Es una de las Semanas Santas más amargas que la Iglesia Católica ha de recordar en muchos años. Los casos de abuso sexual a niños, cometidos por sacerdotes, no son nuevos, pero sí lo es la resonancia que han tenido y los alcances que nuevas revelaciones están teniendo al vincular directamente al Pontífice Benedicto XVI con el ocultamiento de pruebas o negligencia para tratar estos casos cuando fue Obispo. Y en esta situación, el máximo pilar de la fe católica se ha visto asediado desde diversos frentes por los medios y por una población que exige justicia. Además, es una de las pocas veces en que se pide la renuncia de un Papa de forma pública (antes se había solicitado el retiro de Juan Pablo II, pero por razones de salud, dado su evidente deterioro físico poco antes de morir).
Una Iglesia acorralada produce respuestas desesperadas. En una de las más lamentables intervenciones de un miembro del entorno papal, este ha salido a declarar que los ataques a la Iglesia y las críticas al Papa guardan similitud con el antisemitismo. Rápidamente, otro alto funcionario, el portavoz de la Iglesia en Roma, ha salido a señalar que se trata de expresiones a título personal que no reflejan para nada la posición de la Iglesia.
Menos mal. Porque traer a colación el tema de la relación de la Iglesia con la población judía en este momento es algo suicida. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial un manto de duda se ha ceñido sobre Pío XII y lo que se considera fue una acción insuficiente de parte suya para reducir el costo humano del Holocausto. Los otros argumentos que han salido a esgrimir para blindar al Papa no dejan de ser absurdos: en uno de ellos se culpa a la homosexualidad y en otro a los avances del mundo moderno, que acrecentarían las tentaciones de los sacerdotes a cometer este tipo de actos.
Por lo pronto, a las críticas y la presión de los medios se han comenzado a sumar posiciones críticas desde dentro de la Iglesia, en particular de las iglesias nacionales en cuyos territorios se cometieron los casos de abuso más conocidos. El Arzobispo de Irlanda, el Reverendo Rowan Williams, ha declarado en una entrevista a la BBC que la Iglesia está perdiendo credibilidad, a lo que el arzobispo de Dublin ha salido al frente a pedir que los sacerdotes deben ser más cuidadosos con sus declaraciones.
¿Qué le espera a la Iglesia en esta hora de crisis? Las cartas que tiene para jugar en realidad son muy limitadas. En una sociedad que se ha ido apartando silenciosamente a otras religiones o al ateísmo, la Iglesia va a tener que elegir entre una reforma radical que envíe una señal de reforma interna y externa, o bien capear el temporal y proseguir una lenta agonía. Lo que sí es cierto es que esta crisis ha minado aun más la autoridad moral de la Iglesia Católica, pese a los esfuerzos de los miembros que desempeñan una valiosa labor entre sus fieles. La Iglesia está dañada, y no se da cuenta de ello.
De ahí que la comparación con el escándalo Watergate sea más que propicia. La Iglesia está reaccionando como los Estados o las instituciones militares cuando se les acusa de algún escándalo o violación de Derechos Humanos: atacando a los acusadores, encubriendo evidencia, y aferrándose a las mentiras hasta el final. Una etapa complementaria en esta estrategia suele ser la de señalar que se trata de casos aislados. Y si bien ningún miembro de la Curia romana lo ha señalado por lo evidente del número de casos que aparecen todos los días, esta labor le cupo al cardenal Juan Luis Cipriani en una reciente entrevista a RPP.
Lo que queda claro es que la Iglesia y sus máximas autoridades se consideran como una institución fuera del terreno secular, y han demostrado tener una capacidad de reacción demasiado lenta. Un ejemplo de ello podemos encontrarlo en lo ocurrido con el obispo Richard Williamson, cuyas polémicas declaraciones sobre el negacionismo del Holocausto agrietaron las relaciones no solo contra la población judía sino con el Estado alemán, al punto que fue la canciller Ángela Merkel quien pidió públicamente al también alemán Papa que tomase cartas en el asunto sobre el tema. Con una posición intransigente encubierta bajo la bandera de la defensa de la tradición, es poco probable que la Iglesia Católica sea partícipe de la preocupación de sus fieles en temas delicados y que los afectan directamente como el aborto, el matrimonio gay, los métodos anticonceptivos, o incluso en temas mayores como la mediación en conflictos, el desarrollo desigual producido por la globalización y los efectos de la actual crisis mundial.
Para establecer el paralelo mencionado en el título, he traducido un artículo aparecido en The Atlantic hace algunos días.
Papalgate: The Pope’s Nixon Problem
El creciente escándalo que se cierne sobre el manejo que el Papa Benedicto XVI hizo de los casos de abuso por parte de miembros de la Iglesia tiene cierto parecido familiar con otro anterior: y es que es demasiado similar a la forma en que se desarrollaron los eventos alrededor de Watergate y que involucraron al Presidente Richard Nixon. Cada día hay nuevas revelaciones, a las que el Papa y su entorno responden con calculadas explicaciones y certeros contraataques.
¿Es este un Watergate con agua bendita? Aquí damos una mirada a las formas en las que el Papa Benedicto XVI se ha visto envuelto a sí mismo en un escándalo de proporciones Nixonianas.
¿Qué sabía y cuándo lo supo?
Durante las audiencias de Watergate, el senador Howard Baker presentó la famosa pregunta que definió el caso contra Richard Nixon: “¿Qué sabía el Presidente y cuándo lo supo?” Existe amplia evidencia de que Nixon no tenía conocimiento previo de lo ocurrido en el hotel Watergate. De ahí que la pregunta central sea: ¿Qué hizo Nixon cuando supo que la Casa Blanca estaba implicada en tal crimen?
El Papa Benedicto XVI enfrenta actualmente el mismo problema: ¿Qué sabía acerca de los casos de abuso sexual y cuándo se entero de estos? La respuesta a cada una de las preguntas es, al menos por ahora, ambigua. El Papa recibió correspondencia interna de los obispos de Wisconsin sobre el Reverendo Lawrence C. Murphy, un sacerdote que había abusado de por lo menos 200 niños sordos. Los obispos advirtieron que una negligencia en tal caso podría perjudicar a la Iglesia y dejar la puerta abierta para una acción legal. Pero el sacerdote pedófilo nunca fue expulsado. El Vaticano insiste en que el Papa “no tenía conocimiento” de la correspondencia. Las mismas palabras que Richard Nixon usó para alegar inocencia en el caso Watergate.
No es el crimen, sino el encubrimiento
En las cintas del caso Watergate, Nixon declara, “No es el crimen lo que hace que te atrapen, es el encubrimiento del mismo”. Él entendió que probablemente hubiera sobrevivido al escándalo Watergate si hubiese admitido la participación inicial de la Casa Blanca en vez de cubrir las huellas del delito. La nación hubiera perdonado a Nixon por un mal manejo de su campaña, pero no por obstrucción de la justicia.
De modo similar, el gran problema del Papa no son los crímenes sexuales cometidos por los sacerdotes sino las acciones que siguieron a estos crímenes. En uno de los casos, un sacerdote alemán, el Reverendo Peter Hullerman fue asignado a terapia luego de haber abusado de forma repetida de adolescentes. Hullerman fue entonces transferido a otra parroquia, donde continuó con esta práctica. El entorno del Papa responsabiliza de la transferencia a alguien cercano, el Reverendo Gerhard Gruber, pero no queda claro si el Papa cumplió algún rol en la reasignación del sacerdote en cuestión.
Mata al mensajero
A medida que la crisis de Watergate se hacía más intensa, Nixon pasó a la ofensiva, atacando a la institución que él crecía lo perseguía: los medios de comunicación. “La prensa es el enemigo”, le dijo a sus ayudantes. En las cintas del caso Watergate, se puede escuchar a Nixon decirle al jefe del staff H.R. Hadelman, “¿Es que acaso tú piensas, por el amor de Dios, que el New York Times está preocupado por todas las sutilezas legales? Esos hijos de puta me están matando”.
El contraataque del Vaticano a los medios de comunicación apenas ha comenzado. En una reciente alocución, el Papa ha declarado que no se sentirá “intimidado por rumores” o permitirá “innobles intentos” que busquen perjudicar su nombre. El periódico del Vaticano, el Osservatore Romano, arremetió también contra los medios de comunicación, por medio de un editorial en el que se señalaba “la prevaleciente tendencia en los medios a ignorar los hechos y alterar las interpretaciones”. El Arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, fue más lejos al asegurar en un sermón que el Papa está siendo perseguido por los medios, “sufriendo la mismas acusaciones injustas que la multitud lanzó contra Jesús”.
Los peligros de la infalibilidad
El gran error de Richard Nixon fue que el consideraba que la oficina del Presidente estaba por encima de la ley. “Cuando el Presidente hace algo -según declaró en una entrevista dada a 1977 a David Frost- significa que eso no es ilegal”. Él asumía que un Presidente puede ordenar un acto ilegal si consideraba que lo hacía en nombre de los intereses del país. Pero la Corte Suprema, en el caso “Los Estados Unidos contra Nixon”, estableció que nadie, ni siquiera el Presidente, está por encima de la ley.
Se suele decir que el Papa posee una autoridad más extensa: la infalibilidad papal. Pero esta doctrina es ampliamente malinterpretada, incluso por los católicos. La doctrina no señala que el Papa sea infalible en todo, pues lo que señala es que lo es en asuntos de dogma. La invocación a la infalibilidad papal es extremadamente rara. De hecho, no ha sido empleada desde 1950, cuando el Papa Pío XII definió la Ascensión de María al cielo como un artículo de fe la Iglesia Católica Romana. Nada de lo que el Papa haya dicho o hecho en el caso de los abusos sexuales está cubierto por la doctrina de la infalibilidad papal. Pero la creencia de que la cabeza de la Iglesia Católica no puede equivocarse persiste. Si la Iglesia no deja atrás ese concepto, entonces el Papa Benedicto enfrentará el mismo destino que Richard Nixon, una larga y amarga batalla, seguida de una renuncia.
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