La semana pasada, The Nation publicó un artículo de Greg Grandin, “Muscling Latin America”, en el cual este analizaba la coyuntura actual respecto de la influencia de Estados Unidos en América Latina, en especial a raíz de los últimos movimientos ocasionados por gobiernos anti norteamericanos así como por la aparición de poderes regionales (Brasil). Esto ha llevado a Washington a fortalecer alianzas con gobiernos más cercanos a su política, mientras buscan ofrecer un modelo de intervención que contrarreste el fiasco que está ocurriendo en Irak.
Greg Grandin es profesor de Historia en New York University. Su campo de especialización son las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, tema sobre el cual ha escrito varios libros y artículos en la prensa, como el que traducimos a continuación. Su último libro, Fordlandia: The Rise and Fall of Henry Ford’s Forgotten Jungle City (léelo aquí en Google Books), fue finalista en el National Book Critics Circle.
Muscling Latin America
El pasado mes de setiembre, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, cumplió una promesa electoral y decidió no renovar el permiso del que gozaba Estados Unidos para tener una base aérea en Manta, un pueblo ubicado en la costa del Pacífico. y que por una década sirvió como una de las locaciones más importantes para Washington. El rechazo constituye un serio esfuerzo para cumplir lo que señala la nueva Constitución ecuatoriana respecto a promover el “desarme universal” y oponerse a la “imposición” de bases militares de “ciertos estados en el territorio de otros”. Esta medida es también una victoria importante para el movimiento de desmilitarización global, débilmente organizado alrededor de International Network for the Abolition of Foreign Military Bases, desde que las protestas obligaron a la Armada norteamericana a retirarse de Vieques, Puerto Rico, en 2003. Sin embargo, Correa no ha podido resistir bromear al respecto: “Nosotros renovaremos el permiso si los Estados Unidos nos dejan poner una base en Miami”.
Divertido. Entonces Washington respondió con una demostración de fuerza: si me quitan una, pongo siete. A fines de octubre, Estados Unidos y Colombia firmaron un acuerdo por el cual se permitía al Pentágono la instalación de siete bases militares junto con un número no especificado de “facilidades y locaciones”. Estas se suman a la ya considerable presencia de Washington en Colombia, así como en Centroamérica y el Caribe.
En respuesta a las críticas lanzadas desde América del Sur por el acuerdo con Colombia, la Casa Blanca ha insistido en que esto solo es la formalización de la cooperación existente entre ambos países con el Plan Colombia, y que no representa un aumento de la capacidad ofensiva del US Southern Command (Southcom). Por su parte, el Pentágono señala en su Presupuesto de 2009 que se necesitan fondos de modo que las bases puedan estar operativas y conducir “todo tipo de operaciones en América del Sur”, y contrarrestar, entre otras amenazas, “gobiernos anti-norteamericanos” y “expandir la capacidad operativa de ataque”. Este lenguaje siniestro, extraído del documento aludido, debe ser uno de esos casos en los cuales se infla la amenaza para justificar el gasto en épocas de austeridad. Pero la decisión de la Administración Obama para seguir adelante con el plan de las bases no hace sino acelerar una peligrosa tendencia en la política exterior de EEUU en el hemisferio.