Leo con sorpresa, y con agrado, que Santiago de Chile acaba de ser elegido destino turístico número 1 según el New York Times (1). Pero leo también con aun mayor sorpresa –y ni qué decir con mayor agrado– que entre los criterios que se han considerado para darle el reconocimiento a la capital austral está el de la comida. Mejor dicho, los restaurantes. Y no cualquier tipo de restaurantes. En un reciente artículo, Alfredo Jocelyn-Holt enfatiza que es la proliferación de restaurantes peruanos lo que ha permitido darle un toque distintivo a la ciudad, ya que ha incentivado el desarrollo del estilo ‘novo-Andina cuisine.’ (2)
Que la gastronomía peruana haya encontrado en el espacio chileno un nicho adecuado no es algo que deba sorprendernos. Después de todo, el intercambio cultural entre ambos países ha sido el más estrecho que dos naciones de la región han podido tener. Poniendo aparte los temas políticos y jurídicos que son los que aparecen en los medios, me interesa explorar la ‘otra’ historia de las relaciones entre Perú y Chile, en particular la referida a la migración peruano-chilena en la larga duración y sus implicancias.
Así, la reciente ola de migración de peruanos a Chile, y en particular, a Santiago de Chile, no es sino parte de un largo ciclo de desplazamientos desde el área andina al país del sur y que tiene sus raíces en la época colonial. Del mismo modo, el tráfico de personas que han cruzado la frontera ha ido en ambas direcciones, desde el siglo XVI hasta el presente: burócratas, trabajadores, exiliados, escritores, artistas, turistas, aventureros… Todos ellos han configurado un circuito de ideas y productos que han creado un canal de comunicación, el cual se ha mantenido vigente y al margen de las disputas o roces diplomáticos por los motivos que ya todos conocemos.
Habría que mencionar además, que la migración entre ambos países no está determinada únicamente por los flujos económicos o los periodos de bonanza y/o crisis. Un factor que ha incrementado este tráfico ha sido el político. A partir de las guerras de Independencia, por lo menos, los viajes de un puerto a otro fueron cediendo a los viajes por tierra en busca de refugio o mejores oportunidades. Desde los burócratas que se movilizaban para aceptar un nuevo puesto administrativo, hasta el caso extremo de los exiliados, la cultura política latinoamericana se ha nutrido de estos desplazamientos, que podemos identificar en momentos claves, los cuales desarrollaré la próxima semana.
Referencias
1. Alfredo Jocelyn-Holt. ‘Santiago top‘. Ciudad de las Ideas (29 de enero de 2011). Leer aquí
2. ‘The 41 Places to Go’. The New York Times (January 7, 2011). Leer aquí
Créditos
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