”. Antes de la revolución, Korda tenía una bien ganada reputación como el mejor fotógrafo de modas. Su estudio pasó a ser “el lugar de encuentro de la gente bonita de La Habana”. Como alguien que dedicaba sus ratos de ocio a coleccionar modelos, actrices y automóviles de marca (un MG convertible y un Porsche), Korda ofrece el perfil perfecto para un exiliado a Miami después del triunfo de Castro y el Che en 1959. Sin embargo, él “realizó una sorpresiva transición del glamoroso mundo de las modelos y estrellas de cine a los rudos soldados de Castro”. Quizás la transición no fue tan sorpresiva dado que, como lo señala Casey, La Habana de aquellos primeros días de revolución había conservado su glamour en medio del ascetismo del nuevo orden. Revolución, medio en el que aparecieron muchas de las fotos de Korda, privilegiaron una iconoclastia de libre estilo con “una cierta estética norteamericana” que “tomó prestado parte del sex appeal de la Cuba pre-revolucionaria y la implantó en el contexto de lo que se asumía era una nueva era de liberación”.
Desafortunadamente, aquella promesa se volvió irrealizable a medida que la Cuba comunista caía bajo la sombra de su hermano mayor soviético. En los primeros días del nuevo régimen –y en un momento más acorde con la leyenda del Guerrillero heroico– el Che cumplió su rol como comandante de la prisión de La Cabaña en La Habana, donde un número de prisioneros políticos fueron ejecutados (el estimado del número de víctimas va de unos cuantos cientos a miles). Muchos de los editores y redactores de Revolución se convertirían en exiliados antes que termine la década. Korda se convirtió en un firme y convencido revolucionario durante los difíciles años que siguieron. También se convirtió en un hábil negociador de los derechos de su famosa imagen y los beneficios que esta generó en el resto del siglo. En un acuerdo legal de setiembre de 2000, una agencia de publicidad británica acordó pagarle US$ 75 000 por hacer uso de la imagen sin previa autorización para la propaganda del vodka Smirnoff. Korda donó el dinero al sistema cubano de salud. La decisión de la corte llevó al retiro de la foto y reconoció el derecho de propiedad sobre la misma al anciano fotógrafo. Korda murió al año siguiente, dejando como herederos en disputa de este patrimonio a varios cubanos.