Katyn, Rusia y Polonia: una doble tragedia

El accidente aéreo que provocó la muerte del presidente polaco Lech Kaczynski así como de un centenar de personas, todas ellas vinculadas al Gobierno de ese país, no pudo haber ocurrido en un lugar ni un momento más delicado: el área cercana al bosque de Katyn cuando retornaban de un homenaje a lo ocurrido en esa zona setenta años antes. Como se sabe, el nombre de Katyn es motivo de polémica y amargas disputas entre los gobiernos de Rusia y Polonia desde la segunda guerra mundial, debido a la actitud de negación de la otrora URSS y ahora Rusia sobre la ejecución de 20 mil polacos, entre oficiales e intelectuales, por órdenes de Stalin en 1940. Precisamente, el avión que se estrelló tenía como objetivo rememorar el 70 aniversario de la matanza. 
 
La invasión a Polonia, primero por Alemania, y luego por la URSS, en base al pacto firmado entre estas dos potencias, hizo de Polonia uno de los peores escenarios de la guerra. Aunque se suele recordar la participación nazi en Polonia, Stalin se encargó de imponer una dominación violenta que solo anticipaba la suerte de los países ocupados en la Guerra Fría. Como lo recuerda Timothy Garton Ash, solo en 1990 fue que Gorbachov reconoció la participación de la URSS en la matanza. Hasta ese momento, el régimen soviético había sostenido la tesis de que fueron los nazis los responsables de las muertes. Estas muertes, no obstante, solo eran un episodio más en las tensas relaciones entre la URSS y Polonia, sobre todo si uno recuerda que el héroe polaco de mayor admiración es Józef Pilsudski, conocido por su papel en la defensa del país frente al intento de invasión del naciente estado bolchevique.
 
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Presentación de libro: Rebeldes republicanos. La turba urbana de 1912, de Luis Torrejón

Hubo un momento en que Lima en tanto ciudad era el hervidero de la política y la agitación social. Ahora que ha resurgido el tema de los conflictos sociales en la prensa y los círculos académicos, no queda sino constatar que estas movilizaciones se han desplazado hacia la sierra y sus centros urbanos.
 
El quiebre de estos movimientos en las ciudades -no solo en Lima, por supuesto- tiene varias explicaciones, las cuales se pueden resumir en la lenta y progresiva desintegración del tejido social que le daba fuerza a este movimiento: la clase trabajadora. Este proceso fue de la mano con la erosión del sentido de organización por medio de los gremios y su asedio, la cual se acentuó durante el gobierno de Fujimori por medio del uso de la represión y de medidas neoliberales. Una explicación adicional a la inexistencia en la actualidad de un movimiento urbano masivo radica en la incapacidad de los líderes sindicales para establecer propuestas que integren a la sociedad civil y a otras agrupaciones políticas.
 
Luis Torrejón nos entrega en Rebeldes republicanos. La turba urbana de 1912 un momento decisivo de las movilizaciones sociales que se produjeron en la Lima de inicios de siglo. Se trató del momento cumbre de las organizaciones de trabajadores, los cuales lograrion articular a la plebe urbana y la clase media para llevar a Palacio de Gobierno a Guillermo Billinghurst y consolidar su régimen. Aun cuando la presidencia de Billinghurst duró poco, este periodo constituye uno de los más fascinantes momentos de encuentro entre el poder político y el poder popular proveniente de las ciudades. Se trata de un estudio sólido que va a permitir la discusión sobre la historia urbana y de las clases trabajadoras en nuestro país.
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El valor de estudiar Historia

Con la crisis económica que aun se deja sentir y que ha afectado los presupuestos de las Universidades, resurgen las opiniones sobre si las Humanidades y las Ciencias Sociales -en este caso particular, la Historia-, son viables. Por viables, se entiende, en primer lugar, lucrativas, y solo en un plano muy alejado se insinúa la importancia que tiene para la sociedad. La situación no es nueva: cuando se trata de hacer ajustes, estas áreas son las que más suelen sufrir los recortes, en comparación, por ejemplo, de carreras como Ingeniería o las vinculadas con las ciencias. En el fondo, subyace la creencia de que las Humanidades no brindan beneficios a corto plazo, ni se traducen en patentes de medicinas, inventos o inversionistas para los centros de educación superior. Asimismo, las fluctuaciones en el mercado de trabajo han llevado a no pocos a reconsiderar si dedicarse a la Historia es conveniente durante esta coyuntura, pese a que algunos estudian han demostrado que se trata de una de las profesiones mejor pagadas.
 
¿Es posible competir con laboratorios, profesiones en constante demanda y la imagen secular de que las ciencias duras u otras disciplinas tienen una importancia per se dada su supuesta aplicabilidad en la vida diaria? Definitivamente, estamos hablando en lenguajes paralelos, que enfatizan un valor distinto para la Historia, las Humanidades y las Ciencias Sociales (al respecto, véase el artículo de Newsweek aquí). Quizás uno de los aportes más importantes de la Historia en los últimos años ha sido el de enfatizar el papel de la memoria de una manera crítica, lo cual ha llevado a desarrollar una conciencia más crítica en diferentes partes del mundo respecto a gobiernos injustos o corruptos. No quiero caer en el lugar común de repetir que la Historia es una herramienta para entender el presente, porque para eso los historiadores deberíamos tener cierto consenso en que esta no debe limitarse tan solo al estudio de una época ni una región en particular y de cómo hacerla más atractiva y acercarla precisamente a los problemas del presente. Lo cierto es que nos encontramos en una etapa en que podemos aprovechar de transmitir contenidos históricos a una cantidad mayor de personas, a la vez que buscar interiorizar cómo el conocimiento del pasado permite una perspectiva distinta de quienes no lo practican o a quienes les ha sido impedido ejercerlo en su condición de ciudadanos.
 
En medio de las discusiones que se han producido sobre la crisis y la Historia, he traducido un artículo aparecido días atrás escrito por Jean Smith y que reflexiona precisamente sobre los tópicos a los que he hecho mención antes.
 
 
El valor de la Historia

Luego de haber pasado cuatro años en el doctorado, no son pocas las veces en que la gente me ha preguntado qué planeaba hacer con mi título, a veces con sincera curiosidad, otras veces de modo crítico o condescendiente. Incluso yo mismo me he preguntado si haberle dedicado tiempo a estudiar y enseñar historia me había llevado a vincularme con algo trivial o autoindulgente, menos útil a la sociedad que, digamos, estudiar Leyes u obtener un título de Doctor en Medicina. Pero tras haber estado cuatro años en el doctorado y tres trabajando como Asistente de Docencia (Teacher Assistant), me he dado cuenta de la importancia pública que tiene el estudio de la historia y pienso que es particularmente importante, especialmente en tiempos como estos, de recorte de fondos y anti-intelectualismo.
 
Algunos posts recientes se refieren a este tema. El de Angela Sutton (“History Pays for Itself”) se enfoca en el importante tema de que pese a que los Departamentos de Historia así como los de Humanidades y Ciencias Sociales son subsidiados por los de ciencia e Ingeniería, en realidad ellos significan más una inversión en cuanto a lo que pagan los alumnos por sus estudios que en lo que gastan, y que indirectamente pueden estar costeando los costosos laboratorios y equipo requerido por las ciencias duras. Como lo hace notar Sutton, es importante hacer notar estas percepciones equivocadas, de modo que nos permita no perder de vista el valor intrínseco del estudio de la Historia. A su vez, el post de Shellen Xiao Wu (“The Dollar and Cents of Higher Education”) aporta información sobre la falta de consenso en Estados Unidos acerca de si la educación superior es un bien público o un producto de consumo.
 
Creo firmemente que la educación superior es un bien público y que el estudio de la Historia brinda importantes beneficios. Aprender Historia desde un amplio rango de perspectivas es importante para el ciudadano, no solo porque provee de estudiantes con nuevas miradas hacia el pasado así como el contexto para comprender temas de actualidad, sino porque enseña a los estudiantes valiosas habilidades. Como Asistente de Docencia y como estudiante he podido ver cómo el estudio de la Historia ayuda a desarrollar la habilidad para analizar argumentos, expresas ideas complejas, dirigirte a quienes tienen opiniones distintas de manera respetuosa y escribir de manera clara y persuasiva, solo por mencionar algunas ideas que me vienen a la mente.
 
Como profesor de los cursos de World History e Historia de África, he visto cómo los estudiantes norteamericanos se han visto beneficiados con una mirada más amplia que los ha llevado a repensar muchas de sus ideas previas sobre el mundo más allá de Estados Unidos. Esto no significa que tales habilidades puedan ser obtenidas solo a través del estudio académico de la Historia, pero no debemos perder de vista el papel que cumple el estudio de la Historia al preparar a los estudiantes para su vida personal y como ciudadanos luego de graduarse. Por estas y otras razones, el estudio académico de la Historia es importante, y si bien puede parecer que me sumo al coro de voces que ha dicho esto de antemanos, considero que debemos insistir en la importancia tanto de la Historia como de la educación superior.

La imagen de la cabecera proviene de aquí mientras que la foto del interior de aquí.

El Papagate: Por qué Benedicto XVI se parece cada vez más a Richard Nixon

Es una de las Semanas Santas más amargas que la Iglesia Católica ha de recordar en muchos años. Los casos de abuso sexual a niños, cometidos por sacerdotes, no son nuevos, pero sí lo es la resonancia que han tenido y los alcances que nuevas revelaciones están teniendo al vincular directamente al Pontífice Benedicto XVI con el ocultamiento de pruebas o negligencia para tratar estos casos cuando fue Obispo. Y en esta situación, el máximo pilar de la fe católica se ha visto asediado desde diversos frentes por los medios y por una población que exige justicia. Además, es una de las pocas veces en que se pide la renuncia de un Papa de forma pública (antes se había solicitado el retiro de Juan Pablo II, pero por razones de salud, dado su evidente deterioro físico poco antes de morir).
 
Una Iglesia acorralada produce respuestas desesperadas. En una de las más lamentables intervenciones de un miembro del entorno papal, este ha salido a declarar que los ataques a la Iglesia y las críticas al Papa guardan similitud con el antisemitismo. Rápidamente, otro alto funcionario, el portavoz de la Iglesia en Roma, ha salido a señalar que se trata de expresiones a título personal que no reflejan para nada la posición de la Iglesia.
 
Menos mal. Porque traer a colación el tema de la relación de la Iglesia con la población judía en este momento es algo suicida. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial un manto de duda se ha ceñido sobre Pío XII y lo que se considera fue una acción insuficiente de parte suya para reducir el costo humano del Holocausto. Los otros argumentos que han salido a esgrimir para blindar al Papa no dejan de ser absurdos: en uno de ellos se culpa a la homosexualidad y en otro a los avances del mundo moderno, que acrecentarían las tentaciones de los sacerdotes a cometer este tipo de actos.

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Alberto Flores Galindo (1949-1990). Homenaje y testimonios

Aún cuando mi generacion no llegó a conocerlo, la presencia de Flores Galindo ha gravitado sobre esta de una manera como ningún otro historiador peruano lo ha hecho. Ni siquiera Basadre, cuya imagen afable esta más cercana a una solemnidad que invita a la distancia mas no al entusiasmo. Quizás Macera pudo haber compartido ese espacio para la irreverencia y la complicidad. Pero su opción política (el fujimorismo) así como su posterior ostracismo personal en la última década nos privaron de otra mente tan filuda como necesaria.

¿Como explicar entonces la persistencia de Flores Galindo, en un medio en el que la historia parece ser confinada a la memorizacion o a la anécdota pintoresca? En primer lugar, esta se debe a que su obra no se limitó a los estrechos marcos que la comodidad pretende darle a la Historia al convertirla tan solo en el análisis del pasado. Para él, el pasado y el presente se fundían en uno solo, en un espacio imaginario donde el archivo y la calle no se excluían.

En segundo lugar, su rol de transgresor lo llevó a incursionar en esa quimera tantas veces citada pero tan poco practicada que es (¿fue?) la interdisciplinariedad. En una época tan compleja como fascinante como fueron los años setenta y ochenta, en la que las fronteras de la Historia se redefinían constantemente, Flores Galindo supo echar mano de diversos recursos metodológicos hasta encontrar aquel o aquellos que le fuesen más ventajosos al momento de analizar una fuente o proponer una idea. Alguien que citaba por igual a Riva-Agüero y a cineastas como Pasolini o marxistas británicos es dificil de hallar, más aun si sus textos eran leidos por economistas, sociólogos, antropólogos, etc.

Su legado continua vivo, sin lugar a dudas. Como lo mencionábamos en una nota que redactamos entre Jorge Valdez y quien escribe (ver link al final de este post), en el extranjero su obra ha estado circulando desde hace algunos años atrás mientras al interior de las fronteras sus libros se siguen leyendo, por más que falte una edición popular de sus obras para hacerlas más accesibles. Sin embargo, este año de aniversario se va a cerrar con broche de oro, pues se anuncia la versión en inglés de Buscando un Inca, por el sello editorial de Cambridge University Press y con el titulo de In Search of an Inca. Identity and Utopia in the Andes. La traduccion ha corrido a cargo de Carlos Aguirre, Charles Walker y Willie Hiatt.

 

Los testimonios

La idea de rendirle un homenaje a Flores Galindo a traves de este post incluye la de reunir los testimonios de cuatro historiadores que fueron cercanos a él. Carlos Aguirre, Cecilia Méndez, Jose Luis Rénique y Charles Walker -todos ellos docentes en universidades norteamericanas- cuentan sobre el vínculo personal y cercano que establecieron con el homenajeado y cómo este influyó en sus trayectorias, no solo como colega sino como amigo y “compañero de ruta” en los dificiles años ochenta.

Carlos Aguirre (Universidad de Oregon). Alberto Flores Galindo y los tiempos de plagas

Recordar a Alberto Flores Galindo nos obliga a rememorar las luchas, esperanzas y frustraciones de las décadas de 1970 y 1980, años cruciales en la formación del Perú contemporáneo. La promesa (y la necesidad) de implementar reformas radicales en las estructuras sociales y económicas del país quedaron reflejadas en el proyecto velasquista iniciado el 68, en la movilización sindical y popular que tuvo su punto culminante en el paro nacional de Julio de 1977, en el surgimiento de una izquierda legal de masas con inusitado poder electoral que llevó a Hugo Blanco a la Asamblea Constituyente y a Alfonso Barrantes Lingán a la alcaldía de Lima, y en el autoritarismo letal de Sendero Luminoso que prometía el paraíso comunista en los Andes. En todos estos casos, sin embargo, el desenlace final representó una gran frustración colectiva: Velasco y su proyecto fueron derrotados por los sectores más conservadores de las fuerzas armadas, el sindicalismo sufrió los embates del neoliberismo y la crisis económica, la izquierda legal se deshizo en medio de pugnas de capilla y la ausencia de visiones renovadoras, y la “revolución” de Sendero devino en una guerra sucia que puso al país al borde del abismo.

Flores Galindo fue un observador atento y, en ocasiones, un actor central de esos procesos. Acercarnos a su obra require entender que ella fue concebida y ejecutada al interior de una sociedad que buscaba enfrentar desafíos históricos de enormes proporciones: liquidar el legado del colonialismo y el racismo, construir una nación inclusiva y democrática, e impedir que los valores y la cultura andinos se vean avasallados por la modernidad y lo que ahora llamamos globalización. Flores Galindo maduró intelectual y políticamente en pleno proceso velasquista, vivió intensamente los procesos que dieron forma al movimiento popular y clasista de los 70s, participó activamente de los debates que acompañaron el crecimiento desbordante de la izquierda electoral en el periodo 1978-1983, y enfrentó el desafío que representaba Sendero Luminoso desde una postura socialista ajena tanto al autoritarismo militarista como al modelo polpotiano de las huestes de Guzmán.

Reconstruir los veinte años de producción intelectual de Flores Galindo significa hacer un recorrido por esos años de pasiones y esperanzas, de ilusiones y frustraciones, de intensos debates intelectuales y políticos. Cada uno de sus trabajos fue pensado como parte de un debate a la vez historiográfico y político. La conquista y las sociedades andinas, la extirpación de idolatrías, las rebeliones de Túpac Amaru y Juan Santos Atahualpa, la crisis colonial, el racismo, las revueltas y tomas de tierras campesinas, las guerrillas de los 60, el velasquismo, el marxismo y la izquierda, los intelectuales, Arguedas: el abanico de temas que trató fue tan amplio como el espectro de sus preocupaciones metodológicas y teóricas, pero en todos ellos se puede percibir su intensa preocupación por la sociedad en que vivía. Sus modelos intelectuales –Mariátegui, Gramsci, Benjamin, Thompson, Vidal Naquet, entre otros- fueron pensadores que miraron al pasado para convertirlo en herramienta de transformación del presente. No hay otro historiador en el Perú del siglo veinte que haya logrado lo que Flores Galindo consiguió: conjugar en su obra y su esfuerzo vital (como investigador, profesor, conferencista, periodista, militante y animador de iniciativas culturales) el rigor académico, la pasión por la historia, una incesante curiosidad intelectual, y una tenaz intervencion en el debate político. Flores Galindo fue quien mejor encarnó la figura del intelectual público en ese “tiempo de plagas” que le tocó vivir.

Su vigencia, veinte años después de su muerte, radica no necesariamente en la infalibilidad de sus propuestas, sino en el ejemplo de su esfuerzo agónico por entender la dramática historia de nuestro país y por contribuir a forjar una sociedad justa y solidaria. En estos tiempos de desencanto, cinismo y frivolidad generalizados, cuando las injusticias y exclusiones no parecen generar la indignación que movilizó voluntades en tantas otras épocas de nuestra historia, la obra y el legado de Flores Galindo nos pueden servir de inspiración para resistir la tentación del conformismo y la apatía.

Cecilia Méndez (University of California, Santa Barbara). Recordando al Maestro

Lo conocí casualmente un día de 1980 en la Biblioteca Nacional. El año lo recuerdo muy bien porque acababa de publicarse la primera edición de Apogeo y crisis de la República Aristocrática, que él escribió junto con Manuel Burga. En la contratapa estaba su foto con esos inconfundibles lentes de carey. Nunca lo había visto en persona, pero ya lo admiraba; leía con avidez cualquier cosa que escribiera en revistas, y sus libros. Entonces me armé de valor; me acerqué, me presenté y le comenté que estaba haciendo una monografía sobre la rebelión de Rumi Maqui para un curso en la Universidad Católica y que había leído algo del personaje en su libro Apogeo y crisis y le pregunté si tenía algo para aconsejarme. De inmediato dejó lo que estaba haciendo y me sugirió ir a la terraza a conversar. Era muy alto, hablaba con gran entusiasmo,  moviendo las manos. Recuerdo que me dijo que viera los diarios de debates del Congreso y que estuviera atenta a la aparición de su nuevo libro, La agonía de Mariátegui, que ya salía. A lo cual agregó, “y cuando termines tu monografía, dámela para leerla”.

Nunca lo hice. No sé bien por qué. Creo que pensé que nada de lo que yo escribiera podría estar a su altura. Pero el impacto de esas palabras fue tremendo para mí . Qué podía yo, una chica de 20 años recién ingresada a facultad escribir que pudiera interesarle al ya consagrado Alberto Flores Galindo? ¿Por qué interesarse por lo que pudiera escribir una “cachimba” del oficio?  Pero así era Tito.  Esa actitud desprendida, desinteresada, y apasionada era justo lo que lo caracterizaba. Tito era pura avidez intelectual. Era un intelectual fecundo y generoso. Nunca vi a otro profesor que citara tanto los trabajos de sus alumnos. Tampoco es común entre los intelectuales ver un personaje tan gregario. Creo que todos sus proyectos intelectuales fueron colectivos. Mis visitas a su oficina, siempre llena de poetas, artistas, periodistas y estudiantes, fueron mi primera escuela de post-grado. Nunca entendí como escribía tanto si siempre estaba rodeado de gente. Y cuando se lo pregunté una vez, él, detrás de su vieja máquina de escribir, me dijo con la mayor naturalidad sin la menor pretensión: “¿Ah? Me lanzo nomás”.

En los diez años que duró nuestra relación, desde aquel encuentro en la Biblioteca Nacional, hasta su muerte prematura, nunca lo tuve de profesor. Pero, que duda cabe, fue mi mejor maestro. Quizá el maestro se distingue porque su ejemplo inspira. Después de 20 años me sigue inspirando.

Jose Luis Rénique (Lehmann College). Tito: Lo que perdimos, lo que recordamos

De esa singular “revolución historiográfica” que, según Peter F. Klaren, se produjo en el Perú a partir de los 70, Tito Flores fue un protagonista fundamental. No sólo por su obra escrita —larga y justicieramente valorada—sino por sus aportes a generar una comunidad de historiadores contraviniendo arraigados criterios de jerarquía, clientelaje y exclusión prevalecientes en ese sector letrado. Al respecto, en primer lugar, habría que recordar su contribución a la forja de un estilo que promovía vínculos horizontales sobre la base de una entusiasta —y desafiante— convocatoria a la investigación que incluía a alumnos y colegas por igual. Que esa convocatoria, en segundo lugar, se sustentaba en una agenda de investigación que Tito disemina en forma escrita y oral, formal e informal, suscitando una notable sinergia generacional; cuántos, habría que preguntarse, recibimos de Tito sugerencias de tópicos de investigación o nos beneficiamos de los vínculos que supo cultivar, allende las aulas de la PUCP y el estrecho medio letrado limeño.

Que, por esa vía —en tercer lugar— sería Tito el catalizador de una fundamental renovación de la imagen pública de la investigación histórica, rescatándola de su vieja imagen oficialista y conservadora,  rejuveneciéndola, acercándola a los medios periodísticos, a las actividades de extensión cultural y, en general, al debate sobre la actualidad del país. Que, como consecuencia de estas dinámicas, en cuarto lugar, coadyuvó a la configuración de un espacio de debate e intercambio de ideas sobre el pasado peruano inexistente hasta entonces en un medio en que las trayectorias intelectuales habían sido, generalmente, solitarias experiencias individuales. En el momento mismo en que la Historia se consolidaba como actividad profesional en el Perú, finalmente, Tito se preocupó por darle a nuestra actividad un horizonte alternativo –a través de SUR y de la revista Márgenes— en que el concepto de un “pensamiento comprometido” –que comenzaba a diluirse hacia mediados de los 80—pudiera encontrar un refugio y una plataforma.

Perdimos, con su partida, al gran dinamo de aquel vibrante proyecto colectivo. ¿Podrá retomarse? Tiene la palabra la nueva generación.

Charles Walker (University of California, Davis). Tito Flores Galindo

Tuve suerte de conocer a Tito Flores. Fue exactamente en 1982, luego de seguir un intercambio en la Universidad Católica entre 1979 y 1980, y cuando retornaba a Lima tras terminar una maestría en estudios latinoamericanos en la Universidad de Stanford, donde fui alumno de Jean Franco y Richard Morse.  Tenía intenciones de investigar sobre la Lima de Mariátegui y Tito había publicado La agonía de Mariátegui pocos años antes (1980). Él se mostró interesado en los libros que traje sobre la Viena de Wittgenstein así como en otros, por ese entonces, trabajos recientes de historia urbana.  A pesar de cierto desdén suyo por el mundo académico norteamericano, apreciaba mucho a Franco y Morse.

En las muchas conversaciones que tuvimos no dejaba de recomendarme archivos y presentarme nuevas amistades.  Yo trabajaba en el Colegio Roosevelt y, pese a mis excusas de que estaba exhausto después de enseñar todo el dia, me aconsejó con cierta impaciencia que durmiera una siesta corta y fuera de inmediato todas las tardes a la Biblioteca Nacional. Tito era incansable, y eso explica cómo llegó a ser tan productivo e influir en tanta gente. Él nos apoyó a mi esposa Zoila Mendoza y a mí cuando quisimos ir a enseñar a Huancayo a la Universidad del Centro, lo cual no se pudo debido a la presencia de Sendero Luminoso. Pero cuando decidimos ir a hacer el doctorado a la Universidad de Chicago él estuvo ahí también para darnos su apoyo. Cuando regresamos al Perú en 1988 se alegró con nuestra decision de ir a vivir al Cusco y asociarnos con el Centro Bartolomé de Las Casas.

Mi deuda con Tito incluye haberme presentado a varias personas que llegaron a ser amigos íntimos. Él me habló de Iván Hinojosa y su investigación sobre el Cusco. También me recomendó conversar con Aldo Panfichi sobre Lima. Y me habló muy bien de un joven llamado Carlos Aguirre, quien escribía muy buenos ensayos periodísticos sobre Lima y las clases populares. Los tres son amigos y colaboradores hasta el día de hoy. Con Carlos y Willie Hiatt hemos terminado la traducción al inglés de Buscando un Inca que Cambridge University Press publicará en octubre de este año. Aunque la traducción resultó más trabajosa de lo pensado, expresa nuestro reconocimiento a Tito por su calidad como historiador y persona.

Cuando me acuerdo de Tito comparto la admiración que muchísima gente sentía y siente aún por él. Era una persona tremendamente humana, con un buen sentido de humor y una fuerte lealtad a sus amigos y seres queridos. Tal vez si no hubiese tenido esa calidad humana sumada a cierta humildad, su inteligencia podía haberse considerado intimidante.  Pero hacía sentir su presencia de manera notable.  Pese a un cierto estilo informal (no tan común en las universidades peruanas hace 25 años) y una forma peculiar de hablar —sea en un salón o en la mesa de un café—, todos le prestaban atención.  Como lo mencioné, era incansable. Nadie entiende cómo escribió tanto si a la vez dictaba, trabajaba con varios estudiantes, daba charlas, debatía, y hasta dirigía una serie de revistas y centros de investigación.  Carlos Aguirre ha acertado en llamarlo un “intelectual público”. Tal vez el último de esta especie. Traducir Buscando un Inca nos ha permitido entrar muy de cerca en su trabajo y su manera de pensar el mundo.

Esperamos que la traducción sea un homenaje meritorio a la gran persona que fue Tito Flores. Como lo dije al principio, tuve suerte de conocer a Tito Flores. (Foto: Punto edu)

Links útiles

Alberto Flores Galindo. Reencontremos la dimensión utópica. Leer aquí

Carlos Aguirre. Cultura política de izquierda y cultura impresa en el Perú contemporáneo (1968-1990): Alberto Flores Galindo y la formación de un intelectual público. Leer aqui

Jose Luis Renique. La utopía andina hoy (Un comentario a Buscando un Inca). Leer aqui 

Jose Luis Renique. Flores Galindo y Vargas Llosa: Un debate ficticio sobre utopías reales. Leer aqui

Nelson Manrique. “Vivió a una velocidad tremenda”. Entrevista de Pedro Escribano. Leer aqui

Nelson Manrique. La agonía de Flores Galindo. Leer aqui 

Jorge Valdez y José Ragas. La vigencia de la utopía. A 20 años de la muerte de Alberto Flores Galindo. Leer aqui

Jose Ragas. Historia y Compromiso: Un acercamiento a la obra de Alberto Flores Galindo. Leer aqui