Carmen Mc Evoy nos ha hecho llegar un texto en el cual reflexiona sobre la importancia del año 2021, que es cuando se celebrará el Bicentenario de nuestra independencia. Es decir, cuando el Perú cumplirá doscientos años como república.
La lectura que nos propone Mc Evoy nos lleva a replantear la visión que hemos tenido de nosotros mismos como país y como ciudadanos y que nos condenó a una visión pesimista de nuestro pasado, más o igual de triste que algunas líneas de nuestro himno nacional. Tampoco se trata de ir al otro extremo de la historia naif, que es tanto o más peligrosa que la manipulación del pasado que hacen algunos gobiernos.
Entonces, un diagnóstico crítico de nuestro pasado, el cual estamos utilizando como plataforma cultural para posicionarnos en el mundo y proyectarnos al futuro, debe pasar por una visión crítica de un hito fundacional como lo fue la Independencia. Y en esa tarea el Congreso que se inaugura el próximo miércoles puede ser una excelente oportunidad para un ajuste de cuentas con las visiones derrotistas e ingenuas que nos han sostenido hasta el día de hoy.
“Más allá de su extraordinario poder simbólico, el bicentenario de nuestra independencia ocurre en el contexto de una poderosa corriente globalizante sin parangón en la historia mundial. Si algunos habían fantaseado con un orden mundial sin naciones, la experiencia de los últimos años ha mostrado fehacientemente la vigencia del Estado-nación como una singular conjunción de voluntad organizativa e identidad cultural. A la par con la aldea global el mundo es hoy, más que nunca, una comunidad de naciones. De ahí la pasión por el tema, la ávida búsqueda por los mecanismos de imaginación, difusión y cohesión de las comunidades nacionales; una pasión que ha sido trasladada a los debates políticos y mediáticos, a la cultura pop, a la preocupación del ciudadano común. De la música a las artes visuales y a la gastronomía, el tema de la nación emerge con un vigor impensable unas cuántas décadas atrás.
La fundación de la república peruana, en este contexto, aparece como un tema de especial importancia. Convertida en un acartonado ritual celebratorio inalterado (a través de décadas en que la propia historia del país parecía negar sus valores y sus promesas) se hace difícil recordar su significado esencial: que se trató de una opción por la libertad y la democracia en un mundo aún dominado por imperios y aristocracias. Si en el marco de las grandes contiendas ideológicas del XX el republicanismo como modelo y utopía pareció sucumbir, con el colapso del socialismo real y la globalización, emerge como una alternativa realista y perfectible. El bicentenario es pues, la celebración de una patria antigua que opta por ser comunidad autónoma bajo el formato republicano como un acto de afirmación que, dos siglos después, sigue desafiando a sus integrantes.
Por celebración, entonces, no entendemos reactualizar un ritual sancionado por la repetición; hablamos, más bien, de recordar y memorializar; de aportar a la conciencia del camino recorrido; de hacer del BICENTENARIO un estado de la cuestión; de rescatar la celebración de la república de una sucesión de desfiles y te deum para convertirla en una ocasión para la reflexión de una historia larga y difícil hacia la libertad que hoy sabemos es incompleta si solo se remite a la esfera de lo político. Diversos hechos colocan al Perú en una situación excepcional para alcanzar estos fines. Ser los últimos en la Independencia sudamericana nos coloca en una posición en verdad privilegiada. Fue en el nudo del imperio donde se definió la suerte de todas las jóvenes republicanas sudamericanas. Esta situación que nos condujo a un proceso de militarización acelerada (hecho que fue en detrimento de la consolidación de la joven república peruana) nos ha dotado también con una historia compleja que puede aportar mucho a la discusión de los procesos emancipatorios.
La Independencia experimenta en el Peru su fase mas americana. Es por ello que uno de los objetivos de la discusión en torno al nuestro bicentenario debiera ser la desprovincializacion del debate, regresando, en cambio, a ese momento transnacional representado en la batalla de Ayacucho. Fue ahi donde el chileno, el argentino y el grancolombiano pelearon por una causa que consideraban como propia. Al sobreenfatizar —retrospectivamente— en las filiaciones nacionales, se ha perdido el sentido de identidad prevaleciente en Ayacucho donde las provincias del imperio acudieron al viejo centro a finiquitar la independencia continental. Por ser de todos, Ayacucho es un hito fundante de la ansiada integración latinoamericana.
En el Perú, la Independencia adquirió un cariz nacional y a la vez transnacional. Asumir este hecho histórico como una situación plagada de contingencias obliga no solo a tomar una prudente distancia de ese corrosivo sentimiento de culpa que ha sido, por décadas, asociado a la noción de que en el Perú la libertad vino de afuera sino que permite evaluar a la luz de la historia el inmenso desafío que encierra la liberación del yugo colonial. Por ser el último bastión imperial, la historia de la emancipación peruana invita a repensar no solo la naturaleza de un proceso largo y complejo sino que nos obliga a reflexionar sobre el precio que los pueblos deben de pagar para ser libres”.