No suele ocurrir muy a menudo que un solo trabajo de historia cambie el curso de toda un área así como lo que creíamos saber sobre dicho tema, pero eso es lo que The Other Slavery ha conseguido. Andrés Reséndez sostiene que la esclavitud, no necesariamente las enfermedades y la mala fortuna, fue un factor de la matriz colonial que precipitó la caída demográfica de la población de América del Norte, y que esta “otra esclavitud” terminaría dando forma a todas las demás.
Cuando pensamos en la esclavitud en el Nuevo Mundo inmediatamente pensamos en la captura y venta de esclavos africanos que eran llevados a América del Norte. Sin embargo, como sostiene Reséndez, hubo otro tipo de esclavitud, distinta de la que depredó y sobrevivió al tráfico esclavista de África y que fue mucho más fundamental.
Mientras la arqueología sugiere que existió cierto tipo de esclavitud entre tribus antes de la llegada de los europeos, estos transformaron dicha práctica y la extendieron hasta que no dejaron ninguna parte de América del Norte donde fuese imposible encontrarla. La “otra esclavitud” determinó la historia compartida de México y posteriormente de Estados Unidos, y estuvo tan profundamente arraigadas que han sido ignoradas. Puesto que “no tenían base legal y no fue formalmente abolida como la esclavitud africana”, esta “otra esclavitud” continuó hasta el siglo XX.
Reséndez lanza su hipótesis de forma tal que podría (y debería) fastidiar la más extendida idea que circula sobre la colonización del Nuevo Mundo, la cual sostiene que independientemente de lo perversa que hubiesen sido los colonizadores españoles, portugueses e ingleses, la mayor cantidad de población indígena sucumbió por enfermedades contra las cuales carecían de defensas, por lo que nadie es responsable.
Pero si ello fuese cierto, si las enfermedades fueron las culpables, se pregunta Reséndez, ¿entonces por qué no hay mención alguna de epidemias en el Nuevo Mundo hasta 1519, 25 años después de que los españoles arribaron a La Española?
De acuerdo a Reséndez, los españoles tenían conocimiento de las enfermedades en aquel entonces; sabían exactamente qué era la viruela y cómo se veía, pero no hicieron mención alguna de la misma. Reséndez explica por qué era poco probable que la viruela cruzara el Atlántico: la viruela había sido una epidemia en el Viejo Mundo, y la mayoría de europeos habían sido expuestos a la misma cuando niños, por lo que aquellos que sobrevivieron eran inmunes. Los marinos europeos y pasajeros tenían poca posibilidad de ser agentes de dicha enfermedad. E incluso de haber sido agentes, hubiese sido difícil para la viruela cruzar el océano en un viaje de cinco o seis semanas en los que un pasajero enfermo hubiese muerto o se hubiese recuperado. La enfermedad probablemente se esparció más lentamente de lo que creemos.
Mientras tanto, una institución fue puesta en marcha casi de inmediato y con consecuencias fatales para los indígenas del Nuevo Mundo: la esclavitud.
Aún si la población indígena hubiese contraído las enfermedades contra las que carecían de inmunidad (como los europeos durante la Peste Negra) ellos se recuperaron luego de algunas décadas, exactamente igual que los europeos después de la Peste Negra. La principal diferencia entre la población indígena y europea es que los indígenas fueron esclavizados para trabajar en las minas de oro y plata desde el segundo viaje de Colón, lo cual no ocurrió con los europeos.
Hacia 1520 las islas del Caribe se encontraban despobladas y sus habitantes enviados a trabajar en las minas de oro del actual territorio de República Dominicana. Decenas de miles de indígenas trabajaron hasta morir incluso después de que la monarquía española prohibiese la esclavitud.
A medida que la narración se desplaza hacia México, Nuevo México y el norte, en cada uno de estos lugares y fases de la “otra esclavitud”, Reséndez demuestra un notable dominio de la historia y un impresionante manejo de material de archivo en no pocos idiomas. Él también muestra, con sorprendente claridad, cómo aún después de que la esclavitud fuese declarada ilegal por los gobiernos de España, México y Estados Unidos, aquellos interesados en obtener beneficios de dicha actividad desplegaron un conjunto de términos y marcos para continuar con dicha práctica.
Quienes administraban este régimen de explotación incluía exploradores como Hernán Cortés (propietario de un gran número de esclavos en México), gobernadores de Nuevo México y autoridades de Estados Unidos. Por mucho tiempo, colonizadores blancos exportaron más indígenas desde el sur-este de Estados Unidos que esclavos provenientes de África. Conflictos como el ocurrido en Pueblo en 1680 fueron en gran parte alimentados por la incesante captura de indígenas de todo Nuevo México para ser enviados a las minas de plata de México.
Reséndez no le ahorra al lector el shock de observar cómo emerge un nuevo sistema de asentamiento, colonialismo y capitalismo construido teniendo como base la esclavitud de los indígenas. E incluye impactantes casos de inmoralidad y crueldad llevados a cabo en el Nuevo Mundo en nombre de la corona y Cristo. Tampoco omite las variaciones de dicha práctica general y practicadas por algunas tribus en contra de otras. Reséndez ilustra cómo los “imperios a caballo” de las llanuras del sur de los Comanche y Utes no solo extendieron sus territorios y control no solo por el dominio de los caballos sino también convirtiéndose en amos de otros indios menos afortunados, como los Paiute, Pueblo, Mexicanos y Apaches.
Lo central y profundo del argumento de Reséndez no es solo que hubo un tipo de esclavitud más antigua, más extendida y más perjudicial que la esclavitud africana sino que hubo una relación directa entre ambas. “En 1865-1866”, señala el autor, “los estados del sur promulgaron los infames Códigos Negros que buscaban restringir la libertad de antiguos esclavos. Al adoptar tácticas tales como la ley de vagancia y deudas, los sureños blancos trataron de anular las provisiones dadas por la Decimotercera Enmienda”. Las tácticas que él menciona fueron obtenidas de los textos que habían mantenido a los indios en calidad de servidumbre en el Oeste y en México mucho tiempo después de que la esclavitud fuese declarada ilegal.
En caso de que este libro, cuidadosamente investigado, haga que los lectores se sientan mal por cada uno de los aspectos del asentamiento en el Nuevo Mundo, la conclusión debería hacernos sentirnos mal y pensar seriamente sobre nuestra época actual. La “vieja esclavitud” basada en la propiedad legal de ciertos grupos raciales ha sido reemplazada por una “nueva esclavitud” basada menos en la raza y sin un marco legal y más en la vulnerabilidad económica: mecanismos de control para privar a los trabajadores de su libertad y extraer su fuerza de trabajo.
* Pueden seguir leyendo la reseña de David Treuer, en “The new book ‘The Other Slavery’ will make you rethink American history”, publicado por Los Angeles Times (13 de mayo de 2016).
También recomiendo “Horrors Pile Up Quietly In ‘The Other Slavery’”, de Genevieve Valentine en NPR (April 17, 2016).
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