Hace unos días apareció en The Washington Post un interesante artículo sobre la crisis de la historia académica (“Defending the academicians”, de Gordon Wood). En el mismo, se abordaba un tema delicado e incómodo a la vez: el alejamiento de los historiadores profesionales del gran público. No es un secreto que los libros que escribimos los historiadores profesionales no siempre sintonizan con lo que el gran público desea, y que son más bien los libros escritos por historiadores amateurs o ajenos al mundo académico quienes logran imponerse como los más populares. ¿Cómo debemos proceder ante esto, con envidia o con una reflexión? Si bien es cierto que no podemos medir la calidad de un libro por las ventas que alcanza, también es cierto que el alejamiento del gran público plantea un problema estructural del que quizás los historiadores no estamos enterados.
En el caso peruano, el problema parece provenir más de la oferta que de la demanda. Es decir, si bien no existe un mercado amplísimo de lectores de libros de historia académica, sí es cierto que las editoriales, ante este problema, han logrado crear estrategias que han permitido bajar el precio de los libros y presentarlos de manera más atractiva a los lectores. Para la mayoría de historiadores, sin embargo, parecería que basta con que el libro aparezca publicado y desentenderse del resto del proceso: la promoción del mismo y la toma de contacto con los lectores (que, por cierto, van más allá de los amigos de infancia y familiares del autor).
A mi parecer, el espacio intermedio que existe entre la academia y el gran público viene siendo llenado por los blogs. Pero esto no es suficiente. Los libros académicos proveen sólidos estudios que sirven luego para otro tipo de productos: los libros de divulgación y los de ficción así como los de no ficción. El problema no es solo para los historiadores, sino para las editoriales y librerías que ven amontonarse en los estantes y anaqueles estudios muy valiosos pero que por específicos o encriptados no despiertan la más mínima emoción entre los compradores. Aunque el término “derechos de autor” apenas existe en el Perú, a la larga, las editoriales y las librerías reducen el espacio para los trabajos de historiadores, especialmente los que recién comienzan y quieren ver publicada su tesis o sus primeras investigaciones.
Si hubiese algo parecido a un mercado editorial y los historiadores estuviésemos interesados en él, la oferta y la demanda nos harían ver qué podemos mejorar: prosa más fluida, presentaciones más interesante, contacto con la gente.
Mientras, los dejo con la traducción de parte del artículo, que señala los problemas existentes en el medio norteamericano, con un circuito editorial muy selectivo y relacionado con la tiranía de las reglas del mercado. (Algunos libros de historia y ciencias sociales publicados en los últimos meses, aquí).
“La escritura de la historia proveniente del mundo académico parece estar en crisis. Las monografías sobre temas de historia -trabajos académicos sobre temas altamente específicos- salen de las editoriales (1200 por año aproximadamente) y aun así tienen pocos lectores. En ocasiones, las ventas de libros de historia escritos por académicos alcanzan apenas unos cuantos centenares; de no ser por las bibliotecas que adquieren estos ejemplares, la venta de los mismos podría llegar a unas cuantas decenas. La mayoría de la gente parecería no estar interesada en leer libros de historia, al menos los que escriben los autores provenientes del mundo académico. Aunque hay quienes culpan de esto al bajo nivel de enseñanza de historia en las escuelas, muchos críticos piensan que el problema radica en los mismos historiadores profesionales, que no saben cómo escribir historia, al menos la que el gran público desea leer. Después de todo, David McCullogh, Walter Isaacson, Jon Meacham, y otros historiadores bastante conocidos en el medio, venden cientos de libros. Si ellos pueden hacerlo, ¿por qué los historiadores del entorno académico no pueden escribir mejor y producir un tipo de historia más legible y accesible al público?
Los historiadores que venden un alto tiraje de libros siempre han considerado que ha sido su habilidad de escribir bien lo que los ha hecho populares. Samuel Eliot Morison, un rara avis entre los historiadores y un académico que fue autor de bestsellers a mediados del siglo XX, cree en ello. Los historiadores profesionales, dice, “han olvidado que existe un arte al momento de escribir historia”. En vez de escribir relatos que conmuevan, ellos escriben “sólidas y valiosas monografías que nadie aprecia fuera del círculo profesional”. Barbara Tuchman, una de las historiadores norteamericanas más populares en los años 60 y 70, cree que los historiadores no saben cómo escribir. La razón por la cual los profesores de historia tienen tan pocos lectores, según ella, es porque ellos han tenido tan poco público cautivo -primero, los miembros del comité que supervisa sus tesis, luego sus estudiantes. En realidad, ellos no saben cómo “capturar y mantener el interés del público”. McCullough está de acuerdo con esta opinión, pese a que no lo manifiesta de una manera tan dura. La Historia está en aprietos, señala, porque muchos historiadores profesionales han olvidado cómo contar un relato. “En eso consiste la Historia, en un relato”.
Ojalá el problema fuese tan sencillo. Los historiadores profesionales no han olvidado cómo contar un relato. De hecho, muchos de ellos han elegido deliberadamente no contar relatos; es decir, han elegido no escribir una historia narrativa. La historia narrativa es una forma particular de escritura cuya popularidad viene del hecho que se asemeja a un relato. Esta presente los eventos del pasado en orden cronológico, con un comienzo y un final. Estas obras suelen concentrarse en las personalidades y en eventos únicos, acontecimientos que debieron haber provocado primeras planas en el pasado: una biografía de george Washington, por ejemplo, o la historia de la elección de 1800. Dado que lo político tiende a dominar los titulares, la política ha sido por lo general el soporte de la historia narrativa.
En lugar de escribir historias narrativas, muchos historiadores profesionales, especialmente cuando comienzan sus carreras, escriben lo que podría ser considerado como historia analítica, una historia especializada en base a sus tesis de doctorado. Ejemplos recientes de esta práctica incluyen un recuento de artesanos en Petersburgo, Virginia, entre 1820 y 1865; un estudio del Partido Republicano y el voto Afroamericano entre 1928 y 1952; y un análisis de la aristocracia en el condado de Champagne en France entre 1100 y 1300. Estudios tan específicos como estos buscan resolver problemas en el pasado que los trabajos de otros historiadores han expuesto previamente; o resolver discrepancias entre distintas formas de análisis historicos; o llenar vacíos que existen en la literatura académica sobre el tema en cuestión. En otras palabras, los historiadores profesionales principiantes seleccionan sus temas en función de lo que otros historiadores profesionales han dicho anteriormente. Ellos encuentran errores, puertas o nichos que pueden corregir, llenar o completar. Sus estudios, pese a lo específico que puedan parecer, no son insignificantes. Es a través de estos estudios específicos que se contribuye al esfuerzo colectivo de la profesión y que nos permite expandir nuestro conocimiento del pasado” (Sigue…).
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