Este no es el escenario que seguramente muchos queríamos. Pero es lo que hay, y al menos tenemos el lujo (que ya es bastante) de poderlos elegir en democracia.
Durante todos estos últimos meses hemos esperado que nuestros líderes políticos nos den el ejemplo a seguir. Hemos aprendido, de la manera más dura posible, que esto no es así, y que mientras sigamos pensando en piloto automático y esperando que otros solucionen nuestros problemas, no tenemos ningún derecho a quejarnos cuando el resultado nos sea adverso.
En situaciones como estas, lo mejor es no tomar decisiones desesperadas, como las de algunos el día domingo luego de los primeros reportes electorales. Ya lo señalé días atrás: estas campañas del miedo solo profundizan nuestros temores y nos pueden llevar a tomar decisiones de las cuales nos arrepintamos en poco tiempo. Sé que muchos no van a votar por el candidato por el cual querían votar cuando comenzó la campaña electoral, pero es parte de la dinámica. Voto estratégico, que le llaman.
Pero también es cierto que la democracia no se limita a las urnas ni a un ritual quinquenal luego del cual nos deja de interesar lo que ocurra en el país. Quienes hemos trabajado historia política y sobre todo electoral en algún momento hemos llegado a la conclusión que la cultura política del país no se acaba en las urnas sino que cubre una gama muy amplia de prácticas, que van desde la protesta hasta el voto viciado.
No dudo que muchos se vuelquen al pasado y a la Historia para encontrar coyunturas similares, momentos de los cuales se pueda extraer alguna lección. Si buscamos casos ‘similares’, tampoco tenemos que ir muy lejos: basta remontarnos a lo ocurrido el 2006. Ollanta Humala estaba por pasar a segunda vuelta, García le cerró el paso, respiramos de alivio y nos inyectamos el discurso de “El Perú Avanza” para calmar nuestras conciencias. Sobre esto, creo que conviene decir que si no queremos repetir los errores del pasado, no volettemos a la Historia entonces para aplicar automáticamente lo que otros hicieron años o décadas atrás.
El escenario es difícil, lo repito, pero es en estos momentos en los cuales tenemos que pensar con cabeza fría nuestras posibilidades. La mayor parte de análisis históricos incidirán en que esto no es nuevo y que hemos enfrentado coyunturas similares en el pasado. Y ejemplos no faltan: 1931, 1962, 1985, 1990, 2006. Los ejemplos pueden seguir, pero no creo que digan mucho más sobre acciones concretas que debemos tomar ahora, en conjunto.
Podríamos intentar hacer algo que es inédito en nuestra historia política: comenzar a tender alianzas hacia quienes piensan de manera distinta de nosotros. Si no nos ha quedado claro que el actual escenario es consecuencia de nuestra desidia y egoísmo, no habremos aprendido nada. A veces nos preocupa más nuestras metas a corto plazo y nuestras comodidades sin que nos inmutemos ante lo que ocurre en la sierra, con el friaje, o la falta de oportunidades para la mayoría de población, que es precisamente la que se ha expresado ayer con su voto. Buscamos democracia, y la ponemos como el valor último de nuestras vidas, pero olvidamos que democracia también implica justicia social y no solo hablar de ‘dictaduras’ o ‘autoritarismos’ en el vacío.
Como historiadores, el momento es más difícil de digerir. Y tengo que confesar que por un momento esto me dejó desarmado. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que la hija de alguien que pulverizó la democracia en el país por diez años tenga posibilidades de ser presidenta y repetir los años noventa? En el otro extremo, al momento de escribir este post, la agrupación de Humala no ha dado claros signos de moverse más al centro, si es que no ha endurecido su posición gracias a la victoria obtenida, como se desprende de la actuación de algunos de de sus integrantes, o ha dejado traslucir el lado menos consecuente del nacionalismo al referirse a las relaciones con el país vecino del sur (algo que luego también fue aprovechado de manera irresponsable por su rival).
Lo cierto es que ninguna otra campaña electoral, al menos de las que yo recuerde, ha provocado tantos sentimientos encontrados y ha hecho emerger una serie de expresiones que parecían haber sido contenidas. El miedo, el racismo y la xenofobia parecen haberse apoderado de los votantes, unos por defender a sus candidatos victoriosos, otros por encontrar alguna explicación a la derrota de los suyos. El consuelo, si cabe, es que en el pasado han habido otras circunstancias más adversas y que hubo historiadores que pudieron dejar reflexiones en momentos difíciles: Tony Judt ante una enfermedad irreversible, Marc Bloch frente a la invasión alemana y escribiendo su testamento político mientras huía de un lugar a otro, Alberto Flores Galindo escribiendo en un panorama como lo fue 1990 y sabiendo que se acercaba su propia muerte… También, en una posición respetable, están quienes preferirán esperar un buen tiempo antes de acercarse a lo que está pasando ahora, invocando la objetividad.
¿Qué responsabilidad nos compete como historiadores? ¿Qué hacer frente a un panorama tan volátil y explosivo como el que se nos presenta? Primero, dejar de lado nuestras preferencias electorales y tratar de entender cómo llegamos a esta coyuntura. Segundo, creo que la lectura de análisis políticos, especialmente desde el periodismo y la ciencia política, nos van a ayudar a afinar nuestro propio análisis al referirnos a coyunturas electorales o la historia política y económica del país.
La historia electoral se ha manifestado como una de las áreas más sostenidas de la década del 2000 y ha echado luz sobre aspectos poco conocidos de los siglos XIX y XX. Sin embargo, sigue siendo fragmentaria. Necesitamos profundizarla en al menos dos aspectos: cronológico, al enlazar campañas electorales y ya no estudiarlas como microcasos; y a nivel estructural. Sobre esto último, hay que hacer que la campaña en sí no sea el fin último de la investigación sino en indagar cómo esta moldea e influye en el sistema político y las fuerzas que la integran. De lo contrario, el voto ya no será un arma, sino un escudo, como la acaba de definir Gustavo Faverón.
También debemos volver la vista hacia temas relacionados con pobreza y desarrollo, en los cuales una renovada generación de historiadores económicos tendrá mucho que decir, como explicar procesos o ciclos económicos. Una pregunta recurrente estos últimos meses ha girado en torno al “modelo” neoliberal. ¿En qué consiste este?, ¿desde cuándo funciona y cómo? Una explicación sobre los efectos a largo plazo de modelos económicos (desde los neoliberales hasta los estatistas) bien puede aclarar muchas dudas, y el ensayo de Melissa Dell puede ser un buen punto de partida.
En tercer lugar, creo que esta es una buena oportunidad para reexaminar nuestras agendas, tanto particulares, como colectivas. ¿Qué tipo de Historia estamos ofreciendo? ¿Estamos sintonizando con lo que necesita la población o nuestros productos son tan volátiles como los PPKuyes?
No pretendo responder estas preguntas, pero las lanzo para que las analicemos en algún momento.
Los interesados, pueden seguir los debates sobre ambos candidatos en mi muro de facebook, donde han venido participando historiadores y seguidores de diversas tendencias políticas. Otros textos escritos por historiadores sobre la coyuntura actual y que sugiero revisar son los siguientes:
Antonio Zapata, “Hugo Chávez y Alberto Fujimori”. Leer aquí
Roxana Rodríguez-Cadilla, “Dictadura comprobada o dictadura por comprobar”. Leer aquí
Carlos Buller, “Las opciones del Perú”. Leer aquí
Annalicemos Hist8ria, “La contienda electoral en el Perú: Esbozo de una metodología del votante”. Leer aquí
Daniel Parodi Revoredo, “Apocalipsis Now. Lo que se viene tras la primera vuelta”. Leer aquí
Ho Amat y León, “Segunda vuelta, mal menor”. Leer aquí
Javier Puente-Valdivia, “Nota sobre elecciones”. Leer aquí
Juan José Pacheco Ibarra, “Las elecciones de 1890”. Leer aquí
Omar Rojas Herrera, “Ante una difícil elección”. Leer aquí
Cecilia Méndez, “Para no ser pesimistas. Ni el sida ni el cáncer”. Leer aquí
Dossier sobre historia electoral en Argumentos, publicación virtual del IEP, con textos de Natalia Sobrevilla, Cristóbal Aljovín y Víctor Peralta. Leer aquí
Y si tienen twitter, son infaltables seguir a @historiador, @AiaPaec, @victorarrambide, entre otros.
Créditos: la imagen de la cabecera proviene de aquí. La imagen del interior es de autoría de Jesús Cosío y fue tomada de aquí.