Para algunos, quemar libros es un acto noble, purificador, que nos libra de las influencias perniciosas de escritores contrarios al sistema. Para otros, es una salvajada, propia de dictadores y sociedades autoritarias que no respetan el libre pensamiento. Sin embargo, existe un tercer grupo de personas que considera que lanzar libros a la hoguera es un oficio como otros, una forma de ganarse la vida, como quien reparte cartas, arregla el césped o trabaja en un supermercado.
Este último es el caso de Guy Montag, personaje de la novela de Rad Bradbury, Fahrenheit 451 (1953). Para él, quemar libros y recibir un sueldo es una rutina, que no se compara con la motivación de hacer su trabajo “por el bien de la humanidad”.
Al igual que Animal Farm, la novela de Ray Bradbury se inserta en un tipo de literatura en los años de la Guerra Fría, y en la que se explora la posibilidad de cómo el totalitarismo había permeado a la sociedad y la amenaza que significaba para el futuro. Si Orwell había establecido su Animal Farm en un espacio imaginario, el de una granja (aunque pensando en Gran Bretaña), en su siguiente obra, 1984, se acercará al terreno de la distopía al proyectar este temor hacia un futuro a mediano plazo.
En medio del auge por las novelas gráficas, ahora Fahrenheit 451 fue convertida a este formato y traducida al español. A manera de homenaje por la muerte de su autor, incluyo las primeras páginas de esta nueva versión de un clásico de la literatura.
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Winston Manrique Sandoval, La segunda vida de ‘Fahrenheit 451’ (El País, 12 abril de 2010)
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