¿Qué leía Hitler? Reformulemos la pregunta: ¿qué libros fueron necesarios para que alguien se convierta en uno de los personajes más sanguinarios de la historia? Timothy W. Ryback ha logrado responder esta pregunta. Su investigación, titulada Hitler’s Private Library: The Books That Shaped His Life (2008) nos sumerge en el fascinante mundo de la lectura del Führer y de qué modo los libros terminaron moldeando su personalidad y desequilibrado modo de pensar.
De acuerdo con Ryback, el Führer era un lector voraz, incapaz de dejar de leer, y tuvo ese hábito hasta en los momentos más adversos. Se estima que su biblioteca tenía alrededor de 16 mil ejemplares. Digo se estima porque su colección de libros no sobrevivió entera después de la muerte de su dueño. Gran parte de esta (10 mil ejemplares) fue a parar a Moscú como trofeo de guerra y se presume que fue abierta al público brevemente en 1990 pero luego desapareció sin dejar rastro. Una parte más pequeña fue a parar a manos de los aliados, específicamente a Washington, donde fue organizada y catalogada. Esta parte le ha permitido a Ryback indagar qué tipo de lector era Hitler.
¿Qué leía el Führer? Entre sus lecturas favoritas estaba Shakespeare (autor también favorito de Abimael Guzmán), cuyas obras para Hitler superaban a los autores alemanes. También leía obras militares, libros esotéricos, novelas; su hábito de lectura le demandaba horas, tiempo durante el cual se encerraba en su estudio o buscaba estar alejado de los demás, tratando de que nadie lo interrumpiese, ni siquiera su pareja, Eva Braun, quien por lo menos en una oportunidad sufrió del mal carácter de Hitler por haberlo interrumpido mientras estaba concentrado en sus libros.
Ryback ha analizado con detalle los títulos de las obras así como las marcas dejadas en los libros, y ha llegado a cotejar los revisar los discursos de Hitler para conocer qué tanto influyó la lectura de estos textos en su forma de comunicarse. Para Hitler, los libros no debían conducir al lector, sino todo lo contrario: como partes de un engranaje que le permitieran confirmar lo que ya sabía. Ya que despreciaba el conocimiento académico, su acercamiento a los libros no buscaba cuestionar su saber previo sino cimentarlo en base a citas, párrafos específicos, pasajes particulares.
Comentarios al libro en The New Republic y The Economist. La reseña de Ian Kershaw al libro, aquí.