La libertad religiosa en el Perú, y lo que conlleva con su dosis de pluralidad de ideas y acciones emanadas desde el campo religioso hacia la sociedad, es un proceso inacabado, en permanente cristalización. Uno pensaría que el establecimiento de este marco moderno fue propio del siglo XIX, pero no es así. Es cierto que hay etapas muy marcadas de este recorrido. Lo que ocurrió desde 1821 hasta 1915 (cuando las leyes republicanas garantizaron la tolerancia religiosa) fue una lucha constante de las mentes más modernizadoras por convertir al Estado en uno independiente y autónomo de la religión; y la Iglesia Católica por su parte tuvo que adaptarse a un nuevo contexto de formación del espacio público moderno y a incursionar en él con los mismos mecanismos que cualquier actor social contemporáneo.
Ello no fue fácil, y la historia estuvo salpicada de constantes fisuras, escándalos y luchas por ir construyendo ese nuevo escenario. La reacción contra los protestantes y otros grupos portadores de modernidad (liberales, masones, etc) graficado en el caso Penzotti resume muy bien lo que digo. La sociedad inicia un tránsito muy difícil de una época de un monopolio religioso católico y de una enorme influencia de la Iglesia Católica en el plano de la política y la vida cotidiana a otra distinta. Pero luego, entre 1915 y 1967, aproximadamente (cuando las políticas de ordenamiento interno se acomodan al espíritu de la legislación en materia de derechos humanos religiosos, legislación internacional de la cual el Perú tras la Segunda Guerra Mundial es signatario) hay un momento donde la tensión se centra por un lado en una Iglesia -específicamente ciertos actores de ella, lo que es bueno distinguir- que al mismo tiempo que influye en los hombres públicos movilizan a las feligresías en las calles y la vida diaria para oponerse no sólo a los actores religiosos viejos y nuevos en el digamos (en términos de Bourdieu y Berger) “mercado religioso” -evangélicos, pentecostales, grupos orientalistas, etc.- sino también a grupos diversos -incluso artísticos y culturales- que cuestionan una cierta concepción de sociedad tradicional.
Todos recordamos el cuestionamiento a bailes y ritmos nuevos en las décadas de 1950 y 1960, pero es parte de un cuestionamiento más vasto a lo nuevo y diferente, la lucha entre tradición y modernidad simbolizados en esos enfrentamientos. En muchísimos casos tienen acogida estas ideas en el Estado y la sociedad, y hay contrasentidos evidentes con diferentes actitudes excluyentes practicadas. De 1967 -época que además marca un cierto “aggiornamento” de la Iglesia-, pasando por la Constitución de 1979 que consagra la separación de Estado e Iglesia y la libertad religiosa, hasta nuestros días, lo que hay es una acción siempre puntual pero más específica de ciertos grupos por defender en el espacio público los intereses -desde su concepción- más globales de la Iglesia Católica y el cristianismo. Esto se cruza con la crítica a otros grupos religiosos; y por otro lado también existe la acción pública de estos otros grupos que a veces cuestionan ciertas acciones de la Iglesia Católica y también de la sociedad moderna y laica. El campo religioso se muestra muy activo en estos tiempos en roces y fricciones entre actores en pugna por definir espacios. Últimamente también, y recogiendo en parte las banderas decimonónicas, vemos el surgimiento de ciertos grupos laicistas, que también buscan reducir o readecuar el campo en donde se ubican los actores religiosos.
Todo esto es analizable y puede dar para entrar al detalle de muchos ejemplos. Pero en este proceso se nota últimamente -comparativamente con momentos anteriores, seguramente por un mayor de nivel de conciencia de lo público que antes- que hay un Estado y otras instituciones sociales que en lugar de preservar el carácter autónomo relativo del campo político del religioso, a veces lo tienden a mezclar, en sus actos diarios, provocando ellos mismos más de un problema. No se trata de desconocer las opciones religiosas de los grupos y personas y de sus eventuales presiones por ampliar sus propios espacios, simplemente se trata de reconocer el marco laico y democrático de las políticas públicas en todos los escenarios posibles. La convivencia, la pluralidad de ideas y los campos delimitados. Hay suficientes casos reseñados en los últimos 40 años como para formar un libro, pues -como ya lo dije en otra oportunidad- la libertad religiosa en un contexto contemporáneo pasa por políticas públicas claras y un marco de formación ciudadana que en el país y en América Latina todavía lamentablemente no logran cristalizarse plenamente.
El autor: Fernando Armas Asín es historiador y especialista en historia de las religiones en el Perú y América Latina. Ha escrito y editado diversos libros en los últimos años, entre ellos: Protestantes, Liberales y Masones. Modernidad y tolerancia religiosa. Perú, siglo XIX (1998), La invención del catolicismo andino (2010), Políticas divinas. Religión, diversidad y política en el Perú contemporáneo (2009), Patrimonio divino y catolicismo criollo (2010).
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