La religión jugó un papel muy importante en el desarrollo del nacionalismo chileno antes y durante la Guerra del Pacífico, según nos lo recuerda Carmen Mc Evoy en su más reciente publicación: Armas de Persuasión Masiva. Retórica y Ritual en la Guerra del Pacífico (Santiago: Centro de Estudios Bicentenario, 2010). Especialista en la Guerra del Pacífico, Mc Evoy se ha dedicado en los últimos años a diseccionar los fundamentos ideológicos y políticos del nacionalismo chileno y cómo este alcanzó su clímax en la Guerra del Pacífico que involucró a Chile, Perú y Bolivia.
En este oportunidad, Mc Evoy analiza la dinámica de la retórica religiosa y cómo esta revisitó de una cierta aura de sacralidad los planes de consolidación y expansión interna y externa del Estado y ejército chilenos.
Publicado por el Centro de Estudios Bicentenario de Chile, el libro se presentará este martes 23 a las 7:00 pm en el Centro Cultural de la PUCP. En la mesa estarán Alejandro San Francisco, Eduardo Dargent y Marcel Velásquez.
Incluyo una nota de prensa que explica con más detalle el contenido del libro así como parte de la Introducción del libro.
Presentación en los Jueves Políticos
Además, la autora compartirá una mesa con Martín Tanaka y Antonio Zapata en los Jueves Políticos, en donde dialogará sobre el contenido del libro. Los Jueves Políticos forman parte de un ciclo de charlas organizado por la Facultad de Ciencias Políticas de la PUCP. El ingreso también es libre, aunque se sugiere llegar con anticipación.
Esta mesa se desarrollará el jueves 25 de marzo a las 6:30 pm en el Auditorio de Ciencias Sociales de la PUCP.
Nota de prensa
El propósito de este libro, basado en el análisis exhaustivo de un conjunto de sermones y discursos pronunciados entre 1879 y 1884, es develar los mecanismos retóricos que, en clave secular y sagrada, fueron usados por la intelectualidad chilena para fundamentar la Guerra del Pacífico. Este trabajo se propone además analizar los rituales que sirvieron de soporte a ese despliegue de elocuencia cívica. Los oradores y predicadores chilenos –herederos directos de la tradición retórica inaugurada en los años de la Independencia– fueron los responsables de dotar a una nación en armas de una narrativa histórica capaz de justificar un conflicto internacional inédito, integrándolo a una cadena de eventos de estirpe bíblica y republicana. Los representantes de la Iglesia y del liberalismo recurrirán a los lenguajes arcaicos de la guerra santa y de la guerra cívica para dar sentido a una conflagración moderna que se luchó, qué duda cabe, por el control de una fabulosa riqueza salitrera.
La palabra desempeñó un papel fundamental durante la Guerra del Pacífico. Entre 1879 y 1884, el homo rethor chileno se valió de ella para definir el conflicto armado con sus vecinos, exacerbar el patriotismo de la población y resaltar la preeminencia de una tradición republicano-cristiana considerada como única en la región. Aun cuando la disputa entre Cicerón y Catilina estableció el principio de que en las relaciones civilizadas las armas estaban vedadas, la retórica que surgió en Chile a partir del desembarco en Antofagasta sirvió, entre otras cosas, para justificar la violencia organizada.
La guerra comunicacional, aquella que tuvo entre sus objetivos conquistar las mentes y los corazones de las multitudes, tuvo por trincheras los púlpitos de las iglesias, los balcones y los cientos de tabladillos instalados en cada plaza de la república. De ahí surgieron las armas de persuasión masiva que, como en el caso específico de los conceptos de la guerra justa o del heroísmo cristiano, se utilizaron en el frente interno y se exportaron al externo La teorización de la guerra no ocurrió en abstracto. En cada acto de recepción a los soldados que regresaban del frente de batalla y en cada ceremonia organizada para conmemorar a los caídos en combate, el ritual, dirigido a exacerbar las emociones y los sentidos, ayudó a instalar una narrativa que fue eficiente por su simplicidad. El conflicto contra la Alianza fue un momento cultural privilegiado en el cual se forjaron experiencias capaces de dejar una huella profunda en la memoria colectiva del pueblo chileno. La noción de que la guerra contra Bolivia y el Perú fue una “epopeya”, una cruzada cristiana en la que el “Dios de los ejércitos” favoreció constantemente a los expedicionarios, fue parte del libreto ideológico provisto por intelectuales que, como Isidoro Errázuriz, se convirtieron en “agentes del recuerdo”, esto es, en vínculos entre la sociedad civil y un Estado más preocupado en ganar la guerra que en justificarla.
Interpretaciones recientes en torno a la historia cultural de la guerra han identificado dos componentes que son básicos para hacer inteligible un acto de violencia que atenta, como ningún otro, contra las bases mismas de la humanidad civilizada. El primero, descrito como la “memoria moderna”, se refiere a la creación de un nuevo lenguaje en el cual deben ser considerados los avances culturales previos al conflicto armado. En esta explicación histórica también debe analizarse la experiencia directa del soldado, quien, mediante su relato, permite abordar la guerra desde un lugar alejado de esas grandes declaraciones patrióticas cuya finalidad es forzarlo a que entregue su vida por el honor nacional. La segunda manera de explicar la guerra –y es la que se hace evidente en los casos analizados en este estudio– es la de la certidumbre patriótica. Esta se refleja en una oratoria capaz de construir eufemismos sobre la gloria, la eternidad y el sacrificio. En otras palabras, esta segunda memoria de la guerra, llamada “tradicional”, es la que se encuentra estrechamente asociada a la manipulación y a las mentiras, pilares de la maquinaria propagandística que todo conflicto bélico requiere para captar adeptos y para justificarse.
La Guerra del Pacífico demandó de un lenguaje que, como era de esperarse, no provino de la narrativa de los soldados ni de una experiencia cultural moderna, sino de viejas tradiciones que, como las de la guerra santa y la guerra cívica, fueron reformuladas con la finalidad de alcanzar objetivos modernos. El poder que exhibieron las palabras utilizadas para explicar las razones por las cuales Chile debía enfrentarse a la Alianza radicó en que ellas provenían de la tradición retórica de la cual bebieron tanto los liberales como los representantes de la Iglesia chilena. En plena guerra, oradores de la talla de Benjamín Vicuña Mackenna e Isidoro Errázuriz y predicadores de la categoría de Salvador Donoso, Ramón Ángel Jara y Mariano Casanova construyeron, de manera simultánea, la narrativa y la estética de un evento que influenció, como ningún otro, la trayectoria cultural del Chile republicano.
A pesar de que las palabras de los oradores y predicadores chilenos fueron decisivas en la importante tarea de generar confianza en el frente interno, y coraje y deseo de revancha en el externo, la compleja arquitectura conceptual de la narrativa que se fue consolidando a partir de 1879 no ha merecido, salvo honrosas excepciones, el interés de la historiografía. La ausencia de un estudio detallado sobre lo que, en nuestra opinión, es la matriz cultural de la Guerra del Pacífico resulta bastante sorprendente cuando se descubre que en Chile existe una tradición oratoria que se remonta a los años de la Independencia, la cual, junto con su nivel de alfabetización, convierten a ese país en un caso bastante peculiar de construcción y diseminación sistemática del discurso nacionalista. Una comprensión cabal de la cultura de la retórica –tempranamente instalada en la transición de colonia a república y que evolucionó a lo largo del siglo XIX– permite abordar tanto los viejos argumentos que la guerra reproduce (“Chile, país civilizador” o “pueblo elegido de Dios”, por ejemplo) como las importantes mutaciones que, debido a los intensos cambios sociales, sufrieron la actividad oratoria y la tarea periodística.
Introducción
Las sociedades son la suma de sus historias de guerra. Por tratarse de un evento que modela como ningún otro las identidades culturales, la guerra requiere de una retórica integradora que, además de producir una imagen victoriosa e incluso un destino manifiesto, sea capaz de perfilar los rasgos esenciales del enemigo. El análisis del discurso nacionalista que emerge en Chile a partir de la Guerra del Pacífico y la función que en su diseño conceptual cumplieron los hombres de palabras es el tema central de este trabajo. Los encuentros entre guerra y memoria se han convertido en materia de una renovada reflexión historiográfica. Trabajos recientes muestran cómo la exacerbación de la memoria y la experiencia de la guerra son fenómenos inseparables. Así, guerra, memoria e historia conforman una trilogía que evoca relaciones tendientes a construir identidades colectivas.
Un caso paradigmático del uso de la memoria histórica con fines ideológicos es el conocido relato en el que Gonzalo Bulnes –el más importante historiador de la Guerra del Pacífico– reproduce la conversación entre Patricio Lynch y un grupo de soldados chilenos y peruanos heridos en combate. Teniendo como testigo de excepción al marino francés Abel Henri Bergasse Du Petit Thouars, la meta de Bulnes fue probar que el conflicto trinacional no era propiedad de sus directores, sino que él le pertenecía a un pueblo iniciado en el discurso nacionalista. La gran lección que Bulnes intentó transmitir, por intermedio de aquel soldado herido que afirmó estar peleando por una patria distante, fue que el poder de Chile no radicaba tan solo en la eficacia de sus armas convencionales. Para Bulnes el triunfo final en Lima estaba íntimamente asociado al grado de ideologización de los habitantes del país vencedor; la república de Chile contaba con un imaginario nacional del que carecían sus rivales. Conformado por un conjunto de símbolos, palabras y rituales que informaban su identidad colectiva, este marco conceptual disponía, además, de un sistema comunicacional y de una sociedad entrenada para decodificarlo.
A pesar de que fueron sólo tres los soldados entrevistados por Lynch y no obstante que la victoria chilena se debió en buena cuenta a la labor de una maquinaria político-militar hábilmente manejada desde La Moneda, el relato esencialista de Bulnes ha resistido el embate del tiempo. Es por ello que, parafraseando a Hayden White, es posible afirmar que el nacionalismo chileno es real no tanto porque existió como cifra estadística, sino porque sus productores tuvieron la habilidad de construir imágenes imborrables. Una de las que aún permanece en nuestra memoria, a pesar del tiempo transcurrido, es la de aquel soldado herido en combate ofreciendo una cátedra de nacionalismo a un oficial francés y a un grupo de peruanos derrotados y confundidos.
Además de los aspectos logísticos y estratégicos que toda guerra requiere, esta también demanda un relato que le provea de legitimidad. La narrativa de la guerra surge en los campamentos militares, pero también se va gestando en las oficinas de redacción de los periódicos, en los púlpitos de las iglesias y en los escritorios de los publicistas. No obstante la importancia que exhibe la Guerra del Pacífico como memoria colectiva, el campo de estudio que abarca su proceso de elaboración intelectual no ha recibido, salvo escasas excepciones, el interés de los historiadores. Abordar la guerra como representación y como relato intertextual permite descubrir la existencia de un frente ideológico diseñado sobre la base de una vieja tradición retórica que para Chile se remonta a los años de la Independencia. La “guerra de las palabras” colaboró, qué duda cabe, en el proceso de fortalecimiento de la joven identidad chilena ayudando, mediante la creación de un mapa cognitivo, a cristalizar aquello que Anthony Smith define como moralidades significativas. Son estas las que deben de ser emuladas por la colectividad en su conjunto.
Links útiles
Carmen Mc Evoy. Camino al Bicentenario. Leer aquí
Nota en La bitacora de Hobsbawm. Leer aquí