Alexis Iparraguirre, escritor y profesor de la PUCP, ganador del Premio Nacional PUCP 2005 en la Categoría Cuento por El inventario de las naves, nos ha permitido reproducir la excelente nota que hizo circular por el Facebook a propósito de la aparición de la más reciente novela del escritor piurano Miguel Gutiérrez.
«Miguel Gutiérrez, en su última novela, Confesiones de Tamara Fiol (Lima: Alfaguara, 2009), confirma el memorioso, agudo, inteligente y poderoso fabulista que es. Cabría añadir que es una novela distinta de todas las que ha escrito antes, aunque, como diría su admirado Vargas Llosa, las facultades de conmoción del texto resultan menores que las de sus anteriores narraciones (pienso en La Violencia del Tiempo y El mundo sin Xóchitl). Es una historia que busca satisfacer dos preguntas: ¿quién es Tamara Fiol? y ¿Quién es el elusivo Arancibia? No son preguntas cuyas respuestas sean sentimentales, aunque las pasiones rodeen a esta pareja. Es el esquema de un policial, aunque no del tradicional (ese policial que parece más poderoso que el melodrama en la literatura de hoy). La entrevista que Morgan Scott Batres, periodista freelance, realiza a la Fiol para profundizar un reciente reportaje suyo sobre las mujeres de Sendero hace palmario que, para responder a ambas preguntas, se requiere explorar en la historia ideológica del Perú, principalmente la de los años iniciales del siglo XX, que determinan el presente de Tamara, inválida y empleada de las Naciones Unidas en su país.
Justamente son esos pasajes de la novela, ambientados en la Lima de González Prada, de Mariátegui, del fogoso abuelo anarquista de la Fiol, y en el Trujillo de Haya los más vívidos e intensos. La vida del corresponsal de guerra Morgan Scott Batres parece deslucida frente a la de estos eruditos y hombres de acción cuya pasión por la historia y el futuro crea la historia y el futuro, a la vez que los anuncia. Cualquier emoción del periodista Batres resulta pobre frente a estos intelectuales épicos que prohijan la generación de universitarios que los sucederán en los cuarentas y cincuentas. De esta heredad bebe Tamara, pero también mucho de la guerrilla peruana de De la Puente Uceda y el movimiento político universitario comunista de los años setenta en San Marcos. En Confesiones de Tamara Fiol, Gutiérrez nos recuerda que a partir de esa historia y del funcionamiento de las facciones del partido comunista y de las arbitrariedades de la oligarquía peruana se legitima un nuevo tipo humano que, aunque proporcionalmente minoritario en el país, creó una forma distinta de compromiso y de proyecto político, abrazados por universitarios e intelectuales, en teoría la élite cultural de la sociedad. Aparecieron entonces hombres y mujeres que pensaban, estudiaban, vivían e interpretaban su existencia en función del partido, del materialismo histórico y dialéctico, de la toma del poder por medio de la guerra civil y las armas.
Desde luego, nada en la novela hace descender de esta intelligentsia roja la letrina de masacres e insanidad que luego desplegó el accionar de Sendero Luminoso en su guerra contra el Estado Peruano, pero la configuración de la identidad política de Tamara, que vive inmersa en ese mundo clave para su apasionante personalidad, también nos da luces sobre por qué la iniciativa violentista de Sendero fue vista, en sus comienzos, sin sorpresas, y hasta con admiración lindante en la complicidad por personajes firmemente comprometidos con la izquierda política y universitaria de fines del siglo XX. En la novela de Gutiérrez, sus protagonistas entienden que la guerra para tomar el poder no es un acto criminal y salvaje, sino que tiene explicaciones intelectuales e históricas que se remontan a muchas generaciones de pensadores considerados como los más brillantes de sus generaciones. Responde a una tradición reflexiva y política de genealogía prestigiosa, que no contempla la insania de la que hicieron gala las huestes de Abimael Guzmán, como lo da a entender la propia Tamara Fiol cuando, en la entrevista que le hace Batres, condena la crueldad de Sendero. Pero la particular decisión de Sendero de pasar a las armas, como Guzmán lo entiende, y la inclinación ideológica de la izquierda facciosa por invocar ese ademán decisorio en su enfrenamiento con la burguesía peruana hace del ejercicio de la violencia una práctica ambigua: ¿demencial o, como lo entiende la intelectualidad izquierdista de compromiso radical, justiciera? La novela no resuelve esa ambigüedad, pero la hace explicativa de muchos de los garrafales errores en la vida de sus muy comprometidos protagonistas. Como fuese, resulta claro que, según la óptica de Gutiérrez, la opción por la guerra no nació de un grupo de violentistas descastados en Huamanga, sino que fue discutida, madurada, acariciada por una comunidad de científicos y profesionales de las más diversas disciplinas —Tamara es química—, que gestaron una tradición propia en contacto con las razones más avanzadas de la filosofía política europea. Para estas comunidades, la violencia no nació del tiempo, sino del pensamiento».