Como parte de un Seminario que estoy llevando sobre Reformas Borbónicas en Hispanoamérica (“The Civilizing Project in 18th-Century Spain and Spanish America”), estamos leyendo autores como Foucault y Roy Porter, entre muchos otros. De este último, acabo de revisar su breve pero sugerente libro titulado “The Enlightenment”.
Antes que ser una historia de la Ilustración, el texto de Porter es una suerte de balance y guía de estudios sobre esta forma de pensamiento. Dividido en ocho capítulos, el libro avanza en torno de preguntas fundamentales como la relación entre Ilustración y política, la religión, el alcance de esta corriente, su naturaleza en cuanto a grupo coherente de doctrinas y divulgadores. La parte final del texto está reservada a un balance sobre si la Ilustración realmente importa o no.
Porter deconstruye elegantemente nuestros supuestos sobre la Ilustración y los hombres que conformaron el grupo de pensadores que difundieron este proyecto en el siglo XVIII.
Un primer aspecto a resaltar es el heterogéneo grupo de ilustrados, lo cual obliga a repensar los proyectos personales de cada uno de ellos, sus trayectorias, background, y hasta qué punto la Ilustración pudo realmente conformarse en un proyecto común o si solo es una construcción vista desde fuera y a siglos de distancia. En todo caso, la pregunta por si se trató de un puñado de intelectuales (“a terrorist brigade”, como la denomina Porter) que actuaron contra la corriente debe verse en el propio contexto, en el que los sectores medios pudieron tener acceso a educación y conformar parte de estas nuevas formas de pensamiento.
Algo que los une, definitivamente, es su creencia en que el conocimiento impartido y difundido por ellos traería progreso y felicidad al resto de personas. Esto no siempre fue cierto, y en cierta manera cofigura los proyectos, algunos utópicos, otros totalitarios, que se darían por parte de elites intelectuales en el siglo XX. Por ejemplo, la aplicación del libre comercio de grano en Francia significó la casi ruina de los productores, así como el ninguno de la religión dio paso al nihilismo del que se valió el Terror. En no pocos casos, el extremo racionalismo de estos philosophers se confundía con las medidas que el absolutismo buscaba implementar por esos años.
Incluyo aquí el primer capítulo del libro, con algunos párrafos traducidos. El capítulo completo puede ser consultado aquí.
¿Qué fue la Ilustración?
Hace casi doscientos años, el filósofo alemán Immanuel kant escribió un ensayo titulado ‘Was ist Aufklärung?’ (‘¿Qué es la Ilustración?’). Para Kant, la Ilustración constituía la etapa final de la humanidad, la emancipación de un estado inmaduro de ignorancia y error. Él creía que este proceso mental de liberación había sido puesto en marcha en su propia época. Los avances del conocimiento humano (comprensión de la naturaleza) podrían representar este gran salto adelante. “Sapere aude” (“Atrévete a saber”) fue el lema de Kant, tomado del poeta latino Horacio. Pero en la actualidad solo un historiador de reputación incuestionable podría pronunciar, con la confianza que tuvo Kant, que lo que conocemos ahora como la Ilustración del siglo XVIII, ese conjunto de ideas “progresistas” y “liberales” y opiniones llevadas adelante por intelectuales y propagandistas de ese entonces, que traerían sin duda una etapa decisiva de progreso a la sociedad.
Los historiadores sospechan (y con razón) sobre hacer eco de los voceros de esta corriente. En todo caso, las historias de “santos” y “pecadores”, que presenta a héroes luchando contra tiranos conservadores con el propósito de implementar un mejor futuro, aparece ahora como una visión parcializada y partidista. Sería raro encontrar en la Ilustración un programa perfecto para el progreso humano. Debe ser visto más bien como una exposición de un conjunto de problemas a explorar por los historiadores.
Por mucho tiempo, este movimiento tuvo mala prensa, especialmente en Gran Bretaña. La “Era de la Razón” fue menospreciada por los hombres de la época Victoriana como una era de pensadores mecánicos, confidentes en extrema en los poderes de la razón abstracta. La razón por sí misma (así lo creían los ilustrados) podría permitir un total conocimiento del hombre, la sociedad, la naturaleza y el cosmos; podría permitirles organizar una crítica al status quo político y religioso; y, por encima de todo, proveería de los fundamentos para una utopía a futuro.