Quizás estoy cantando victoria (y saltando en un pie) antes de tiempo, pero esa es la sensación que me produce la lectura de un artículo aparecido recientemente en Project Syndicate. Ian Buruma, autor de una interesante síntesis sobre la historia del Japón (La creación de Japón, 1853-1964), ha escrito lo que podría ser un epitafio (quizás anticipado) de un peculiar grupo intelectual norteamericano: los neoconservadores, mejor conocidos como los neocons.
Los orígenes de este grupo podrían remontarse a la aparición de los trabajos de Samuel Huntington, Choque de civilizaciones, y sobre todo, de Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre. Ambos libros proveyeron de un soporte intelectual a la política que abre la década del 90 con el gobierno de Bush y que a la vez que celebra el fin del comunismo, orienta los intereses norteamericanos hacia el Medio Oriente. El grupo de neocons apuntaba principalmente a recobrar la hegemonía de EEUU a través de lo que ellos consideraban era su misión civilizadora e instauradora de la democracia en otros países. El ambiguo triunfo sobre Irak en la Operación Tormenta del Desierto, que mantuvo a Saddam Hussein en el poder pero le permitió a EEUU organizar una coalición contra la dictadura iraquí, no impidió que los neocons cobraran fuerza a través del discurso moral durante la era Clinton y retornaran completamente organizados con el ascenso de George W. Bush y la segunda guerra de Irak.
Lo más probable es que los neocons se refugien en centros de investigación o como asesores de los republicanos, reformulando o afinando sus propuestas mientras establecen cuál debería ser la agenda de EEUU en el exterior. Por lo pronto, Fukuyama ha abjurado de su pasado neocon y la ha emprendido contra sus antiguos «compañeros de ruta» en su más reciente libro, que pronto comentaremos aquí.
Mientras, los dejamos con el artículo de Buruma.
Ian Buruma. El último de los neoconservadores
Ahora que la presidencia de George W. Bush está a punto de terminar, ¿qué les ocurrirá a los neoconservadores? Pocas veces en la historia de los Estados Unidos una pequeña cantidad intelectuales librescos había tenido tanta influencia sobre la política exterior como la de los neoconservadores bajo Bush y su vicepresidente, Dick Cheney, ninguno de los cuales es conocido por la profundidad de sus intereses intelectuales. La mayoría de los presidentes esperan que sus periodos en el cargo adquieran alguna significación. Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 dieron a los intelectuales neoconservadores la oportunidad de prestar su tipo de idealismo revolucionario a la aventura de Bush/Cheney. (Continúa…)
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