¿Pueden los historiadores predecir el futuro?

 

Si hay algo que no debemos agradecerle a Nate Silver es haber acertado, con un grado de certeza que no deja de sorprendernos, los resultados de las recientes elecciones presidenciales en Estados Unidos que le otorgaron un segundo mandato a Barack Obama. Y lo digo en buena onda, porque las dotes analíticas de Silver han instaurado una ecuación que no siempre es bienvenida, al acercar la estadística con la predicción. Así, la certeza se ha instaurado como el resultado evidente de fórmulas estadísticas y la aplicación de determinados métodos científicos.

Pero esto ha coincidido con una preocupación extendida hacia las ciencias sociales, y la cual busca o exige que estas tengan un grado de certeza respecto de los eventos que podrían ocurrir en el futuro próximo. Las ciencias políticas ya han sido objeto de debate respecto a su potencial para predecir hechos próximos, como se puede leer en La ciencia política y su incapacidad de predicción, de Jacqueline Stevens. No se trata de una demanda aislada. En realidad, es una exigencia que ha venido tomando forma en los últimos años ante la necesidad y preocupación por obtener certezas en lo que parece ser un desorden mundial de hechos y eventos actuales.

Por supuesto, la historia no puede ser ajena a estas preocupaciones y debates. Dado que por mucho tiempo los historiadores hemos tratado de señalar que nuestro fuero es el análisis del pasado, la creciente demanda por romper este marco temporal va a llevarnos, más temprano que tarde, a replantear los fundamentos metodológicos del oficio, si es que no lo viene haciendo ya. Como una manera de introducir este debate, el post de Jacob Darwin Hamblin, doctor en Historia por UC Santa Barbara y actualmente Profesor Asociado de State Oregon University, se centra en plantear las restricciones que implica aventurarse a predecir el futuro, aun cuando conozcamos con detalle un contexto en particular.

¿Pueden los historiadores predecir el futuro?

Nostradamus pudo haber sido un experto en políticas gubernamentales (policy wonk).

Una de mis frases favoritas, aunque quizás no la más ingeniosa, es que “a los historiadores siempre se les está pidiendo que predigan el futuro”, lo cual suele generar algunas risas. Lo suelo decir como una forma de escapar cuando alguien me pregunta sobre un tema controversial: el futuro del poder nuclear, el futuro rostro de la guerra, o si Irán tendrá en algún momento armas nucleares. Tengo muchas predicciones y reflexiones pero lamentablemente carezco de una bola de cristal. En realidad, ¿cómo podría yo saber eso?

Mi próximo libro, Arming Mother Nature, está lleno de sueños, modelos y juegos sobre la guerra-que-nunca-ocurrió con la Unión Soviética y el futuro del planeta. Cuando hablo sobre las ideas que nacieron en la Guerra Fría, es lógico que quiera llevar la historia un paso adelante, hacia el futuro.

He aquí la pregunta: ¿serán las armas nucleares utilizadas en algún momento en el futuro? Antes que nada, el futuro es un largo tiempo. Por lo que creo que la respuesta es un “sí”. Pero la pregunta suele ser más restringida: ¿usará Estados Unidos armas nucleares? Lo dudo. O ¿algún país las usará –digamos, un país pequeño ubicado en una región inestable donde las guerras civiles, las revoluciones y los conflictos religiosos son el pan de cada día? La respuesta, aunque incómoda, es: depende. ¿Podrá la International Agency of Energy Agency (IAEA) ser capaz de evitar que estos países construyan sus propias bombas atómicas? Otra vez: depende.

Las preguntas más interesantes para los historiadores, a partir de estos ejemplos, son: ¿por qué Estados Unidos no ha usado armas nucleares desde 1945, y dichos motivos podrían cambiar en los próximos años? O, ¿qué ha motivado a los países pequeños a adquirir armas nucleares, y estas motivaciones podrán cambiar? Finalmente, ¿qué llevó a la creación de la IAEA en 1957 y el Tratado de No Proliferación apenas una década más tarde?

El pariente pobre de la pregunta predictiva, al estilo Nostradamus, es la referida a la política (policy). Los historiadores se sienten más cómodos con esta porque ayuda a mostrar que la historia es importante para los tiempos que vivimos. El párrafo anterior está enmarcado en una forma en que la historia se parece a la política (policy). Cuando estaba en el doctorado recuerdo que muchos de mis compañeros realmente deseaban trabajar en el Departamento de Estado, y que albergaban ambiciones secretas de usar la historia para influir en las decisiones de gobierno. Recuerdo haber estado en el Departamento de Estado hace una década en una reunión de historiadores especializados en relaciones internacionales, y Richard Armitage dio un discurso en Foggy Bottom. Él nos aseguró que los que diseñan las políticas de gobierno (policy makers) leen historia y que la Oficina del Historiador era una parte muy importante del Departamento de Estado. Tuve una experiencia similar en el Simposio de Historia Naval, cuando la gente del Centro Histórico Naval nos mostró cuán “importante” eran para las operaciones.

Al llegar a este punto, estoy plenamente convencido de que esta importancia, en el mejor de los casos, está limitada a unas cuentas personas. Sobre quiénes son, su corazonada es tan certera como la mía. De manera evidente el Presidente Obama llevaba consigo Team of Rivals antes de su primer mandato, lo cual es maravilloso. No me malinterpreten, el trabajo de la Oficina del Historiador del Departamento de Estado es maravillosa, y he usado sus volúmenes FRUS para todos mis libros. Historiadores reales, haciendo investigación de verdad, produciendo fuentes genuinamente útiles. Pero honestamente me sorprende que ellos traten de mantenerse en sus puestos. Bien por ellos.

Lo que me gustaría decir, sin embargo, es que tratar de ser importante para la política no produce la historia más confiable. De hecho, de modo extraño, mientras más profundo se metan los historiadores en sus temas de estudio, lo menos emocionados estarán de brindar consejos políticos. Supongo que hablo por mí mismo en este caso. Luego de años de escribir sobre ciencia, tecnología y la Guerra Fría, puedo pensar en muchas recomendaciones sobre política, pero estás se basan en un conjunto de variables, una variedad de perspectivas y en un buffete de intenciones. ¿Cuántas de estas intenciones comparto yo en lo personal? Por ejemplo, puedo imaginar que haría Henry Kissinger en 1974 con Irán. Puedo imaginar lo que diría Robert Oppenheimer sobre si ciertas tecnologías deberían ser obtenidas. Y puedo brindar una visión Reaganiana sobre los desafíos al medio ambiente, y puedo decir con exactitud lo que Barry Commoner pensaría de nuestros supuestos arreglos tecnológicos. O, si lo quieren poner más difícil, puedo pensar qué hacer con Irán desde el punto de vista del poder militar estadounidense, desde el punto de vista de mantener el status quo global, para mantener la primacía del G8, desde el punto de vista de la tranquilidad mental de Israel, desde el punto de vista de la política interna de Irán, y una larga lista más. No hay una respuesta acertada que yo pueda brindar, para conocer mejor el juego de ajedrez, a menos que deje de pensar como historiador y adopte de manera explícita una agenda política por mí mismo o, para ponerlo en una metáfora del ajedrez, elija las piezas blancas o negras. Pero eso es lamentable desde el punto de vista académico.

Francamente, el historiador con cierta dosis de cinismo podría concluir que el mundo que a él o a ella le gustaría ver es extremadamente incierto de ocurrir, dada las tendencias humanas, nuestra predisposición a olvidar las cosas y nuestro innato deseo del interés propio y nacional.

Pero ya estoy comenzando a sonar predictivo. Y es así como retornamos a Nostradamus. Puede que los historiadores traten implícitamente de predecir el futuro, aun cuando de manera despreocupada ignoremos las preguntas del público sobre qué ocurrirá en el futuro.

La perspectiva histórica tiene un elemento perturbador que va en contra de lo común. En la medida en que la historia te convierte en un ciudadano o ciudadana informado/a, también te hace un ser humano informado, y posiblemente un habitante informado del planeta, y eso puede llevarte más allá de la política contemporánea.

 

Can’t Historians Predict the Future?  apareció en la web personal de Hamblin el 04 de febrero de 2013.

La imagen de la cabecera proviene de aquí.

Published by José Ragas

Soy Ph.D. en Historia por la Universidad de California, Davis. Actualmente me desempeño como Profesor Asistente en el Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile. Anteriormente he sido Mellon Postdoctoral Fellow en el Departament of Science & Technology Studies en Cornell University y Lecturer en el Program in the History of Science and History of Medicine en Yale University. Correo de contacto: jose.ragas(at)uc.cl Para conocer más sobre mis investigaciones, pueden visitar mi perfil o visitar mi website personal: joseragas.com.