Los historiadores y el 9/11

Como se sabe, los historiadores narramos los eventos que consideramos significativos para la sociedad. Ese es nuestro oficio, y se nos entrena de forma tal que no solo podamos ser convincentes en ello sino que también podamos aportar al entendimiento de dicha sociedad. Estos eventos son variados y pueden incluir revoluciones, desastres, situaciones de riesgo, etc. No todos tienen que ser tumultuosos. Existen otros menos ruidosos y que solo son captados por la pericia del historiador. Sean de los unos o los otros, lo cierto es que existe una línea divisoria entre el narrador y el actor de dichos eventos. Y esa línea divisoria se ha denominado “objetividad” y a la cual se llega “tomando distancia” entre el observador y los observados o los hechos a narrar.

Asumiendo que esta “objetividad” o “distancia” existan, hay ocasiones en que los historiadores -sin pretenderlo- transitan de un lado al otro del espectro y pasan a ser testigos de situaciones particulares. El atentado a las Torres Gemelas el 11 de setiembre de 2011 es una de estas situaciones. Debido al dramatismo de este hecho, como lo que desencadenó en estos últimos diez años, no se puede negar que afectó a quienes vimos cómo se desarrollaban los hechos por televisión o seguimos las noticias por internet.

Para recordar los diez años del atentado a las Torres Gemelas a la vez que cuestionar esta aparente división entre los historiadores como narradores imparciales y distantes y como testigos de lo que ocurre en el mundo, cuatro de ellos -que estuvieron en Nueva York durante los ataques o en los días posteriores a estos- nos cuentan sus experiencias y la impresión que en ellos dejó el atentado.


Antonio Espinoza

University of Columbia / Virginia Commonwealth University | Facebook

Antonio EspinozaEl 9/11 me encontraba estudiando el doctorado en Historia en la Universidad de Columbia. Vivía en un departamento cercano al campus, ubicado en la parte norte de Manhattan. Poco antes de las nueve recibí una llamada de mi enamorada, comentándome que un avión se había estrellado contra el World Trade Center. Imaginé que un avión pequeño se había accidentando, y prendí la radio para seguir las noticias. Una vez que el segundo avión se estrelló contra la Torre Sur resultó claro que se trataba de actos intencionales.

Mientras reportaban los otros acontecimientos, los noticieros comenzaron a especular acerca de la autoría de los ataques. La comunicación telefónica era difícil debido al volumen de llamadas en la ciudad. Tampoco podía conectarme al Internet, ya que lo hacía a través de la línea telefónica. Quería comunicarme con mi familia en Lima, y también averiguar si Pace University –donde había comenzado a dar clases– estaría abierta o no. Pace se encuentra en la parte sureste de Manhattan, a tan solo cinco cuadras de donde se hallaban las Torres Gemelas.

Al mediodía caminé hacia el campus de Columbia, y el panorama en la calle era impresionante, la gente estaba en “shock”, y muchos trataban de llegar a sus casas. El subterráneo estaba cerrado, por lo que muchos caminaban mientras otros trataban de subirse a alguno de los vehículos privados que circulaban por Broadway, frente a la universidad. La universidad había cancelado sus clases, y muchos estudiantes comentaban lo sucedido en la plaza central del campus.

En la universidad pude leer más noticias, y enterarme de que Pace estaba cerrada. También escribí a mi familia, y respondí a los numerosos mensajes de parientes y amigos, avisándoles que estaba bien. Luego me encontré con algunos compañeros de estudios, extranjeros como yo. Al salir a la calle notamos el fuerte olor a quemado, algo que por cierto duró varios meses, y que era sobrecogedor considerando la distancia con respecto al lugar de los ataques. También nos llamó la atención que para los norteamericanos un acontecimiento tan violento, en su propio país, era inconcebible. Algunos de mis compañeros, como yo, venían de países que habían atravesado serios conflictos internos, durante los cuales la violencia era cotidiana.

Al volver a la residencia donde vivía seguí las noticias por la televisión, junto a otros estudiantes, todos bastante conmovidos. A eso de las cinco me llamó mi enamorada, avisando que tenía que quedarse en el hospital en que trabajaba, para esperar a los heridos que pudieran llegar. Un par de horas después llamó nuevamente para decirme que venía a mi departamento – los sobrevivientes no eran tantos como se esperaba, y habían sido trasladados a hospitales más cercanos al lugar del ataque.


Luis Gómez Acuña

SUNY / PUCP | Facebook

Luis Gómez Acuña

El 9/11 quedó como un día inusual y terrible para muchos norteamericanos. El derrumbe de las Torres Gemelas y la muerte de varios miles de personas quedaron impresas en las mentes de muchos newyorkinos. Recuerdo que ese día, en Stony Brook, luego de los hechos, la presidenta de la Universidad suspendió las clases por el resto de lo que quedaba del día. Había demasiado confusión entre los estudiantes. Aún hoy (2011) existe un pequeño “memorial” muy cerca a Centro de Actividades Estudiantiles de la Universidad de Stony Brook recordando a los alumnos que se encontraban en ese momento en las torres gemelas y que, por consiguiente, murieron ese día.


Iván Millones Maríñez

SUNY / PUCP | Facebook

Iván Millones MaríñezLlegué a Nueva York un mes antes del 9/11. En mis cuatro primeras semanas en EEUU hice varias amistades y fui adaptándome a la vida en una ciudad universitaria estatal, ubicada en Long Island, a menos de dos horas, en tren, de Manhattan. En el campus encontré un ambiente de mayoría anti-Partido Republicano, en que había constantes burlas hacia el presidente Bush y quejas por la economía en crisis. Amigos que estaban en EEUU desde la década anterior comentaban haber vivido épocas mejores. Aquella mañana del 11 de setiembre me enteré de los trágicos sucesos en los laboratorios de cómputo de la universidad. Ésta canceló todas sus actividades poco después del mediodía, porque se temía que los edificios del campus fueran objeto de otro atentado. Al regresar a la residencia estudiantil, conversé sobre los hechos con mis roommates, un chino, un rumano y un ítalo-norteamericano. Nada se sabía de los autores de los ataques –ni se supo por varios días—, por lo que predominaban las especulaciones.

Los siguientes meses fueron de manifestaciones de patriotismo. Ese era uno de los temas que investigaba, por lo que presté atención al fenómeno que se estaba viviendo. En casas y carros se había colocado la bandera de EEUU. Y canciones como “Show Me the Way” (1991) –hit durante la Guerra del Golfo–, “God Bless the USA” (1984) y “United We Stand” (1970) sonaban constantemente en la radio. En los programas radiales llamaba el público, que clamaba por la unidad del país y exaltaba las virtudes nacionales. Eran frecuentes los comentarios sobre las motivaciones del atentado, y las razones por las que “otros países nos odian”. Por entonces, se habló de xenofobia en algunas universidades; pero no recuerdo de un caso concreto en la mía, donde abundaban estudiantes de China e India.

Tiempo después, en el 2003, al declararse la guerra a Irak, las bromas sobre el presidente Bush ya habían cesado, y se discutía si la guerra iba a acabar con la recesión económica. Mi estadía llegaba a su fin cuando Saddam Hussein fue capturado. De nuevo, expresiones de patriotismo proliferaron. Pero para entonces todo ese tema había terminado por saturarme. Nunca conocí las Torres Gemelas. Sin embargo, muy pocos días después del atentado salí del campus y fui a Staten Island, isla vecina a Manhattan. Desde el malecón, observé hacia donde las torres habían estado. Dudo que alguna vez olvide esa visión de la “Zona cero”, aun humeante.


José Luis Rénique

University of Columbia / CUNY | Artículo

José Luis RéniqueSeptiembre 11, 2001: De las sufridas mujeres policías que batallan ahí con el tráfico infernal se dice que tienen los pulmones como trabajador de mina de carbón. Quienes comparan a Lima con Calcuta piensan seguramente en la avenida Abancay. De niño, la recorría con frecuencia de la mano de mi padre. Hoy es conocida por su inseguridad. Con mi laptop en mano le pido al taxista que me deje en la puerta misma de la Biblioteca Nacional, que sigue ahí, desafiando al bullicio, como relicto de una ciudad hasta no hace mucho definida como señorial. A punto de llegar a mi destino, la radio local emite los primeros informes. ¿Un avión en el «World Trade Center»? Imagino algo ligero: una Cessna, como leve arañazo en pecho de gigante; a Blanca Rosa —mi esposa, corresponsal de una cadena de televisión— en camino hacia el lugar, a Inés —mi hija de seis años— ya en el colegio a esta hora. Y la escena desde mi casa, en una colina a la ribera del río Hudson, del lado de Nueva Jersey, frente a a la isla de Manhattan: una de las torres orlada con un penacho humeante. Renuentemente, me impongo, a lo largo de la mañana, de las proporciones de la noticia.

El texto de José Luis Rénique, publicado originalmente como “Más allá del relámpago”

Published by José Ragas

Soy Ph.D. en Historia por la Universidad de California, Davis. Actualmente me desempeño como Profesor Asistente en el Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile. Anteriormente he sido Mellon Postdoctoral Fellow en el Departament of Science & Technology Studies en Cornell University y Lecturer en el Program in the History of Science and History of Medicine en Yale University. Correo de contacto: jose.ragas(at)uc.cl Para conocer más sobre mis investigaciones, pueden visitar mi perfil o visitar mi website personal: joseragas.com.

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