“Reading The Historian’s Craft in the Age of Trump”, escrito por Avigail S. Oren, apareció originalmente en su website profesional el 23 de octubre de 2018. Queremos agradecer a la profesora Oren por su gentileza al permitirnos traducir en exclusiva su post para HGoL. Según lo menciona la autora, este ensayo comenzó a escribirse en 2016. Pero la publicación del artículo de Matthew Gabriele, The Medievalist Who Fought Nazis With History (23 de octubre de 2018), la convenció finalmente de publicarlo.
Recientemente, me encontraba tratando de alcanzar mi ejemplar de Apología para la Historia o el oficio de historiador de Marc Bloch, una meditación de cerca de 200 páginas en torno al significado y valor de la historia y una cartilla básica sobre cómo escribirla bien. El libro en sí tiene una historia trágica. Marc Bloch era un historiador judío francés que era muy conocido y respetado por su trabajo académico sobre la sociedad feudal francesa y el periodo temprano moderno. Luego de que las tropas nazis invadieran Francia en 1940, Bloch pasó a la clandestinidad y comenzó a trabajar en dos manuscritos. Escribió primero La extraña derrota durante el verano de 1940 para narrar cómo y por qué Francia había fracasado en anticipar la invasión alemana. Luego Bloch comenzó a redactar Apología para la Historia. Hacia finales de 1942, mientras trabajaba en el manuscrito, se integró a la Resistencia Francesa de manera activa. La policía de Vichy lo capturó en marzo de 1944 y fue entregado a la Gestapo para ser interrogado. Fue torturado, enviado a prisión y luego fusilado en junio de 1944. El colega de Bloch, Lucien Febvre, asumió la tarea de reunir el texto que no pudo ser completado y enviarlo a imprenta para su publicación.
¿Por qué, de todos los temas posibles mientras la guerra avanzaba en torno a él, Bloch decidió escribir un libro sobre historiografía y métodos? La introducción a Apología para la Historia brinda algunas indicaciones en torno a sus motivos para hacerlo. Bloch escribió que debido a que la civilización occidental “siempre había esperado mucho de su memoria” era natural que “cada vez más, nuestras tristes sociedades, en perpetua crisis de crecimiento, empiezan a dudar de sí mismas, uno las ve preguntándose si han tenido razón en interrogar al pasado o si lo han interrogado bien” (pp. 42-43).
Apología para la Historia comienza con una cita del hijo de Bloch, quien en ese entonces le pregunta a su padre: “Papá, explícame para qué sirve la historia”. Bloch explica que, enterrada en esta pregunta tan sencilla, descansa una pregunta más profunda: “ni más ni menos el de la legitimidad de la historia” (p. 40). Desde el inicio, entonces, Bloch dedicó su Apología para la Historia a explicar la “utilidad” de la historia como una disciplina intelectual orientada a comprender las vidas humanas. Bloch enfatizaba que la historia “útil” retrata personas, acontecimientos y decisiones en el pasado como complejas y dinámicas, producto de coincidencias y contradicciones así como de elecciones lógicas con frecuencia. Bloch enfatizaba, no obstante, que “es un problema que no puede plantearse sino en segundo término, pues para obrar razonablemente, ¿acaso se necesita primero comprender?” (p. 46). Él creía que la explicación era fundamental mientras que la interpretación y el juicio eran por necesidad secundarias. “Es más, si el juicio solo siguiera a la explicación”, escribió, “el lector se liberaría saltándose la página. Desafortunadamente, a fuerza de juzgar uno termina, casi de manera fatal, por perder el gusto hasta de explicar”. En el contexto en el cual Bloch estaba escribiendo, cuando el “perder el gusto hasta de explicar” había permitido a los fascistas europeos perseguir a los judíos y otras minorías a quienes la historia había juzgado de manera desfavorable, el llamado de Bloch no era por la objetividad. En su lugar, el deseaba que los historiadores escribiesen un tipo de historia tan rica y penetrante que los politicos no pudiesen reducirla fácilmente a evidencia a ser usada contra un determinado grupo humano. De igual manera, continuaba Bloch, “Cuando las pasiones del pasado mezclan sus reflejos con los prejuicios del presente, la mirada se turba sin remedio y, lo mismo que en el mundo de los maniqueos, la realidad humana se convierte en un cuadro en blanco y negro” (pp. 140-141).
Bloch concluía así la introducción a Apología para la Historia describiéndolo como “el compendio de un artesanos a quien siempre le ha gustado meditar sobre su tarea cotidiana” (p. 52). En realidad, “meditación” es un término que describe el libro de manera perfecta. Es tranquilo y sabio. En un momento de caos, hizo el esfuerzo para examinar la naturaleza de la historia y los mecanismos esenciales de la investigación histórica. Y aún centrándose en los fundamentos, Bloch también desafió a los historiadores a pensar de manera más amplia sobre los juicios de opinión que habían construido en la cima.
¿Son responsables los historiadores por la facilidad con la cual los políticos reducen la historia? Debemos preguntarnos a nosotros mismos cómo y por qué la historia es tan fácilmente desmantelada y reescrita por politicos, mientras nuestra producción académica es puesta de lado. ¿Es que acaso nuestros intentos por demostrar nuestra relevancia actual nos han llevado a pasar por alto demasiados juicios de opinion y de manera irónica a socavar nuestra propia legitimidad?
De ser este el caso, la pregunta no es si se necesita o no ser un historiador activista. Todavía considero que la respuesta a esto es sí. La pregunta es cómo podemos ser historiadores activistas sin cortar nuestras piernas de debajo de nosotros. Bloch sería la última persona en decir que esto significa ignorer las necesidades e intereses del presente. En cambio, él urgiría a los historiadores a ser más comprensivos. “Hasta en la acción”, escribió, “juzgamos demasiado (…) Hasta para conducir las inevitables luchas sería necesaria una poca más de inteligencia en el alma, con mayor razón para evitarlas cuando aún es tiempo” (pp. 142-143).
Creo que hay otra razón por la cual Bloch escribió este libro en medio de la guerra, y es la misma por la cual me dirigí a este libro en la actual coyuntura. La rigurosa evaluación de la metodología permite que el historiador se establezca en el presente sin eliminar la infinitud de la historia y la constante evolución de la historiografía. Existe una inercia creada cuando estas fuerzas contradictorias se encuentran en un balance de una contra la otra, brindando al académico un momento de pausa y respiro para preguntarse “con el corazón encogido, si ha empleado su vida juiciosamente” (p. 40).
Son estos momentos de inercia cuando es más tentador de afirmar nuestra utilidad al anteponer los juicios de opinión frente a las explicaciones. Bloch nos señala que es urgente mirar hacia nuestras propias prácticas metodológicas. No porque esto desafiará necesariamente el nuevo orden de cosas, o convertirá a Estados Unidos en una sociedad con más empatía sino porque ofrece un equilibrio frente al ruido y lo caótico. Es una afirmación sólida de la importancia de la reflexión y la humildad.
Avigail Oren es Ph.D. en Historia por la Universidad de Carnegie Mellon. Se desempeña como investigadora, editora y escritora independiente. Sus áreas de interés incluyen la historia urbana de Estados Unidos en el siglo XX, la infrastructura en salud pública y los estudios sobre la comunidad judía. Más información sobre su trayectoria académica y sus posts en su website personal. Y pueden seguirla en Twitter en @HistorianOren
Nota del editor (J.R.): Las citas originales en el post provienen de The Historian’s Craft: Reflections on the Nature and Uses of History and the Techniques and Methods of Those Who Write It (New York: Vintage Books, 1953). Para la traducción se ha empleado Apología para la historia o el oficio de historiador, edición preparada por Etienne Bloch (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2001, segunda edición en español revisada).