Si Keiko Fujimori ganara las elecciones del 5 de Junio el hombre más feliz de la tierra sería, sin duda alguna, su padre, Alberto Fujimori Fujimori (AFF), quien no sólo estaría muy cerca de recobrar su libertad, sino además interpretaría esa elección como una reivindicación del oprobioso gobierno que lideró durante una década.
¿Deberíamos darle a AFF la oportunidad de celebrar la elección de su hija como presidenta y retornar, de una manera u otra, al poder?
Hay razones suficientes para decir, rotundamente, que no:
- Fujimori violó la constitución de 1979, ejecutó un autogolpe, cerró el congreso, persiguió a la oposición, manoseó la constitución que él mismo hizo aprobar en 1993 y recurrió al fraude electoral para intentar perpetuarse en el poder. Fujimori (y no Chávez) fue quien inauguró el estilo de eternizarse en el poder “constitucionalmente”.
- Fujimori controló a su antojo la prensa, el poder judicial, el congreso y las fuerzas armadas. Corroyó y pervirtió nuestras instituciones. Se hizo servir y adular por políticos, artistas, empresarios y periodistas, incluyendo gentes de tan nefasta trayectoria como Laura Bozo, José Enrique Cruisillat o Nicolás Lúcar. Maltrató a quienes se atrevieron a criticarlo (incluyendo, no olvidemos, a su propia esposa, quien lo denunció por maltrato y robo y fue luego arrojada de Palacio de Gobierno para ser remplazada en sus funciones de primera dama por quien hoy quiere ser nuestra presidenta).
- Fujimori entronizó en el poder a Vladimiro Montesinos y juntos montaron el aparato de corrupción más infame, extenso y elaborado que haya conocido el Perú. Robaron cientos de millones de dólares, sobornaron a diestra y siniestra, y abrieron jugosas cuentas bancarias en el extranjero (que sirvieron, entre otras cosas, para financiar los estudios de los cuatro hijos de la familia Fujimori), mientras que, gracias a la “exitosa” política económica del fujimorismo, cientos de miles de trabajadores perdieron sus empleos. Fujimori consiguió para el Perú el dudoso galardón de ser uno de los diez gobernantes más corruptos en la historia del mundo.
- Fujimori practicó una sistemática violación de los derechos humanos. Desapariciones, asesinatos, tortura, abusos sexuales, masacres, ejecuciones extra-judiciales, esterilización forzada e ilegal de miles de mujeres, y muchas otras atrocidades fueron moneda corriente durante su gobierno. La ley fue pisoteada cotidianamente. El Perú se convirtió en una vergüenza internacional en materia de respeto a los derechos humanos (que, dicho sea de paso, no son una “cojudez”, como dijera el fariseo Juan Luis Cipriani, sino el fundamento mismo de un estado de derecho y una sociedad democrática e inclusiva).
- Finalmente, en el acto de cobardía más vergonzoso que recuerde la historia contemporánea de nuestro país (y vaya que hemos tenido muchos), Fujimori huyó del Perú y luego renunció a lapresidencia desde Japón, a donde fue a esconderse protegido por su nacionalidad japonesa.
Este es el curriculum vitae resumido de quien es considerado por su hija Keiko “el mejor presidente de la historia peruana”. Este retrato no es ciertamente el de un estadista y un patriota, sino el de un ladrón, un tirano y un cobarde. ¿Lo hemos olvidado tan rápido?
A pocos días de las elecciones tenemos el deber de preguntarnos: ¿estamos dispuestos a votar por Keiko Fujimori y así contribuir a que Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos y el resto de la pandilla mafiosa celebren con champán y salten de alegría la noche del 5 de Junio, mientras muchos de quienes fueron víctimas de sus latrocinios y abusos siguen aún esperando justicia? ¿Se merecen los cómplices de diez años de oprobio volver a celebrar un triunfo electoral? ¿Queremos tener otra vez en el gobierno a Alberto, Keiko, Santiago y Kenji Fujimori, que lo único que han hecho hasta ahora es aprovecharse del poder, enriquecerse a nuestra costa, tomar por asalto el estado, reirse de los hombres y mujeres más probos del Perú, y favorecer a quienes están dispuestos a vender su alma con tal de defender sus privilegios?
Creo que podemos y debemos demostrar que somos un pueblo que tiene memoria. No nos dejemos convencer por el chantaje ni por el miedo y rechacemos el intento de la mafia fujimorista de apoderarse nuevamente del país. Sólo así podremos mirar a los ojos a nuestros hijos e hijas, nietos y nietas, y decirles, cuando llegue el momento: “Yo NO voté por Keiko Fujimori, y no lo hice, entre otras razones, porque mi dignidad y la del Perú están por encima de todo”.