La reciente noticia de que se podría producir una reconciliación entre Estados Unidos y Japón más de sesenta años después del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima puede ayudar a cerrar un episodio pendiente en las relaciones entre ambos países así como darle una nueva dinámica a la geopolítica asiática y mundial.
Como suele ocurrir en estos casos, todo empezó con gestos. En la última ceremonia de aniversario del lanzamiento de la bomba, en agosto pasado, se contó, por primera vez, con la presencia del embajador norteamericano en la misma ciudad de Hiroshima, lo cual lo convirtió en el primer funcionario diplomático de ese país en asistir una ceremonia de este tipo. Esto, sin embargo, fue opacado por la ausencia del Presidente Barack Obama en dicha ceremonia, pese a que se encontraba de gira por aquella región.
Pero, como lo señala en The Atlantic Jennifer Lind, autora del impresicindible Sorry States. Apologies in International Politics (2009), una eventual presencia de Obama en la ceremonia le hubiera traído más problemas de los que ya tiene en el frente interno. La memoria sobre la Guerra del Pacífico entre EEUU y Japón está muy fresca en la memoria norteamericana, casi tanto como los reenactments que se hacen de la Guerra Civil y que son parte del ritual de muchos pueblos de Estados Unidos. Encuentro que existen tres motivos que han hecho que el recuerdo de la guerra contra Japón esté presente en Estados Unidos en la última década. En primer lugar, bastaría mencionar que el tema de la Guerra del Pacífico volvió con fuerza especialmente después del 9/11, que fue comparado con Pearl Harbor. Asimismo, este recuerdo parece haber cobrado nuevos bríos en los medios, sobre todo en el cine y las miniseries, como las películas filmadas por Steven Spielberg (Saving Private Ryan), Clint Eastwood (Flags of Our Fathers y Letters from Iwo Jima) y The Pacific, la multimillonaria producción a cargo de Tom Hanks, quien ha buscado establecer un vínculo con las comunidades de veteranos que pelearon en el frente del Pacífico. Finalmente, en medio de la retirada de las tropas de Medio Oriente y lo que se interpreta ambiguamente como una derrota, se ha vuelto los ojos a campañas militares exitosas, como la de Japón, cuando lo más sano hubiese sido ver este momento no en función de una guerra que se ganó sino del exitoso esfuerzo de EEUU por ayudar a Japón a recuperarse luego del conflicto, como pretendió hacerlo con Afganistán e Irak.
Con una creciente oposición y un Tea Party que reivindica el nacionalismo más acérrimo, los gestos podían ser peligrosos, más aun con el Japón. Pero la cosa es más complicada de lo que parece. Más allá de que las relaciones entre EEUU y Japón se normalicen y se deje atrás este episodio, la situación geopolítica de ambos países ha cambiado profundamente y ahora es cuando se necesitan más que antes. Sobre todo ahora que ha aparecido un nuevo competidor en el escenario y que amenaza a ambos países con opacarlos en los próximos años: China.
La posición de China, Japón y la influencia que quiere mantener EEUU en Asia es una delicada pieza de diplomacia donde el menor movimiento puede agitar las no tan calmadas aguas de las relaciones internacionales en esta parte del mundo. En un reciente artículo de Joseph Nye (“The Future of American Power”, Foreign Affairs, November/December 2010) se hace hincapié precisamente en el frágil lugar que ocupa China en este balance de fuerzas y el vínculo que guarda con EEUU. Lo que parece estar haciendo EEUU es más bien estrechando sus vínculos diplomáticos con los países que rodean a China, tal como lo ha venido haciendo con la India y Taiwán. De ahí que la búsqueda de cualquier entendimiento adicional con Japón se inserte en esta lógica de evitar que China se desborde por el continente y haga sombra a Norteamérica.
Al actuar como colchón, es más que evidente que Japón ha pasado a ser un jugador de segundo rango, luego del breve periodo en que dominó la escena mundial y hasta se vio como un serio competidor de EEUU en los ochenta. Las cosas entre Japón y China tampoco han ido bien, como tampoco entre Japón y el resto de países de la región. Curiosamente, la razón que mantiene alejado a EEUU de Japón es la misma que impide a este ser un contrapeso efectivo en Asia: la memoria de la guerra. El país nipón es aun percibido como una amenaza expansionista, una imagen que data de sus aventuras militares de los años veinte y treinta, pero que se mantienen por la actitud del gobierno japonés de no reconocer sus crímenes de guerra hacia los países aledaños. Ello, sumado a episodios concretos como la manipulación de sus textos escolares para privilegiar la imagen de un Japón victorioso e inocente de cualquier exceso o atrocidad cometida en el pasado, así como las disputas por territorios ricos en recursos y que son disputados por China, Taiwán y Japón. El resultado ha sido una serie de manifestaciones anti-niponas como la de setiembre pasado en Beijing, que han reforzado la imagen de un Japón expansionista e invasor de territorios ajenos, en este caso, las islas Diaoyu / Senkaku.
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