La expulsión de ciudadanos japoneses del Perú fue uno de los episodios más vergonzosos que hemos tenido que enfrentar en el siglo XX. Tal como lo detalláramos en un post anterior, la expulsión se dio como un gesto de acercamiento a Estados Unidos, quien en 1941 entró en guerra contra Japón por los ataques a Pearl Harbor.
El tema ha vuelto a salir a la luz a raíz de una propuesta de un senador norteamericano para obtener reparaciones civiles a los afectados de tan bochornoso incidente. Para conocer más sobre este episodio, conversamos con Yukyko Takahashi, quien publicó un interesante artículo sobre la expulsión ocurrida en el Perú.
¿Cómo así te interesaste por el tema?
Cuando ingresé a la especialidad, a principios del 2005, había una convocatoria para el Congreso Latinoamericano de Estudiantes de Historia en México. Quería presentar una ponencia, pero no sabía acerca de qué tema escribir, así que le pedí un consejo a Jesús Cosamalón. Él me preguntó qué temas me llamaban la atención y yo le confesé que no tenía ninguna idea clara. Me dijo entonces que siempre es sugestivo buscar en las raíces de uno mismo, explorar la identidad propia; así, sería interesante hacer algún trabajo respecto al tema de la inmigración de japoneses al Perú. No había mucho tiempo, por lo cual, sugirió que hiciera una especie de ensayo bibliográfico como primer acercamiento. En vista de eso, trabajé con el libro de Amelia Morimoto (Los japoneses y sus descendientes en el Perú, Fondo Editorial del Congreso 1999) para un análisis propuesto en la clase de Susana Aldana, Metodología de la Investigación Histórica.
La ponencia nunca llegó, pero ver cómo se presentaba la narración de acontecimientos a lo largo del proceso migratorio tanto en este libro como en otros similares que pude leer, sugería una falta de algo en medio de esa limpieza, algún elemento que analizara toda la valiosa recopilación de información que estos investigadores han logrado por una cuestión de identidad, de comunidad.
La oportunidad de analizar algunos testimonios contrastando con la versión de la prensa de la época desde una perspectiva histórica llegó en el año 2007, cuando tenía asignado hacer un trabajo en Historia del Perú 5, curso entonces a cargo de Iván Hinojosa. El XVIII Coloquio de Estudiantes de Historia (2008) fue una ocasión más para darle una revisión al trabajo y allí es donde, algunas sugerencias de Iván Hinojosa. pudieron incorporarse como elementos de análisis; así quedaron entonces como elementos esenciales los hechos, las opiniones, el contexto nacional tanto como el internacional y la propuesta de lo que se puede hacer en nuestro país, considerando los grandes avances que se han hecho, por ejemplo, en Estados Unidos en cuando a las reparaciones.
¿Por qué el tema de los ciudadanos japoneses deportados desde el Perú permaneció en silencio por tantos años?
Pienso que, como todos estos temas que tienen que ver con memoria colectiva, es algo que nunca se ha olvidado. En la comunidad peruano japonesa se encuentra presente porque los acontecimientos son tan recientes que en toda familia hay alguien que lo ha vivido de primera mano y que lo ha asumido como parte de su historia personal y familiar. La transmisión de tales historias denota que realmente no ha habido un silencio, sino mas bien una asunción (aunque sea en el núcleo de la comunidad) de que ocurrió y ya pasó, hacia adelante.
La prueba de que no es un silencio que ignora, se encuentra en la riqueza de testimonios de primera mano recopilados por un grupo que colabora con el Museo del Centro Cultural Peruano Japonés; así como la cantidad abrumante de información en el libro conmemorativo del centenario (Asociación Peruano Japonesa. Centenario de la Inmigración Japonesa al Perú 1899-1999. Comisión Conmemorativa del Centenario de la Inmigración Japonesa al Perú. Lima, 2000); sin contar algunos libros también testimoniales que se han alzado como una voz personal sobre el tema.
¿Qué ha motivado que este tema haya ocupado la escena pública en los últimos años?
Es difícil de precisar. En Estados Unidos desde 1947 ya se expresa la necesidad de una reparación civil, pero tuvieron que pasar muchos años (casi 40) para que todo el proceso recién se canalizara de una manera adecuada a través del departamento de justicia; después de comunicados públicos aún continúa la misma labor. Es recién a partir de 1998 que se incluye a los japoneses latinoamericanos.
En el caso peruano, el contexto de organizar la información se inició con la celebración del centenario de la inmigración; allí donde se tocaron los temas felices también se incluyó la etapa oscura de las deportaciones y la recopilación de los testimonios.
No afirmaría aún que el tema haya ocupado la escena pública con la fuerza que habría de tener, pero diría que el inicio, aunque tardío; tiene aún mucho trecho por recorrer.
¿En qué se basó la decisión para expulsar a los japoneses de los países latinoamericanos?
En definitiva cada país, respondiendo a su propio contexto nacional, vio que la decisión era la más conveniente; lo que tenemos en común es el alineamiento con los intereses estadounidenses. Existía, como se puede observar en la prensa estadounidense de la época un tema casi tratado con obsesión, que es “América es un solo bloque”, debido a la amenaza que se veía en el eje. La presencia del gobierno estadounidense en la política interior de los países latinoamericanos era contundente, así como el apoyo comercial que se prestaba.
El tema del eje no estaba visto en Latinoamérica como algo muy lejano, dado que muchos ciudadanos de los países que lo componían se habían afincado en nuestros países. En nuestro caso, el presidente Prado logró su lugar en el sillón de Pizarro gracias a las alianzas que había concretado para evitar la amenaza fascista (se ve que verdaderamente era una preocupación —más cierta que una real amenaza— al adherirse el Partido Comunista a la candidatura de Prado).
Ahora, de por qué los japoneses y no los italianos y alemanes, es algo que se resuelve en nuestro caso por una cuestión de presencia social y económica de dichas comunidades. El caso japonés era el más sencillo de solucionar, dado que los italianos afincados en nuestro país tenían mucho poder económico, sus inmigrantes provenían en su mayoría del norte y venían con capital, no para trabajar como agricultores —como había sido el caso japonés. En el caso alemán, la comunidad era muy reducida, lo suficiente para no considerarla peligrosa.
Los ciudadanos japoneses ya desde tiempos antes de la guerra habían sido vistos con suspicacia, al estallar la guerra estas dudas se incrementaron aún más. A lo mejor no se estaría muy lejos de la verdad si acaso se pensara que, en pro de formar un bloque que domine el Pacífico, algunos súbditos del imperio estuvieran prestos a lograrlo afincándose en Perú.
¿Los gobiernos peruanos tomaron alguna medida para pedir disculpas públicas por lo que ocurrió?
En definitiva es algo que no ha ocurrido y que tampoco parece que ocurrirá, al menos no en un tiempo cercano. Esto se debe principalmente a dos motivos. Por un lado, la comunidad nikkei no ha expresado públicamente la necesidad de una disculpa pública; aunque de hecho, se continúa con la recopilación de fuentes sobre este período que es parte de su historia. La Asociación Peruano Japonesa, donde se concentran las actividades de esta comunidad, funciona como un organismo cultural, nunca político. De allí que a la vez no haya existido ningún tipo de presión al respecto, la comunidad ha optado por conmemoraciones y similares; pues ello va con la actitud que se tomó desde el inicio, es un proceso ya “superado”.
De otro lado, es evidente que en nuestro país existe una resistencia a la memoria; hace falta solamente ver el proceso más traumático de nuestra historia (la violencia desde todos los frentes en el tiempo del terrorismo) para darse cuenta de la pereza social por recordar, así como la falta de voluntad por parte del gobierno (aunque podríamos decir los gobiernos) para saldar estas grandes deudas aunque sea con gestos simbólicos tan sencillos como reconocer errores y pedir disculpas. Es impresionante que se dude poco para actuar —así eso signifique cruzar la línea— pero que se piense demasiado, que se medite en exceso y que se tenga tanto reparo para arreglar las cosas.