Hace algunos años, don César Gutiérrez Muñoz me permitió acceder a leer las diferentes entregas de los Cuadernos del Archivo de la Universidad. En ellos, nuestra Casa de Estudios – a través de sus miembros – rinde homenaje a aquellas personas que con su vida y obra han marcado verdaderos hitos en nuestro derrotero institucional. Mediante estas líneas quisiera contribuir a aquel reconocimiento que los más jóvenes tributamos a quienes guían con su luz nuestro camino, anotando un comentario personal sobre un querido profesor de la especialidad de Historia.
Jeffrey Klaiber – Jeff, como le dicen sus amigos cercanos – nació en Chicago, el 11 de Enero de 1943. Proveniente de una familia donde la religión ocupó un lugar importante, sintió el llamado de Dios e ingresó a la Compañía de Jesús el año 1961, orden religiosa en la que sería ordenado sacerdote en 1974. Su formación académica la realizó en la Universidad de Loyola (Chicago) y en la Universidad Católica de América (Washington, D.C.), donde obtendría el grado de doctor en Historia con una tesis sobre el APRA. Como jesuita, de la Provincia de Chicago, tuvo una relación cercana con el Perú, y a ello se debe su temprano interés por nuestro país. Vino por primera vez al Perú en 1963, regresando en 1976 para establecerse permanentemente, del cual se ha alejado en contadas oportunidades pues hoy es prácticamente un compatriota más.
Las clases de Jeffrey Klaiber se inician con una rigurosa puntualidad. Primera lección. En un país donde sus autoridades políticas acuñan neologismos para las tardanzas, la primera impresión con el Padre Klaiber es que debes llegar temprano, aunque la puerta permanezca abierta. Luego de ello, una pequeña conversación para esperar a los tardones, o mejor dicho para esperarnos. Acto seguido, empieza la clase. Los papelógrafos invaden las pizarras. Ningún espacio para la improvisación. En sus clases, sabes dónde empiezas y dónde terminas. Segunda lección. El orden y la preparación de la exposición, son deberes ineludibles de un estudiante de historia, y por supuesto de un historiador. Un pequeño descanso ayuda a calmar el desborde de datos, nombres y fechas, concatenados con espacios para despejar las dudas de sus alumnos y discutir puntos sobre los que se puede tener posiciones divergentes. Aprovechamos para comentar alguna noticia política reciente, una película de estreno o la aparición de un nuevo libro. Luego de ello, se retoma la clase. Al finalizar, el epíteto de siempre: ¿Preguntas, dudas?
En la especialidad de Historia tiene a su cargo los cursos de Historia Universal Moderna y Contemporánea, además de algunos electivos sobre la Iglesia, Estados Unidos y Latinoamérica, entre otros. Sus clases son una verdadera prueba de que vale la pena estudiar Historia en el Perú, y en particular en la PUCP. El padre Klaiber muestra, a través de sus palabras, un inacabable amor por el país, y una fe inquebrantable en su prosperidad. Todo ello con una dosis adecuada de crítica, que no descarta en ningún momento una aguda acidez, como aquella en la que señalaba que él no “dictaba” clases, pues ello lo convertiría en un “dictador”, de los que el Perú y América Latina tenían ya en abundancia.
A su denodada labor como docente, y maestro de muchas generaciones de historiadores, se añade su trabajo como investigador. Tiene publicados varios libros sobre el papel de la Iglesia en Latinoamérica, así como diferentes artículos en torno a temas tan diversos como la independencia, las actitudes raciales durante la Guerra del Pacífico, la evangelización y la historia de la compañía de Jesús en América. Su último libro, Iglesia, Dictaduras y Democracia en América Latina, tiene dos ediciones – en español y en inglés – y es una obra de consulta obligatoria para los investigadores interesados en la historia contemporánea y en la validez de la historia comparada para la absolución de preguntas compartidas en la región.
A este punto, quisiera señalar una de las primeras cuestiones a destacar en la labor del padre Klaiber. Para mi generación es, con toda seguridad, el docente que más cursos nos ha impartido. Durante mis estudios, tuve el privilegio de tenerlo como profesor en seis cursos, si la memoria no me falla, y además creo haber obviado varios de los electivos que se ofrecían con él. Muchos de quienes hemos sido sus alumnos, hemos tomado opciones profesionales distintas. En todas ellas, sin embargo, el rigor al que nos acostumbró el Padre es un sello que nos caracteriza.
Sin embargo, la tarea formativa de Jeffrey Klaiber no se limita al aula de clases. Las puertas de su oficina siempre se encuentran abiertas para los estudiantes, egresados, colegas y todo aquel quien solicite su asesoría. El padre Klaiber es una prueba viviente del compromiso con la docencia. Sus actos, su comportamiento y el que no haya suspendido una sola clase – pese a que algunas veces, rogábamos que lo hiciese – así lo demuestran. Por añadidura es un gran amigo, siempre dispuesto a escuchar. Asume con el mismo nivel compromiso docente, su vocación sacerdotal.
Toda relación humana siempre genera compromisos. Cuando esta relación es tan fructífera como la que desarrolla Jeffrey Klaiber con sus alumnos, nosotros – los más jóvenes – vivimos con la consigna de poner en uso las enseñanzas aprendidas. Si estas enseñanzas exceden lo académico, la tarea es mucho más compleja. Esta breve nota, suscrita a manera personal, pretende retratar la percepción de todos aquellos jóvenes que hemos encontrado en el padre Klaiber una fuente inacabable de conocimiento, y un vivo ejemplo de plenitud humana.
Con 64 años de vida recién cumplidos, ha pasado 46 de ellos en la Compañía de Jesús y 31 vinculados con la PUCP – ingresó el 1 de abril de 1976 -, en donde ha ejercido el cargo de profesor y jefe del Departamento de Humanidades, todos los que formamos parte de la comunidad universitaria y que hayamos tenido relación alguna con el padre Klaiber, podremos decir de él lo siguiente: notable académico, buen profesor, paciente consejero. Jeffrey Klaiber es – sin duda alguna – una auténtica luz en el camino. Y sobre ello no quedan ni preguntas, ni dudas.
Fuente: Cuadernos del Archivo de la Universidad, No. 48, Nuestra Gente VI, 2007, pp. 28-31.