Writing the History of Sexual Assault in the Age of #MeToo apareció originalmente en Perspectives on History, el magazine de la American Historical Association, el 24 de setiembre de 2018. Queremos agradecer tanto a la autora como a Perspectives on History por permitirnos generosamente la traducción al español.
Tsuneno cambió su relato. Cuando llegó a Edo, la capital, en el décimo mes de 1839, ella escribió en una carta que su compañero de viaje, Chikan, era un buen amigo. Chikan era un joven sacerdote de una villa cercana a la de ella, y cuando ella le comentó que deseaba mudarse a la ciudad, él la ayudó. Sí, él le había pedido a ella empeñar su equipaje de modo tal que pudiesen reunir dinero para el viaje. Pero él la había ayudado durante el trayecto, y ella estaba agradecida por ello.
Un par de semanas más tarde, cuando le relató la historia a su tío en Edo, ella dijo algo ligeramente distinto: “Durante el viaje, Chickan comenzó a decir: ‘Tú sabes, tengo parientes en Edo y ellos nunca te abandonarían, ¿por qué no te casas conmigo?’. Traté de negarme, pero estábamos viajando. Él habló sobre todas las cosas que le podrían ocurrir a una mujer sola. Pero no era una advertencia real. Estaba burlándose de mí. Quienes nos acompañaban habían llegado a sus destinos para ese momento, por lo que no tuve otra elección: Le di lo que él quería”. Aún así, ella seguía insistiendo en que Chikan había sido bueno con ella y que su tío debía dejarla tranquila.
Pocas semanas después del encuentro con su tío, ella volvió a contar la historia, solo que esta vez en una carta a su hermano mayor favorito. Hizo mención a las “intenciones impuras” de Chikan y se lamentaba por haber confiado en él. “Después de todo”, escribió, “él no era un extraño de otra provincia”. Él la había tratado muy amablemente, como si fuese su propia hermana. Pero al final, como señaló en otra carta, “pese a que no se me ocurría que ocurriese algo tan terrible, Chikan estaba planeando hacerme su esposa”. Para entonces, Chikan estaba ya muy lejos. Había tomado el dinero obtenido por empeñar el equipaje y luego desapareció en otra provincia, dejándola sola en un sucio y diminuto alojamiento en Edo.
Cuando encontré por primera vez estos relatos, mientras hacía investigación en los archivos prefecturales de Niigata en Japón en 2010, pensé que la historia real se hallaba en medio de las diversas versiones que ella había relatado. Esta es la forma en que los historiadores somos entrenados: no creemos directamente lo señalado por nuestros sujetos, especialmente si estos cambian de versión y especialmente si tienen motivos para disimular.
Y Tsuneno tenía sus motivos. Cuando se dispuso a partir con Chikan, ella estaba huyendo de su hogar sin permiso alguno. Ella había estado casada y divorciada tres veces, y estaba desesperada por escapar antes de que su hermano mayor la casara nuevamente. Al dirigirse a Edo, ella estaba rebelándose abiertamente. No es solo que su hermano mayor se enfurecería al ver que sus planes habían sido alterados, sino que también estaría avergonzado de que ella hubiese huido con un desconocido. Tsuneno provenía de una familia importante, y esto incrementaba catastróficamente la posibilidad de que su hermano, el patriarca, se viese deshonrado. Por supuesto ella manifestó que Chikan la había forzado, según creo yo. Es probable que ella hubiese sido su amante e intentara cambiar su versión después de lo ocurrido, cuando él la abandonó y ella necesitaba pedir ayuda a su familia.
Al principio, así fue como escribí el relato y como lo presenté cuando di clases en base a ese material. Posteriormente, en un artículo para The American Historical Review de 2016, decidí abordar el tema: utilicé sus propias palabras pero no exploré las distintas versiones a profundidad, y en el artículo sugería que las mujeres podían aprovechar estas “narrativas culturales” sobre seducción y coerción para explicarse a sí mismas.
Y fue entonces cuando los hashtags comenzaron a aparecer en Twitter. En 2017, las mujeres comenzaron a postear sus historias de acoso sexual y asalto, aún cuando hubiese transcurrido años o incluso décadas. No había podido ser capaz de decir esto hasta hoy, escribían ellas. Dudaba de mí misma: ¿es que acaso realmente ocurrió? Entonces pensé que era mi culpa. No debí haber estado en esa fiesta, en aquella habitación. Estaba avergonzada de haber confiado en él. Le dije a todos que él era una gran persona. Era mi amigo, mi mentor. No podía admitirlo. Y otras mujeres respondieron: #MeToo
Yo miraba fascinada. Pensé en torno a mis propios relatos. Le puse Like a posts que decían “Crean a las mujeres”. Y pensé entonces en Tsuneno. ¿Por qué yo no le había creído?
En realidad, no debería haber sido necesario un hashtag para hacerme considerar el tema. Los académicos afro-americanos en historia norteamericana han sostenido por décadas que la epistemología de la narrativa histórica favorece los relatos de los hombres blancos, los cuales son automáticamente considerados como confiables, mientras las memorias de las personas esclavizadas son examinadas sin cesar en busca de cualquier pista que revele un motivo secundario. En Sally Hemings and Thomas Jefferson (1997), Annette Gordon-Reed escribió sobre “la sistemática desestimación de las palabras provenientes de la comunidad negra… como si sus testimonios valiesen tan solo una fracción de la de los blancos”. Al contar la historia de Tsuneno, yo pensaba en mí misma de manera distinta, como alguien que no tomaría parte en esta “sistemática desestimación” porque yo era una mujer feminista escribiendo sobre una mujer. Pero yo también estaba dejando que mis propios condicionamientos sociales influyeran en mi lectura de las fuentes. Después de todo, la historia de una mujer que se rebela abiertamente en un tipo de comportamiento sexual, se arrepiente y luego inventa una historia para explicarse a sí misma es una forma de narrativa cultural en sí. Es la mía. Es la nuestra.
Existen otro tipo de historias no escritas sobre Tsuneno que son igual de plausibles, y que yo no había considerado de manera seria. Una señalaba que ella había cambiado su versión porque las mujeres que habían sufrido violación suelen percatarse de que toma un determinado tiempo asimilar lo ocurrido, una verdad que el movimiento #MeToo ha establecido de manera más que evidente. Otra considera el conjunto de evidencia en base a su historia de vida. Ella había pasado por tres matrimonios y se había divorciado tres veces. Ella decidió tomas las riendas de su propia vida antes que volver a casarse. (Eventualmente, ella volvería a casarse de nuevo, aparentemente por voluntad propia aunque con cierta reticencia). ¿Y si ella no hubiese estado interesada en los hombres? ¿Qué si ella rechazaba el sexo heterosexual y la única manera en que lo hubiese practicado era por la fuerza? Aquella no pertenecía a nuestras narrativas culturales dominantes, y no había pensado necesario considerarla mientras escribía. La “heterosexualidad forzada”, como las feministas de la Segunda Ola lo llamaban, habían moldeado mi pensamiento tanto como la epistemología patriarcal.
Sería poco sabio aceptar cualquier relato de asalto sexual que encontramos en nuestras fuentes y no someterlo a la crítica. Las mujeres hacían acusaciones falsas de violación por varias razones, bien sea para escapar de la violencia ejercida por sus propios padres y maridos, para proteger su frágil posición al interior de un orden supremacista blanco o para escapar al castigo judicial por crímenes sexuales. Pero este tipo de relato ocurría en circunstancias legales y culturales de carácter particular. Lo que estoy sugiriendo es que en la ausencia de un patrón, debemos reexaminar nuestro propio impulso al escepticismo, por más bien intencionado que este pudiese ser. Después de todo, las personas que carecían de poder tenían casi siempre razones para mentir, porque sus vidas estaban siempre al borde. Pero eso no significa necesariamente que no fuesen creíbles, o que nosotros debamos dirigir a nuestros lectores y lectoras hacia aquella idea. ¿Qué pasaría si creyésemos de buenas a primeras en el testimonio de las mujeres? ¿Qué hubiese ocurrido si tan solo hubiese creído a Tsuneno?
Esto es lo que sé ahora y lo que escribiré la próxima vez que me toque escribir la historia de Tsuneno: en algún lugar en el trayecto hacia Edo, luego de que el resto de la comitiva se había ido, en un sofá o en un mat de dingy tatami o sobre el frío suelo, bajo una frazada compartida o un grupo de ramas, en la tranquilidad que da las primeras horas de la mañana o el frenesí de una fiesta tarde por la noche, Tsuneno sufrió una pérdida que ella misma no pudo nombrar. De partida, no pudo contar la historia en su totalidad. Estaba avergonzada de haber confiado en Chikan, resistiéndose a pensar en que pudo haber sido su propio error. Probablemente ella misma tampoco creía en lo que había pasado. Después de todo, él era un sacerdote, como sus hermanos, y había sido, en cierto modo, gentil y diligente. Por semanas, ella no pudo encontrar las palabras para describir lo ocurrido. Hasta que un día lo hizo.
Tsuneno había sido violada. Así lo dijo. Y casi doscientos años después, yo le creo.
Amy Stanley es doctora en Historia por la Universidad de Harvard y especialista en historia moderna de Japón. Actualmente es profesora asociada en el Departamento de Historia de Northwestern University, Chicago, Estados Unidos. Su actual proyecto estudia la historia de Edo en el siglo XIX a través de una mujer divorciada que se unió a un samurái sin amo. Una conferencia que ella dio en 2017 sobre las vidas de las mujeres en el periodo Edo de Japón, puede ser vista en este enlace. Pueden seguirla también en Twitter: @astanley711
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