El campo de la ingeniería está en crecimiento estos días. La sociedad la contempla como una parte vital de la innovación, y las instituciones educativas promueven el título de ingeniero como una entrada a una carrera fructífera. Las humanidades, de otro lado, se encuentran en peligro, con cada vez menos estudiantes cada año.
Nuestra intención es crear un puente entre ambas áreas y contribuir a crear un sistema donde las dos áreas no se encuentren separadas sino que dialoguen de un modo esencial entre sí. Uno de nosotros comenzó sus estudios en arte y ahora es decano de una escuela de ingeniería, y el otro es un experto en literatura rusa que originalmente pensó en estudiar Física.
Sabemos que las ingenierías y las humanidades difieren no solo en el tema sino también en la forma de pensar que ambas fomentan. De modo que la pregunta es no solo qué tipo de información de un área es útil a la otra, sino que puede aprender una de la otra al imaginarse el mundo de una manera completamente distinta.
En Estados Unidos contamos con el privilegio de unir ambas culturas dado que –a diferencia de Europa y América del Sur– se espera que los estudiantes aprendan más que su propia especialidad. Esto lleva a una serie de interacciones entre disciplinas que involucran el lado izquierdo del cerebro –con habilidades analíticas, convergentes y cuantitativas asociadas con la ciencia y la ingeniería– y el lado derecho –habilidades artísticas y humanísticas– que sean más fácil de adquirir. Al hacerlo, el resultado son ingenieros y humanistas más talentosos, pero llegar a ello requerirá de un cambio profundo a distintos niveles.
Por su propia naturaleza, la ingeniería es creativa y dirigida al uso humano. Con frecuencia, sin embargo, la educación en ingeniería pospone o tiende a olvidar ambos. En su lugar, es presenta como un proceso de absorción, seguida solo mucho después por la producción de algo nuevo.
Los estudiantes llegan a manejar la rutina al resolver problemas que con comprendidos a cabalidad. Los manuales presentan el conocimiento actual como verdades eternas, como si estas hubiesen sido otorgadas por revelación divina. Se pide a los estudiantes ser creativos solo al final de su entrenamiento, en una tesis o al diseñar un proyecto. Imaginen si los poetas fuesen entrenados para identificar métricas pero tuviesen que posponer su uso para crear un poema por varios años más.
Afortunadamente, la enseñanza en ingeniería ha evolucionado de manera significativa en la última década, pese a que no ha ocurrido de igual manera en todos los lugares y al mismo ritmo. En vez de transmitir el conocimiento de manera directa, los mejores programas intentan promover el aprendizaje experiencial. En lugar de cursos homogéneos con ingenieros de la misma disciplina, los nuevos cursos traen equipos de disciplinas distintas, incluyendo personas ajenas a la ingeniería.
En las artes y las humanidades, pensar de manera creativa y metafórica es una actividad que comienza desde muy temprano. Los cursos de introducción a la literatura no enseñan cómo manejar de un determinado material, no solo porque no existe el material en sí sino porque no es del todo claro lo que significa “manejar un material”. La literatura no aspira a transmitir información per se; uno mismo tiene que involucrarse en el proceso.
Desde el primer día de clases, el profesor de literatura no intenta transferir conocimiento sobre los poemas sino que prepara el proceso de interpretación imaginativa de un poema. Las buenas clases de literatura consisten en una manera de presentación improvisada al enseñar lo que significar experimentar una historia determinada, una novela o una pintura, y llegar a una interpretación. En eso consiste la lección en sí, no en la interpretación en sí.
¿Qué ocurriría si más ingenieros percibiesen su trabajo de una manera similar a la descrita? O, del mismo modo, si los humanistas entendieran cómo piensan los ingenieros y científicos, y de no sentirse desorientados por las matemáticas, la experimentación y las características de ensayo y prueba de aquellas disciplinas, podrían apreciar sus propias formas de pensar y aprovechar oportunidades para contribuir con algo ciertamente distinto.
El crítico formalista ruso Victor Shklovsy sostenía que el arte demanda que revirtamos el proceso tradicional de aprendizaje. Cuando adquirimos un talento, solemos ponerlo en práctica hasta que se vuelve automático. Aprender consiste, en este sentido, en un proceso de familiarizarse con un determinado conocimiento. Pero en ocasiones es importante experimentar algo que es familiar como si se tratase de la primera vez.
O, como lo explica Shklovsky, necesitamos de-familiarizar lo familiar: “El propósito del arte es brindar una sensación de las cosas como estas son percibidas y no como estas son ya conocidas. La técnica del arte es la de hacer los objetos ‘no-familiares’”.
Adquirir el hábito de superar la percepción de lo habitual es un proceso que reúne a la ingeniería y las humanidades. Es cómo los grandes escritores brindan experiencia humana de formas distintas, y cómo los ingenieros innovan. La tecnología no procede a través de una trayectoria trazada de antemano, como uno podría suponer luego de revisar un manual o la resolución de un problema. Al igual que la literatura, la ingeniería funciona en ocasiones al no satisfacer expectativas ya conocidas sino creando la necesidad que la satisface. Así como la literatura: Tolstoi no satisfizo a nadie con una novela llamada Ana Karenina.
* Continuar leyendo el ensayo de Julio M. Ottino & Gary Saul Morson, “Building a Bridge Between Engineering and the Humanities,” The Chronicle of Higher Education (February 14, 2016), en este enlace.
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